Lunes, 7 de septiembre de 2015 | Hoy
CULTURA › XVII BIENAL INTERNACIONAL DEL LIBRO DE RíO
En la primera actividad programada en el auditorio Manuel Puig del stand argentino, el dibujante argentino Tute compartió impresiones con el historietista y escritor brasileño Ziraldo. Ayer también hubo una interesante mesa sobre fútbol y literatura.
Por Silvina Friera
Página/12 En Brasil
Desde Río de Janeiro
Tarde de pasiones encendidas en la XVII Bienal Internacional del Libro de Río en la que Argentina es el país homenajeado. Cuesta avanzar por los pabellones; los cariocas han invadido el predio de Riocentro para comprar libros, escuchar charlas o simplemente caminar y pasear en otro día más nublado y sin sol. “Yo no hablo español, hablo argentino, soy un porteño”, dice Ziraldo, ilustrador, historietista, escritor, en la primera actividad programada en el auditorio Manuel Puig del stand argentino junto con Tute, presentados por Magdalena Faillace, directora de Asuntos Culturales de la cancillería argentina. Habla demasiado en serio. No exagera este señor brasileño de 82 años conocido por personajes como Jeremías, o Bom (Jeremías, el bueno), la Supermae (Supermadre), la Maestra Macanuda o El polilla, entre otros. “Todos los historietistas argentinos son los mejores del mundo. Uno de los que más admiro es Caloi, el padre de Tute, y el Negro Fontanarrosa”, afirma agitando los brazos con entusiasmo, como si necesitara poner el cuerpo para que lo que dice tenga más carnadura.
Tute confiesa que se está reponiendo “de la rueda de samba de anoche... en Trapiche Gamboa, un refugio carioca en el barrio de Gamboa, con música en vivo, donde bailar es una religión que incluye hasta al más patadura agnóstico por obra y gracia de la pasión carioca y las caipiriñas. “Acepté participar con entusiasmo porque conocí a Tute en España, hace dos o tres años. Me pareció el mejor historietista y pedí que me lo presentaran y ahí me enteré de que es hijo de Caloi”, cuenta Ziraldo y pondera el cine argentino, especialmente dos películas: Relatos salvajes –“la mejor película que vi”– y El secreto de sus ojos. “Argentina está siendo muy seria y creativa en el cine y eso se aplica a la caricatura. La elite cultural argentina es sorprendente para el resto del mundo”, manifiesta el creador brasileño.
El fervor argentino de Ziraldo excede al humor gráfico. El auditorio del stand está lleno de cariocas curiosos y con las orejas bien abiertas. Quienes llegan tarde se quedan de pie. Ya no hay sillas libres. “El tango es una música popular creada por maestros; el samba, en cambio, está creado en la calle. El argentino sabe de música; el brasileño es intuitivo.” El autor de O menino maluquinho, traducido y publicado en Argentina como El polilla (Continente), subraya la importancia que han tenido las revistas y el humor gráfico en su formación. “Yo quiero a los argentinos; en Buenos Aires me reciben con el mejor café del mundo y el garoto tiene más éxito que un buen alfajor”, insiste para refrendar su declaración amorosa por un país y una cultura que lo deslumbra. Tute quiere saber por qué hace humor Ziraldo. “El humor es una forma de ver el mundo y dibujar lo que sentimos –responde–. El humor es un método de análisis que analiza el mundo de forma reveladora. El humor es siempre un descubrimiento, una revelación del mundo. ¿Por qué Dios hizo el mundo en siete días si tenía toda la eternidad? Cuando el chiste es muy genial, nos preguntamos por qué no lo habíamos pensado antes. Hacemos humor porque sabemos dibujar y expresamos una visión del mundo.”
Tute explica que el humor cambió. “Con Mafalda terminó el humor inocente y los que venimos después, con todo ese legado, intentamos hacer un humor inteligente y correr un cachito más el límite para que el humor no sea exclusivamente provocar la risa y pueda generar reflexiones”, plantea Tute. “Me causa mucho placer hacer las páginas más tristes, me parece interesante bucear en otros lados, hacer una pequeña pieza dramática. El humor me permite reflejar mis inquietudes y mis dolores”, agrega el creador de Batu. “Yo trabajaba con regla para dibujar, hacía todo perfectito por influencia de mi papá. Después me fui dando cuenta de que me gusta más el boceto, el dibujo lleno de errores y con tachaduras que conserva algo del inconsciente. Cada vez que perfeccionaba el trazo algo se diluía y perdía la potencia. En un momento descubrí que el humor se me había vuelto ilimitado, podía hacer lo que quería. El dibujo me daba esa posibilidad.”
Una carioca pide la palabra, elogia los trabajos de Tute y le pregunta cómo empezó. “Dibujo desde que puedo alzar un lápiz. Lo primero que uno hace es expresarse con el dibujo antes que con la palabra. Soy hijo de dibujante, para mí es natural dibujar”, le contesta y repasa el momento en que, después de terminar la escuela secundaria, Juan Matías Loiseau, cuando todavía no era Tute, tuvo que decidir qué iba a hacer de su vida.
–Me voy a tomar un año sabático –le anunció Juan Matías a su padre, Caloi.
–¡Qué año sabático, andá a estudiar! Te veo para diseño gráfico –le sugirió Caloi.
Aún le duele como una puñalada el comentario del padre. ¿Por qué no dijo humor gráfico? El hijo, a regañadientes, se anotó en la facultad y estudió un año diseño gráfico. Luego comenzó en la escuela de Garaycochea. “El día que me puse a pensar y salió el primer chiste fue un gran alivio. El objetivo del humor es desnudar ciertos mecanismos. El humorista gráfico antes que dibujante es un gran observador de las conductas humanas. El laburo es volcar esas observaciones y correr el velo a esos mecanismos”, advierte Tute.
Vuelve Ziraldo a la cancha de la palabra y cuenta que no hace más historietas porque no hay revistas de humor ni secciones en los periódicos brasileños. Y revela que con el golpe de Estado del 31 de marzo de 1964 “los historietistas empezamos a denunciar la dictadura por medio del humor”, pero que de repente se transformó en un autor infantil, aunque muchos recuerdan que fue un humorista gráfico. Acaso para recuperar parte de lo que fue de pronto advierte el fondo de los glaciares patagónicos del stand argentino y lanza una afilada comparación: “Toda esta nieve es para humillar a los brasileños que no tenemos glaciares. Nosotros tenemos selvas, serpientes y papagayos”. El escritor brasileño dice que hace chistes contra los argentinos porque son “superiores”. “Los argentinos tienen pasión por la irresponsabilidad brasileña porque son muy púdicos. Pero es un hecho profundo la superioridad intelectual argentina. Nosotros tenemos a un (Carlos) Drummond de Andrade o a un (Joao) Guimaraes Rosa, pero argentina tiene a un (Jorge Luis) Borges, a (Julio) Cortázar, a (Adolfo) Bioy Casares, a Quino.”
Flamengo el ganó 3 a 1 Fluminense en el Maracaná. San Lorenzo le ganó a Boca en la Bombonera 1 a 0, y es el líder del campeonato. Cuando comienza la mesa sobre fútbol y literatura con Martín Kohan, Sergio Olguín y el narrador brasileño Sérgio Rodrigues, hincha del Flamengo, está jugando el popular equipo carioca, que va ganando. Todavía falta más de una hora para que arranque el partido en la Bombonera. “La pelota nunca me quiso a mí, pero yo quiero a la pelota. Soy un pésimo futbolista”, admite Olguín, a quien siempre le resultó atractiva toda la épica que hay alrededor del fútbol gracias al periodista deportivo Osvaldo Ardizzone –“que narraba los partidos de tal manera que uno podía sentir que vivía una aventura de Salgari”– y los libros de Osvaldo Soriano, Juan Sasturain y Fontanarrosa. “El fútbol es algo que me emociona y la literatura también, pero me emociona más la literatura no vinculada al fútbol”, comenta el autor de El equipo de los sueños. Rodrigues, autor de El regate, novela que cuenta la historia de Murilo Filho, un legendario cronista de fútbol que enfrenta una enfermedad terminal –personaje inspirado en el cronista y dramaturgo brasileño Nelson Rodrigues– subraya que la literatura brasileña “nunca estuvo a la altura del fútbol” y añade que le gustaría intentar ver “si la novela y el fútbol son tan incompatibles como dicen”.
Kohan confiesa que fue “un gran arquero por un tiempo muy corto” hasta que empezó a perder la vista y no pudo atajar más. “La literatura me quemó la vista y me convirtió en el debilucho que soy. Esta es la dificultad que tengo para unir fútbol y literatura, dos grandes pasiones de mi vida. Mis gustos cambian, las esposas también, pero el fútbol y la literatura son dos pasiones sostenidas desde la infancia hasta hoy”, confirma el autor de Ciencias morales. “La posibilidad de que hubiera una híper pasión que pudiera conseguir sumar las dos pasiones, ese razonamiento estuvo mal hecho en mi caso. Cuando veo el fútbol no existe nada más. Si alguien se acerca a decirme algo de Borges mientras estoy mirando un partido, digo: ‘¡qué me importa Borges!’. Lo que es propio de la pasión es que no existe otra cosa. No puedo unirlas, se restan”. Olguín, como Kohan, es de Boca. “Yo nací hincha de Boca en un barrio rodeado de hinchas de Independiente, como Lanús. Me di cuenta de que el fútbol era el único punto de diálogo con mi padre. Extrañamente, no es el punto de encuentro con mi hijo porque no le interesa el fútbol.”
“Soy radicalmente distinto de mí en la cancha. Lo único que me interesa es que Boca gane”, reconoce Kohan, un hincha al que le cuesta recuperarse de las derrotas. Todavía se acuerda, y le duele mucho, cuando Estudiantes le ganó a Boca por 2 a 1 en la definición del torneo apertura de 2006. “El único lugar del que descanso del agobio del fútbol es la literatura”, admite el autor de Bahía Blanca y cuenta el malestar inmenso que le genera la épica instrumentada desde el Estado, el himno, la bandera y el patriotismo que desata la selección argentina especialmente en los mundiales. “El odio no lo veo como algo negativo, sino como algo positivo. Yo doy clases en una universidad que queda a una cuadra de la cancha de River y cada quince minutos me asomo para ver si se derrumbó el Monumental. Yo nací en el barrio de Núñez, con lo cual crecí siendo odiado por mis vecinos.”
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