Jueves, 25 de septiembre de 2008 | Hoy
FERNANDO GOIN Y LA INVESTIGACIóN MUSICAL REFLEJADA EN HARD TIMES
Tras el notable resultado de Sings Dylan, el guitarrista y cantante encaró un trabajo arqueológico que se zambulle en las músicas de Estados Unidos a fines del siglo XIX y comienzos del XX, rescatando a quienes influyeron a Elvis, Dylan y The Beatles.
Por Cristian Vitale
En 1854, Stephen Foster, legendario cantautor estadounidense nacido en Lawrenceville –hoy Pittsburgh–, miró a su alrededor y compuso una profunda balada folk que inducía, ya desde el título, un estado de cosas: “Hard Times”. Era, en poesía breve y música, lo que Charles Dickens, el mismo año, había volcado en una de las obras literarias que mejor refleja la necesidad de escapar, el corrimiento de estructuras sociales, económicas y culturales, el lado B que causaba la revolución industrial en su(s) cunas, porque si la Inglaterra victoriana fue la primera en sufrir sus consecuencias, su colonia le siguió. Aquí, bien lejos, hay que posarse para penetrar en el cosmomundo de Fernando Goin. “La teoría de la evolución tambalea”, admite y se ríe. No le falta razón: el hombre de los seis mil vinilos en casa acaba de editar un provechoso trabajo de arqueología musical que bautizó, en la línea Dickens-Foster, Hard Times. En él desgrana, a través de doce canciones, los claroscuros de una época. “Es, básicamente, una expedición al folklore de Estados Unidos”, resume Goin, que presenta el disco hoy a las 21 en La Casona del Teatro (Corrientes 1975).
Una expedición de tipo binario que no sólo recorre –y sintetiza– el amplio devenir del folklore del norte estadounidense entre “Hard Times” y ciertos blues de posguerra, sino que ensaya una especie de determinismo histórico visto desde allí. Respetando el idioma, Goin se zambulle en compositores conocidos y no tanto: salta de Kokomo Arnold y su “Milkcow blues” (1934) a una balada tradicional de autor incierto –“Poor Ellen Smith”– que narra el peso emocional que implicó para Peter Degraph haber asesinado a su mujer, Ellen, en un hecho que conmocionó al país a fines del siglo XIX. Del western-swing “Memories are made of this” (Miller, Dehr, Gilkison) a “Ring of Fire”, la bella balada erótica que June Carter le dedicó a su marido Johnny Cash y la Carter Family hizo suya en clave de country principista. “Recurro a esa época porque creo que las músicas que se hicieron dibujaron el perfil de las que estaban por venir... los artistas más reconocidos, Elvis, Dylan y Los Beatles, tuvieron una aproximación y se apropiaron de sus elementos. Me parece que la veta termina ahí, porque todas las músicas posteriores se vieron afectadas por aquéllas.”
–¿Incluso expresiones del sur del continente?
–Yo creo que Yupanqui, por tomar un caso central, en su descripción del paisaje o de las postergaciones del hombre, está vinculado a ellas conceptualmente. Estas músicas, dado que yo empecé tocando folklore de niño, me llevaron, por una cuestión de paisaje, de sonido y de nostalgia, a establecer una similitud con vivencias de mi infancia.
El componente subjetivo que remarca Goin comunica con un paraje pampeano cercano a Pigüé. Allí nació y allí escuchó, por primera vez, a Hank Williams. “Era un tema que se llamaba ‘No puedo salir de este mundo vivo’, y cuando lo volví a escuchar, ya en la ciudad, se me vino a la cabeza toda la imagen de mi infancia campera; era chico, tenía 18 años, y después descubrí que Williams escribía sobre el hombre y su destino en ese paisaje”, evoca. Fue cuando, acompañado por Bernardo Baraj, Lito Olmos y Carlos Riganti, grabó su primer disco en 1978, Una mañana de invierno. Luego chocó culturas con un extenso periplo por Nashville y, de vuelta, completó la tríada “en castellano” con Cortando con la tristeza (1980) y Mientras que pueda iré cantando (1982), un viaje inicial que contrasta, en cierta forma, con la tríada última que suma Mystery Train (2001) y Sings Dylan (2006) a Hard Times. “Hubo un cambio en todo este tiempo: las letras me están llevando a pensar que la música es, en muchos casos, relativa. Creo que las músicas son como adornos de las historias y es lo que trato de resaltar. Hace muchos años que canto en inglés y siempre privilegiaba la canción melódicamente; cantaba por fonética y no le daba demasiada importancia a la historia; pero me empecé a avivar de que la cosa venía por otro lado... estos tipos transmitiendo un mensaje con ese feeling, esa expresividad, esa exageración. El mensaje es categórico, guía.”
–Y muchas veces pesa, como la historia que dio origen a “Poor Ellen Smith”.
–Es una temática común en la época. Una mina abandona a un tipo, y por esa injuria él la asesina. Es una historia que tiene sus orígenes en el folklore de Escocia, Inglaterra o Irlanda, relatos de data muy antigua en los que si había una traición había que matar al que traicionaba.
–Da la impresión de que la necesidad de contar una historia no es el caso del “Big Bill Blues”, de Big Bill Broonzy. El recupero, en este caso, parece provenir de una intencionalidad musical...
–Es así por una particularidad: este blues tiene una fórmula que no es la estructura de doce compases con la que empiezan todas las canciones del género, sino que empieza por el dominante: tiene una forma rara. Es poco usual que un blues empiece por el quinto grado, quise reflejar eso.
–¿Le insume mucho trabajo versionar estas piezas que, en ciertos casos, alcanzan status de intocables?
–Estas músicas, al estar delante del tipo que las canta, te van sugiriendo si podés arribar a tal lugar o no. Hay canciones en las que patinás, que te impiden llegar. Por eso, elegimos las que pudimos conquistar, las que nos aceptaron. Lo que hice con el trío fue tomar las versiones que se hicieron de cada una, ponerlas en una licuadora y sacar un promedio. El “Milkcow Blues” lo grabaron Arnold, una banda western-swing de los ’40 y Elvis, y de las tres salió la mía. Trato de escuchar todas las páginas, las estudio y veo qué pasa conmigo.
– Puede que esta cuestión marque una diferencia con respecto a Sings Dylan, donde las versiones son más parecidas a las originales.
– Es que las canciones de Dylan son más identificativas por la cosa melódica. Escuchás “One More Weekend” y sabés que es Dylan, no hay vuelta.
–¿Vio el recital de Dylan en Vélez?
–Fue extraordinario. No creo que haya una banda en el mundo que suene como la suya... tocó todas cosas innovadoras, ensambladas y sin ninguna figura dando vueltas: eso es un grupo. Además, me gustó mucho ver tocar a Dylan el 90 por ciento de las canciones al piano. Está fantástico así, interpretando su propia música de la forma que se le canta, tanto que si no estás metido en su mundo no reconocés ninguna.
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