El libro Dalí y el cine (recién publicado por Electa) recopila textos del propio pintor y de diversos estudiosos, además de incluir más de cien reproducciones de pinturas, dibujos, guiones y fotografías. El genial relacionista público y mago del marketing que fue el propio pintor explica allí a los lectores sus planes sobre una película que llevaba años tratando de realizar: “Si llego a rodar mi película –escribe– quiero asegurarme de que será de principio a fin un prodigio, pues no vale la pena molestarse para ir a ver espectáculos que no sean sensacionales. Cuanto más numeroso sea mi público, más dinero proporcionará la película a su autor”. Sin ningún pudor, y asumiendo la definición que de él dio André Breton, Dalí desarrolla su concepto del cine y ofrece algunas pistas de lo que sería La carretilla de carne, en el supuesto caso de que se realizara, lo que finalmente no ocurrió: secuencias en las que estallan cinco grandes cisnes repletos de granadas; o la que se rodaría en la plaza de la Fontana de Trevi, en Roma, en las que desde las ventanas de los edificios de la plaza se lanzarían al agua seis rinocerontes, sin olvidar un amanecer en la Place de la Concorde, por la que cruzarían dos mil sacerdotes en bicicleta, o la que se desarrollaría en el lago de Vilarbetrán, en Gerona, en la que una anciana vestida de torero, aterida de frío por el agua que le llegaría a la cintura, haría equilibrios en su rapada cabeza con una tortilla francesa. Las relaciones de Dalí con el cine no fueron siempre ni tan radicales ni tan transgresoras: tuvo una fluida relación con los grandes estudios de Hollywood, trabajó con Hitchcock en Recuerda; reconoció su admiración por Cecil B. De Mille y Mae West, entre otros; trabajó en el guión de Jirafas en ensalada de lomos de caballo, para los Hermanos Marx y en estrecha colaboración con Harpo; y suya fue la inspiración de la secuencia onírica de El padre de la novia, de Vicente Minnelli.