Viernes, 12 de diciembre de 2008 | Hoy
LA NOCHE DE LAS LIBRERIAS, SOBRE LA CALLE CORRIENTES
El evento organizado por el gobierno porteño homenajeó por segundo año consecutivo a los libreros de Buenos Aires, en una iniciativa que contó con lecturas de poetas, recitales de tango y pronósticos poco alentadores para el año próximo.
Por Silvina Friera
En el tradicional café La Paz hubo un principio de rebelión, quizá sofocado por la corrección que imponía la celebración de los veinticinco años de democracia. “¿Y los escritores?”, increparon unas voces afiladas por la indignación a los funcionarios culturales del Gobierno de la Ciudad durante la inauguración de la segunda edición de La Noche de las Librerías, que se propuso homenajear a los libreros y a las librerías de la ciudad. Los gritos se extinguieron en murmullos. Los cuchicheos fueron sofocados por los sonidos de la cafetera, los platos, las cucharas. Una mujer se puso los anteojos, revisó el programa, alzó la vista en dirección a la mesa donde estaba la plana mayor de las autoridades, como buscando al ausente, y dijo en voz baja: “Alvaro Abós no vino, ¿no?”. Del otro lado, no hubo respuestas. Sólo un par de ceños fruncidos y un cauto balanceo de algunos cuerpos incómodos, como si en las sillas, sobre todo la de Hernán Lombardi, el ministro de Cultura, hubiera hormigas. Pero todo siguió como si en esa fiesta nada hubiera pasado. Lo que circulaba, volando tan bajito que se estrellaba contra el suelo del sentido común porteño, eran los discursos. “Los libros forman parte de la mejor tradición del pensamiento porteño –señaló Lombardi–. El 80 por ciento de los libros que se venden en la Argentina son editados en la ciudad.”
Desde la pecera del sector fumador, algunos ojos husmeaban qué estaba pasando, pero pronto regresaban a sus asuntos. Los representantes del sector mejoraron la puntería a la hora de hablar. “Esta es una oportunidad para entrar en contacto con los libros”, dijo María Pía Gagliardi, de la Cámara Argentina de Publicaciones (CAP), quien agregó que en la Argentina hay 1700 librerías, contra las 500 que tiene México. “Estén donde estén, las librerías son patrimonio de todos los argentinos, que las políticas de Estado deberán proteger.” Carlos de Santos, de la Cámara Argentina del Libro (CAL), subrayó que el porteño ha hecho de los libros y las librerías uno de sus hábitos más destacados. “Esta fecha tiene una resonancia especial –aseguró–. El pensamiento, la libertad y la democracia están indisolublemente unidos. Esta es una doble celebración de nuestra sociedad con la democracia y con los libros, para que nunca más los libreros desaparezcan y los libros se quemen, para que la calle Corrientes sea una fiesta de la libertad.” Ezequiel Leder Kremer, de la Cámara Argentina de Papelerías, Librerías y Afines, dueño de la librería Hernández, admitió que las librerías no están pasando por su mejor momento. “Nos afecta la crisis global de la economía, pero también tenemos nuestras propias crisis internas. El libro y la lectura han abandonado los lugares tradicionales que ocupaban hasta hoy”, aclaró, aludiendo al impacto de las nuevas tecnologías, las ventas on line, sobre las librerías.
Una mujer Pro, desde la punta del zapato hasta el pelo reluciente, se paralizó cuando vio a un nene con una remera con capas de grasa y suciedad acumuladas, dos talles más grande, que ofrecía unas estampitas y pedía una monedita, levantando la voz fuerte, como diciendo “aquí estoy, mírenme”. Con un asco indisimulado, lo tomó del brazo, se le acercó al oído y le advirtió: “Te quedás calladito porque esa señora está leyendo a Borges”. La señora, la actriz Andrea Bonelli, paladeaba un fragmento del prólogo de Los conjurados, su libro favorito. El nene sacudió el brazo para desembarazarse de las garras esculpidas de la mujer Pro, alzó los hombros y le contestó con su vocecita chillona: “¡Qué me importa!”, y siguió repartiendo sus estampitas y pidiendo su monedita. No tuvo mucha suerte: en la noche de la libertad y los libros, nadie en La Paz tenía una monedita para darle.
En el living de la calle Corrientes, entre Callao y Talcahuano, lectores de todas las edades elegían los confortables sillones para sentarse a leer al aire libre. Otros, en cambio, revolvían estantes y mesas de las librerías Antígona, Losada, Gandhi y Hernández, entre otras. Aunque Ignacio vive en Belgrano, siempre anda pispeando libros por la calle Corrientes. Sobre todo en una de sus favoritas, Antígona, por los textos políticos. “Estoy buscando La revolución rusa, de Rosa Luxemburgo, pero es muy difícil conseguirlo porque hace años que no se reedita”, le explicó a Página/12. “Me da más entusiasmo venir porque la calle está cortada, ves más gente buscando libros, el espíritu es otro. Hay un clima más jubiloso y festivo que te contagia.” Ignacio puede estar hasta dos horas en una librería, ese momento tiene algo de sagrado y mágico porque “a veces pierdo la noción del tiempo”.
En el subsuelo de la librería Hernández, Federico Jeanmarie, Pablo De Santis y Daniel Guebel repasaron sus comienzos y debatieron sobre la narrativa actual. “Mi primera novela nunca se publicó y no me acuerdo el título”, dijo Jeanmarie, reciente ganador del premio Emecé con Vida Interior. De Santis recordó la importancia que tuvo para él la revista Fierro, dirigida por Juan Sasturain. “Reflejaba el fervor por la democracia y la agitación del ambiente cultural”, señaló el escritor que publicó su primera novela, Palacio de la noche, en 1987, en una colección de nueva narrativa de Ediciones de la Flor. Guebel, que también publicó su primera novela, Arnulfo o los infortunios de un príncipe, en esa colección, ironizó: “Nosotros fuimos una patada al hígado en la economía de (Daniel) Divinsky”. Con un flamante libro de cuentos, Los padres de Sherezade, publicado en Eterna Cadencia, Guebel admitió que nunca concibió para su vida otra cosa que no fuera la escritura. “La literatura es una transmisión de padre a hijo, una vinculación que hermana de manera silenciosa.” Y recordó que cuando sus vecinos del barrio lo llamaban a jugar a la pelota, él les decía: “No, estoy leyendo”.
Jeanmarie reconoció que ahora mira con simpatía las dificultades que enfrentó hasta llegar a la publicación de su primer libro, pero en ese momento, en la década del 80, en la que se editaban menos libros, la situación era “horrorosa”. “Está bien ser rechazado mucho en la vida porque cada rechazo te va probando la vocación. En algunas editoriales no llegaba más allá de la recepcionista, y llegué a soñar que la recepcionista podría llegar al editor”, confesó. Guebel advirtió que, si la crisis económica continúa, “es probable que muchos buenos escritores no puedan publicar el año que viene”. Cristina Mucci, moderadora del debate, deslizó: “Quizá terminemos extrañando esta sobreoferta editorial”. Pedro Mairal participó en una mesa redonda sobre el rol de las librerías junto con Miguel Rep en La Paz; el dibujante Liniers dialogó con Mex Urtizberea en la librería Losada; Bárbara Belloc, Washington Cucurto y Cecilia Pavón leyeron sus poemas preferidos; Graciela Dufau, Graciela Borges y Nicolás Pauls también leyeron sus textos favoritos. Los lectores auscultaron cada rincón de las librerías hasta la una de la madrugada, y muchos salieron, victoriosos, con varios trofeos en sus bolsas y mochilas.
En la calle de la libertad, cerrada al tránsito de vehículos y convertida en peatonal, cuando Soledad Villamil empezó a cantar, algunas guillerminas, como preparadas para la ocasión, empezaron a deslizarse sobre el asfalto. De pronto en ese living al aire libre se improvisó una milonga. Algunos libreros y editores optaron por celebrar, acaso porque intuyen que el próximo año ya no podrán actuar como si no pasara nada.
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