Jueves, 22 de enero de 2009 | Hoy
THE SPIRIT, EL ESPIRITU, DE FRANK MILLER
Por Horacio Bernades
THE SPIRIT, EL ESPIRITU
(The Spirit, EE.UU., 2008)
Dirección y guión: Frank Miller, sobre historieta homónima de Will Eisner.
Fotografía: Bill Pope.
Intérpretes: Gabriel Macht, Samuel L. Jackson, Eva Mendes, Scarlet Johansson, Louis Lombardi, Sarah Paulson, Dan Lauria y Paz Vega.
The Spirit, El Espíritu, es la primera película que un alto nombre del comic dirige en base a la obra de otro, más alto aún. Publicada a lo largo de los años ’40, The Spirit es la más célebre historieta de Will Eisner, nombre capital del rubro (1917-2005). Es tal la estatura de Eisner que, desde hace veinte años, los Oscar del medio llevan su apellido. La fama de Miller se remonta a dos décadas atrás, cuando escribió y dibujó Batman, el regreso del caballero oscuro, y se sostiene hasta hoy, con creaciones como Sin City y 300. Ojalá no hubiera querido homenajear a su maestro: es difícil determinar si The Spirit, El Espíritu es peor como versión que como película lisa y llana.
Como Sin City –que Miller coescribió y codirigió en base a su propia novela gráfica– The Spirit, El Espíritu presenta una estética ostentosamente artificiosa, de tonos decolorados, sensación de blanco y negro y golpes de color, que en este caso no provienen de la sangre, sino de la roja corbata del protagonista. Miller parecería concebir el cine no sobre la base de planos, concepto que conlleva el de movimiento, sino de cuadritos, pero no de papel sino de cemento. The Spirit, El Espíritu transcurre en unos años ’40 llevados a la abstracción, con un clima de novela negra, que se manifiesta tanto en la pintura de personajes como en el relato off del protagonista, diálogos cortantes y aire escéptico y desencantado. Con un justiciero urbano por héroe –lleva antifaz, pero no armas ni superpoderes–, El Espíritu de Miller se parece más al aparatoso Dick Tracy de Warren Beatty que a la historieta original. Que si alguna revolución produjo en el lenguaje del comic fue la de su duro realismo callejero, sumamente transgresor para la época.
Autoconsciente hasta la náusea, el villano, llamado The Octopus (Samuel L. Jackson parecería torpedear, en clave de farsa, su trágico personaje de El protegido), se asume a sí mismo como “némesis” del héroe. A su lado, una Scarlet Johansson tan gélida y cruel como una walkiria, o como la Andrea Bonelli de Los exitosos Pells. Más mujeriego que el primer Bond, el protagonista (a Gabriel Macht parecen haberlo elegido por su garganta de lija) tiene una novia-médica forense, una ex que se volvió mala por ambición (la latina Eva Mendes, cuyas prodigiosas asentaderas son elevadas a la condición de eje temático) y dos enamoradas: la ciudad y la muerte. Algo que proclama así, textualmente, desde el off. Carente por completo de humor, llena de soliloquios kitsch y con uno de esos trabajos de dirección de arte que parecen reclamar a gritos un Oscar a la digitalización, en medio de todo ese sobrepeso, Miller pretende ser liviano, paródico, cool y hasta camp, disfrazando a Samuel Jackson de cangaceiro, señor japonés de la guerra, científico loco y militar nazi, e incrustando tres pelados, que se ríen como idiotas y se llaman Ethos, Logos y Pathos. Un chiste posmoderno: eso quiere ser, sin ninguna gracia, El Espíritu de Frank Miller.
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