Jueves, 22 de enero de 2009 | Hoy
EL SUSTITUTO, DE CLINT EASTWOOD, CON ANGELINA JOLIE Y JOHN MALKOVICH
Una madre, a la que le han cambiado su hijo, libra contra la institución policial una pulseada en la que lleva todas las de perder. Con solvencia y fluidez narrativa, Eastwood propone un drama apto para pugnar por un Oscar, aunque no esté a la altura de lo mejor de su obra.
Por Horacio Bernades
EL SUSTITUTO
(Changeling, EE.UU., 2008)
Dirección y música: Clint Eastwood.
Guión: J. Michael Straczynski.
Si se repasa la obra de Clint Eastwood se constatará que, en contra de las presuposiciones, hay en ella más héroes trágicos que épicos. Más oscuridad que gestas luminosas, más neurosis que cura, más amargura que logros. Así lo prueban obras de madurez, como Poder absoluto, o su ópera prima, Play Misty for Me (Obsesión mortal, 1971). Westerns como La venganza del muerto y El fugitivo Josey Wales, y films “de prestigio” como Cazador blanco, corazón negro y Bird. Las de pura acción (Ruta suicida, Impacto fulminante) y los dramas íntimos (la temprana Interludio de amor, Los puentes de Madison). Obras menores, como Jinetes del espacio y Deuda de sangre, y mayores, como Los imperdonables, Un mundo perfecto o Cartas desde Iwo Jima. Una de sus dos más recientes (la otra es Gran Torino, que se conocerá a comienzos de marzo), El sustituto, es una de las pocas en las que, más allá del dolor y las pérdidas, el bien triunfa, de modo claro e incuestionable. Se extrañan, en esta película que seguramente hoy figurará entre las nominadas al Oscar, las dosis de ambigüedad, de complejidad e incerteza, que hicieron de este casi octogenario un autor a seguir.
Con guión de J. Michael Straczynski –peón de brega, proveniente de la televisión–, El sustituto se basa en un caso real acontecido, en marzo de 1928, en la ciudad de Los Angeles. Madre soltera, la operadora telefónica Christine Collins (Angelina Jolie, con un corte de pelo y sombreritos que recuerdan a las stars del cine mudo) encuentra, al volver a casa, que su hijo Walter desapareció. Se comunica con la policía, y nada. Cinco meses más tarde lo traen. Pero hay un pequeño problemita: ese niño no es su hijo, sino uno con un lejano parecido. De aquí en más el relato, que podría haber torcido hacia el fantástico, deriva a una forma de realismo kafkiano (basta pensar en infinidad de hechos sucedidos aquí mismo, todos los días, para advertir que el oxímoron es sólo aparente). En ese relato la madre libra, contra la institución policial en pleno, una pulseada en la que lleva todas las de perder. Para sacársela de encima, un inspector la interna en un manicomio, incomunicada, hasta que finalmente el caso llega a tribunales. Allí se desarrollará la batalla final, al tiempo que en una lejana granja se descubre la clase de infierno al que podría haber ido a parar el pequeño Walter. En ese último acto, Christine cuenta, como únicos aliados, con su abogado y, sobre todo, un predicador quijotesco llamado Bliegreb (un John Malkovich de bigotito), para quien el caso es parte de su cruzada antipolicial.
Como un episodio de “ego policial” califica el propio Eastwood el demencial incidente, uno más en la larga serie de hechos de corrupción, atropello y hasta ejecuciones sumarias, emprendida por la policía de Los Angeles en los años ’20, desde el momento en que un tal James E. Davis (interpretado aquí por el siempre excelente Colm Feore) se hizo cargo de ella. Primer alegato en una obra hasta ahora libre de ellos, El sustituto se constituye en épica individual y femenina, con la protagonista batallando –animada por su destino manifiesto– contra el establishment en pleno. “Voy a defenderla gratis, porque es el más claro caso de injusticia que he conocido en mi vida”, le dice el abogado, y ése es el problema: todo es indiscutible, claro y libre de contradicciones, todo se encamina hacia su resolución. Si en algún momento puede dar la sensación de que el mundo se desencajó, al final vuelve a ponerse en su lugar. A enjugar las lágrimas y todos tranquilos, que la casa está en orden.
Se trata, sí, de una nueva Erin Brockovich, por más que el pudor narrativo de Eastwood le permite atenuar glorificaciones, facilismos y énfasis. En lugar de eso, su clásica fluidez narrativa y la solvencia técnica acostumbrada. Realzadas aquí por una impecable reconstrucción de época y una lánguida partitura jazzera, del propio Eastwood, que tal vez suene demasiado parecida al clásico Las hojas muertas. Aunque cada primer plano sobre sus labios color carmín dé la sensación de que media pantalla se tiñó de rojo, aunque luzca demasiado glamorosa para una telefonista, Jolie cumple una de esas actuaciones que suelen conducir directo al Oscar, llena de escenas que le permiten desplegar la anhelada mezcla de enjundia, indignación, dolor, llanto y coraje.
En términos de Hollywood y de Oscar, todo bien. En términos de Eastwood, no tanto. Más aún, considerando que el realizador resbala aquí hacia dos subgéneros tan barrosos como pueden serlo el film de manicomio (Jolie + electroshocks + pelo desarreglado = Inocencia interrumpida 2) y el drama tribunalicio. Ese que permite que los Estados Unidos expíen públicamente sus demonios, demostrando una vez más lo bien que funcionan allí la ley, la democracia y la defensa de pobres y desvalidos.
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