ENTREVISTA AL DIRECTOR CINEMATOGRAFICO MARTIN REJTMAN, SOBRE SU NUEVO LIBRO “LITERATURA Y OTROS CUENTOS”
“Mientras escribo descubro a mis personajes”
El director de cine y escritor habla ahora de Literatura y otros cuentos, el libro de relatos que acaba de publicar. “No se me ocurren historias con protagonistas apasionados con algo grandioso, con mucho sentido universal –dice el también autor de Rapado–. Mis personajes tienen pequeñas pasiones, o intereses, pero no grandes ambiciones.” En estos relatos Rejtman hace gala de su humor.
Por Angel Berlanga
Tras la lectura de Literatura y otros cuentos, el último libro de Martín Rejtman, el impulso lleva a escribir de sus personajes, a preguntarle a él sobre ellos. Eso a pesar de que en estas cuatro historias pasan unas cuantas cosas: viajes diversos (en avión, en moto, en alucinación), bailes, relaciones que se arman y se desarman, perros que nacen, se pierden, se encuentran, destrozan un departamento, experiencias de terapias varias, un proyecto de espectáculos múltiples que florece y se marchita en Palermo –su barrio, el barrio donde transcurre esta entrevista– y luego resucita en Sydney. Hace unos cinco años escribió el primer relato, Alplax; al último, Ornella, lo terminó hace unos meses; los del medio, Mi yeso y Literatura, aparecen publicados, también, de acuerdo al orden cronológico en que los fue escribiendo. “No fueron pensados para conformar una unidad”, dice Rejtman. Pero la conforman: por el estilo de su prosa (un decir parejo, aparentemente desapasionado y carente de emoción, sin alardes), por la sucesión fragmentada de circunstancias que transitan sus protagonistas de clase media porteña (en todos hay uno que hace un recorrido, y en su transcurso llegan y/o se van familiares, novias, amigos) y porque cuento tras cuento el libro pierde en opresión y gana en humor.
–¿Qué tienen en común estos protagonistas?
–No sé, supongo que tienen bastante. Me cuesta mucho decir “esto y esto”. Tienen reacciones parecidas frente a las cosas. Igual, creo que son diferentes.
–Contó que Los guantes mágicos surgió de la imagen de la idea de Vicentico como remisero de un Renault 12. ¿Los cuentos también surgen a partir de una imagen?
Antes de que responda: Rejtman es guionista y director cinematográfico de esa película y de otras dos, Silvia Prieto y Rapado. Rapado es el nombre de su primera novela; luego escribió Velcro y yo. “Yo soy un poco difícil de entrevistar”, dijo hace un rato, “no tengo demasiado para decir sobre lo que escribo, no soy reflexivo”. Tal vez, se sospecha, por lo leído sobre él y por lo que dirá algo más adelante, no le interesen las definiciones contundentes.
–Me pasa más con los guiones esto de partir de una imagen, o una situación: en ese caso fue una combinación de un actor en ese auto. Con los cuentos no es tan así. Para un proyecto cinematográfico se necesita una combinación de cosas que están en el guión, y en la literatura el texto es el proyecto mismo. En literatura, por lo general, lo que me pasa es que me siento a escribir y las ideas surgen en la escritura misma: tomo notas siempre fuera de mi casa y las vuelco al archivo de la computadora y juego con eso, a ver para dónde agarro.
–¿La idea es seguir el devenir del personaje?
–Sí, del personaje o de los personajes.
–Pero en todos estos relatos hay un protagonista fuerte.
–Sí, un protagonista fuerte que no es muy fuerte. La idea es seguir a ese personaje, en qué situaciones aparece y cómo todo eso va armando una trama. La ruta es esa, básicamente.
–Aunque hay un punto de partida y uno de llegada, no se marca un énfasis en “el comienzo” o “el final”.
–El punto de llegada nunca es igual al de partida: siempre hay un recorrido. Es lo que voy armando a medida que voy escribiendo un cuento, y cobra sentido en algún momento, al encontrarle el final, que no existe hasta que no aparece: no me doy cuenta de que llegué. Nunca sé si voy a escribir un cuento de una página o de setenta: cuando empiezo no tengo idea de adónde voy a parar con todo eso. Es un recorrido donde no tengo un mapa previo: se va trazando a medida que se va haciendo. La manera de escribir guiones es la misma; la diferencia es que cuando tengo ese mapa,con él voy a hacer una película. Y ya no lo modifico prácticamente en nada: trato de ser lo más fiel posible al guión, porque lo escribí con muchas ideas de puesta en escena, personajes, actores, decorados.
–Aunque sus personajes están rodeados de gente, están solos; en alguna entrevista dijo que no comparten la idealización de “dos personas en una”. Parecen no tener un lugar o un grupo de pertenencia.
–Yo creo que los caracteriza, justamente, que en la mayoría de los cuentos van formando ese grupo. De algún modo van armando grupos, o familias.
–Claro, pero así como se arman, se desarman.
–No es ninguna novedad, en la vida tampoco. Yo no lo destacaría como rango: no me parece nada fuera de lo común, es lo que nos pasa a todos. Los grupos, las familias, las relaciones se arman y desarman con mayor o menor velocidad, pero es lo que sucede. La movilidad es una constante en todos y todo. Me llama la atención que se hable de esto, porque seguramente no debés ser la única persona que me lo menciona; en todo caso, ¿por qué a los escritores que hablan sobre las relaciones y grupos fijos no se les pregunta por qué no son más dinámicas, o cambiantes? Me parece que es parte de un preconcepto, casi de la cultura del cristianismo, de que se vive con la unidad de la célula familiar. Es como partir de una óptica demasiado conservadora.
–Es cierto, no he observado la pregunta que plantea a los escritores que tienen protagonistas con relaciones más fijas. El comentario surge de no observar eso en sus personajes.
–Sí. La pregunta es: ¿por qué tiene que estar eso? La derecha hablaría de los valores de la familia, la izquierda de la falta de proyecto de cambio... Me parece que son preconceptos. No sé por qué me piden a mí eso. A veces tengo la impresión de que me leen y por izquierda me dicen “estos personajes no tienen esperanzas”, y por derecha “no forman familias tradicionales”. Hablan de “decadentismo”: me acuerdo de una crítica de La Nación a Rapado. No sé qué les pasa, por qué las cosas tienen que ser de acuerdo a parámetros ideológicos que no sé de dónde sacan. Esta es, simplemente, la manera en la que hago las cosas.
–De eso trata la entrevista: de ver cómo las hace.
–Sí, claro. No tiene que ver con un planteo ideológico, ni político, ni estético, ni poético, ni nada. Las historias que cuento son éstas: los personajes son así y las relaciones que arman son esas. Me llama la atención el énfasis en la falta de proyecto de vida de mis personajes: ¿quién tiene un proyecto de vida? No conozco a mucha gente que tenga.
–No, pero por ejemplo: en sus personajes no se ve algo similar a sus ganas –¿su pasión?– por hacer cine que, supongo, existirá.
–Efectivamente, no. Es que no me resultaría hablar de un personaje apasionado con una profesión. No se me ocurren historias para esos, no los puedo poner en ninguno de los relatos que escribo, tal vez. Pero no es que parto sabiendo que el personaje sobre el que estoy escribiendo es un arqueólogo, un ama de casa, lo que sea. Cuando empiezo voy viendo qué es, qué va a hacer, y ahí va apareciendo. Y por el momento ninguno se convirtió en alguien apasionado por algo grandioso, con mucho sentido universal en todo caso. Aunque sí tienen pequeñas pasiones, o intereses, que me parecen que son más comunes a todas las personas que viven en el planeta. Pero no tienen grandes ambiciones: me parece que ésa es la palabra. Yo no tengo grandes ambiciones, por más que me dedique al cine, a la literatura. No me interesa cambiar el mundo con lo que hago, ni pienso en ganar el Oscar, o el Nobel.
–Sí tiene ambición de contar historias.
–Disfruto con lo que hago. Disfruto escribiendo a veces, filmando a veces. Y viendo el resultado, por lo general disfruto bastante. Es un trabajo que tiene muchas partes diferentes, y me gusta hacerlo. Pero no soy un apasionado, ni del cine ni de la literatura; me gusta, es lo que hago, lo único que sé hacer, y no podría hacer otra cosa. Es más una necesidad que un apasionamiento, en todo caso.
–¿Por qué cuenta historias?
–No tengo una respuesta para eso. Directamente: no tengo.
–¿Por qué casi no hablan sus personajes? Es como si el peso de los relatos reposara más en lo que hacen, en sus movidas.
–Tal vez porque en mis últimas películas se habla mucho. Tengo la sensación de que las tramas avanzan muy rápido, y para eso me parece que los diálogos no hacen falta, en todo caso: detendrían un poco la acción. No sé, estoy tratando de reflexionar un poco en voz alta. Porque no es que dijera “ah, voy a escribir pocos diálogos”. Con Silvia Prieto me lo propuse; es que Rapado, la anterior, tenía muy pocos. En estos cuentos están los que necesitaba, nada más. Hay algunos que son importantes, de todas formas.
–Dijo que no entendía por qué se pretende hacer coincidir al cine con la realidad. ¿Pasa lo mismo con la literatura?
–No, porque no existe el malentendido entre realidad y literatura. Como la cámara registra algo que podría ser la realidad es más fácil confundirse. La literatura es sin duda artificial, no hay una pretensión de naturalidad ahí. Si alguna vez cumplió esa función, ya no la cumple más, ni la va a cumplir nunca.
–¿En qué parte de estos cuentos está usted?
–Yo estoy en todos lados. En segundo año tenía un profesor de dibujo que nos hacía dibujar, en una hoja grande, pequeños monstruos, porque era lo que él hacía, era su estética. Al final de la clase nos preguntaba cuál de todos éramos nosotros. Y lo que había que contestar es que éramos todos. Esa era la respuesta: sabíamos que teníamos que contestar eso.