PLASTICA › “GENEALOGIAS”, DE LEONEL LUNA, EN EL CENTRO CULTURAL RECOLETA
El mapa de las correspondencias
La exposición presenta una divertida genealogía que da cuenta de nombres y tendencias del arte de estas pampas.
Por Fabián Lebenglik
La proliferación de sobres con invitaciones, tarjetas y postales por correo electrónico o por vía postal que distribuye al mundo el arte cada año entre quienes figuran en su mailing es abrumadora. Hay quienes, como Leonel Luna (LL), coleccionan todos esos souvenirs, con los que se podría armar una voluminosa carpeta que daría cuenta –un tanto arbitrariamente– de la activa, casi saturada temporada (seguida de otra temporada y así sucesivamente) de las artes visuales locales.
LL no sólo colecciona esa correspondencia específica –a la que se suman catálogos, brochures, desplegables, trípticos y más tarjetas y postales que pueden obtenerse en las propias exposiciones– sino que con ella establece un sistema del arte local. A tal punto llega la colección (la suma de colecciones) de LL que el artista, en un esfuerzo multidisciplinario (a través del cual reúne Historia del arte, Sociología, Arqueología, Crítica cultural, Lingüística...) decide hacer una exposición para explicitar el sistema.
Así, de lleno, Leonel Luna propone una genealogía del arte argentino, desde su fundación hasta hoy. Pero no sólo hasta “hoy” en sentido metafórico, sino hasta la fecha precisa de hoy, porque mientras dura la exposición, siguen sumándose nombres a la colección.
La muestra “Genealogías”, de Leonel Luna, se divide en varios capítulos: por una parte, la pared más grande de la sala exhibe una multitud de nombres escritos a mano. Cada nombre –desde los pintores viajeros que ejercieron su oficio en el territorio del Virreinato del Río de La Plata, hasta el último joven artista que recién asoma la cabeza al mundano sistema del arte local– se conecta con otro a través de un sistema de relaciones que oscila entre la lógica y el capricho. Se trata de conexiones que, como si fueran nodos de un link de Internet, van llevando de una a otra hasta generar un mapa de palabras (de nombres propios) que ocupa la totalidad de la pared, de izquierda a derecha y del piso al techo.
Otro muro está cubierto de pequeñas imágenes (las mencionadas y prolíficas postales) que también conforman un sistema de relaciones, a través de líneas que las unen (siempre con la misma mezcla de intuición y arbitrariedad). Así, el sistema no sólo establece correspondencias por nombres sino también por imágenes.
Otra pared muestra las relaciones, parentescos y aires de familia entre los distintos movimientos y tendencias del arte de estas pampas y, finalmente, un cuadro de texto genera un lenguaje ad hoc para hablar de arte sin que se entienda mucho. Este cuadro supone la sistematización de una crítica de arte, es decir, de ese lenguaje, muchas veces abstruso que puede predicar (bastante impunemente, según parece hacerlo la crítica local en la mirada corrosiva de Luna) sobre las imágenes creadas por los artistas.
El propio LL se encarga de explicar al visitante, a través de un texto, el sentido de su exposición. Se titula “La mirada subjetiva” y allí el artista dice que “el criterio popular presupone la existencia del arte como algo subjetivo y amorfo. A su vez, como generador de una dudosa experiencia objetiva. La experiencia objetiva (veo un cuadro) nos provoca la creación de una hipótesis subjetiva (¡¡ahí hay arte!!). La experiencia objetiva es real, no hay duda de ella. En cambio la hipótesis subjetiva es fruto de una combinación de imaginación y percepción, susceptible de error, y siempre sujeta a revisión. La existencia de la percepción es algo real. La existencia del hecho artístico es una experiencia concreta. ‘Genealogías’ propone un recorrido historiográfico subjetivo por nuestra historia del arte, en una secuencia de nombres cuya relación sólo podemos intuir y descubrir en la medida en que la proximidad histórica nos muestra su absoluta arbitrariedad. Las relaciones establecidas son así, más que vínculos lineales, una intrincada red que va tejiendo estilos, formas e historias, que se legitiman mutuamente, no tanto por proximidad, sino por formar parte de un texto que se va escribiendo con imágenes.”
El mapa de nombres es imposible de abarcar. Se trata más bien de una secuencia caótica, en donde la cronología es sólo un espejismo. Y a medida que se “avanza” hasta llegar al presente, ese mapa consigna los nombres más recientes, los recienvenidos que, entre el afecto y el sarcasmo, están escritos en varios casos sin respetar la grafía correspondiente, sino sólo por aproximación, por fonética. Del error y la errata se deduce la fugacidad de ciertos nombres, que quedan fijados muy lábilmente en la memoria.
Hablar de “colección” en este caso no es ocioso. LL utiliza su colección de nombres del mismo modo que el coleccionista de arte reúne su patrimonio artístico: como un gesto cultural, ideológico y estético; dando cuenta de un sistema del cual aspira a ser no sólo un juguetón intérprete sino también un lúdico depositario. Porque figurar en la colección supone la reserva de un lugar en la posteridad (aunque se trate de una posteridad ficcional, como la propuestas en este juego genealógico).
Lo que hace a esta colección tan particular es que se trata, excepcionalmente, de una colección exhaustiva, omnicomprensiva, que incluye supuestamente todo y a todos. Es una lista completa (es decir, todo lo completa que puede ser una lista que se enriquece diariamente).
Pero fundamentalmente, el mapa trazado por LL es un gesto de abrazo simbólico ante la gran cantidad de artistas que surgen todo el tiempo. Es un panorama casi inabarcable y en este sentido el propio LL pide la colaboración de los visitantes para que lo ayuden a completar el mapa y a corregir los nombres mal escritos. Se trata de un sistema de acumulación más que de un sistema de relaciones. De un sistema de reunión de lo disperso, ante la dispersión del campo artístico y ante la cantidad de subsistemas de consagración que aquí, en la pared de la sala del Centro Cultural Recoleta, aparecen todos juntos en una suerte de utópica comunidad.
Por otra parte, desde su caótica sistematización, no deja de ser un panorama, un recorrido, una acumulación controlada, seriada. Es una batalla contra la incompletud inherente de toda colección –en la que siempre, por definición, falta algo.
La aspiración de LL no deja de tener matices foucaultianos, por su búsqueda de una genealogía del arte argentino, en el más sentido que este término adquirió con el posestructuralismo. El filósofo francés sostenía que la genealogía es la búsqueda del fondo del fondo, de la razón de la razón. La genealogía, decía, es menos conocimiento que reconocimiento. (Y aquí el que otorga reconocimiento es el propio LL.)
En el mapa de LL el tiempo se vuelve una variable abstracta, un largo continuum, una red en la que todos quedan inscriptos con el mismo valor. La genealogía no deja de ser un árbol relativamente caprichoso y, en este sentido es un modo de autoinventarse, mediante el mapeo de los ancestros adecuados. La genealogía es una manera de evadirse de las herencias y legados de sangre, para trazar orígenes y sistemas teóricos por parte de quienes no tengan escudo y blasón. Es un esquema de democratización más o menos lógico, más o menos arbitrario.
En la genealogía de Leonel Luna no sólo se mapean los nombres sino también las imágenes, los movimientos y se intenta generar una suerte de –muy divertida– máquina de producción de textos críticos. Esa máquina surge de un hipertexto diseñado por el artista, a partir de citas textuales del crítico Carlos Espartaco (a quien apoda “el oscuro”). Si cada quien es esclavo de sus palabras y amo de sus silencios, LL cosecha algunas de esas esclavitudes de Espartaco. “Las palabras –explica Leonel Luna– redefinen lo que vemos mostrando aquello que no se puede definir. Para eso existen nuevos adjetivos, sustantivos adjetivados y verbos inconjugables que mantienen una intrincada relación entre aquello que vemos y aquello que leemos. El ‘hipertexto’ es una herramienta y al mismo tiempo una regla que podemos utilizar para construir textos críticos, donde la obra del artista, como en el horóscopo semanal, pueda interpretarse y leerse más allá de toda comprensión humana.”
Así, el cuadro llamado “hipertexto” contiene una serie de casilleros intercambiables, gracias a los cuales se pueden producir oraciones como la siguiente: “Como ustedes saben la predominancia de la imagen [deja libre a la forma de indeterminaciones] [de ciertos valores emotivos y sensoriales]”. Cada frase interna de la oración es un comodín que puede ser reemplazado por las frases equivalentes del “hipertexto”. La frase entre corchetes puede cambiarse, por ejemplo, por esta otra: [extiende el campo de conciencia para modificar la comprensión]. Y aquí surge otro recambio posible: [Expone la obra a sobredeterminaciones que exceden el campo artístico].
De manera que con esta muestra Leonel Luna propone un mapa y un contexto de uso, en el que los contenidos artísticos quedan celosamente guardados en la construcción subjetiva que cada espectador teje a través del tiempo. (“Genealogías”, en el Centro Cultural Recoleta, Junín 1930, hasta el 29 de enero.)