Miércoles, 19 de agosto de 2009 | Hoy
EL CICLO “LATINOAMERICANO EN EL CENTRO. UNA MIRADA TOTAL”
El Centro Cultural de la Cooperación es la sede de una programación que busca echar luz sobre una cinematografía que no llega con facilidad a la cartelera. “Hay más posibilidad de ver cine oriental que colombiano”, dice el programador Guadi Calvo.
Por Oscar Ranzani
Tiene el blanco de la pureza y de la pulcritud en su exterior, pero su estructura interna arrastra un pasado ominoso y perverso: el buque “La Esmeralda”, considerado “un embajador” de Chile en las aguas del mundo, fue un centro clandestino de detención durante doce días de la dictadura chilena encabezada por Augusto Pinochet. Allí fueron torturados 97 hombres y 58 mujeres. Pese a su siniestro pasado, esta embarcación es poco menos que una insignia patriótica, y cada año realiza un crucero que parte de Valparaíso hacia diferentes puertos del planeta. Indagando en esta historia y en la de la gente que padeció la tortura en el barco, el prestigioso documentalista chileno Patricio Henríquez dirigió El lado oscuro de la dama blanca, documental que hoy a las 20 inaugura el ciclo “Latinoamericano en el Centro. Una mirada total”, en el Centro Cultural de la Cooperación (Corrientes 1543), donde se podrán ver hasta fin de año cinco películas que dan cuenta de la realidad del cine latinoamericano, de acuerdo con la mirada de realizadores de distintos puntos del continente. La entrada es gratuita.
Guadi Calvo, periodista especializado en cine latinoamericano, es el programador de esta muestra y señala que el subtítulo del nombre del ciclo, “Una mirada total”, le da la intencionalidad: “Yo quiero que este ciclo se perpetúe en el tiempo, más allá de mi presencia. El objetivo es exhibir todo el cine latinoamericano: documental o ficción, cine de última generación o clásicos. Y la idea es también buscar una serie de películas que tienen valores y que han pasado sin ningún tipo de notoriedad en sus propios países, y que no se han visto afuera tampoco. Quiero tratar de pasar todo el cine latinoamericano que me sea posible”, asegura el programador, quien sostiene que la ausencia de este tipo de material audiovisual en la cartelera porteña no es una situación exclusiva de nuestro país, sino que “se da en todas las capitales del continente. De pronto, hay más posibilidad de ver cine oriental que cine colombiano. Incluso hay películas latinoamericanas como Bolívar soy yo, del director colombiano Jorge Alí Triana, que ganó en el Festival de Mar del Plata 2002 y nunca se exhibió en Buenos Aires”.
Los lectores recordarán el Caracazo, aquella rebelión popular producida el 27 de febrero de 1989 en la capital de Venezuela como respuesta espontánea a una serie de medidas económicas impulsadas por el gobierno neoliberal de Carlos Andrés Pérez, cuyas fuerzas de seguridad provocaron una violenta represión que les costó la vida a cientos de manifestantes. Sobre la base de estos hechos, el director venezolano Román Chalbaud construyó una ficción titulada, justamente, El Caracazo, que se exhibirá el miércoles 16 de septiembre a las 20 en el CCC. “Román Chalbaud es un director nacido en 1931 que dirigió más de veinte largometrajes. El tiene una tendencia (que es casi un homenaje) permanente al melodrama. Así que los espectadores se van a encontrar con una película netamente política, pero también con una lectura melodramática de la realidad”, asegura Calvo.
El miércoles 21 de octubre a las 20 será el turno de La vida loca, de Christian Poveda, realizador francés que vive en El Salvador. Se trata de un documental que pone la lupa en las maras: bandas juveniles centroamericanas hiperviolentas, que se gestaron a partir de quiebres sociales producidos en El Salvador, Honduras y Guatemala. La vida loca aborda la vida –y la muerte– de los integrantes de dos de ellas: Salvatrucha y la M18 que, además, “son hiperenemigas entre sí y se distinguen por el tipo de tatuajes que se hacen”, comenta Calvo, quien asegura que las maras son multitudinarias, ya que llegan a tener 250 mil integrantes. Buscando indagar en el aspecto humano del fenómeno social, el documental pretende dejar un halo de esperanza respecto de cómo ellos mismos se imaginan la salida del universo de violencia en el que están inmersos.
Completan el ciclo dos largometrajes bolivianos. Uno de ellos, el clásico Amargo Mar (miércoles 18 de noviembre a las 20), que Antonio Eguino filmó en 1984, “es una ficción que cuenta la pérdida del mar boliviano a manos de Chile, aquella guerra que dejó a Bolivia sin mar”, recuerda Calvo. El film tiene un contexto político-histórico de aquel suceso, y la investigación previa demoró cinco años. El otro es el documental El estado de las cosas, de Marco Loayza (miércoles 9 de diciembre a las 20). Cuarto largometraje de Loayza, el cineasta trabajó dos años para realizarlo y lo filmó poco antes de la asunción de Evo Morales a la presidencia. “Loayza hace un viaje por toda Bolivia entrevistando a empresarios, intelectuales, artistas, gente común, periodistas. Va relevando cuál es la situación de su país en todos los espectros posibles antes de la asunción de este presidente absolutamente nuevo para la realidad boliviana”, señala Calvo.
“El sentido de este ciclo es establecer un lugar de referencia y hacerlo permanente. Este es un ensayo hasta fin de año para ver cómo responden el público y los colegas. La idea es que haya un lugar fijo donde se pueda ver cine latinoamericano todo el año, más allá de los estrenos comerciales”, se entusiasma Calvo, mientras analiza la realidad del cine latinoamericano y cómo pueden estas películas dar cuenta de la misma. “Algunas veces he tenido discusiones con colegas que dicen que no existe el cine latinoamericano, como no existe el cine europeo o el cine oriental, sino que dicen que existe el cine por países. Pero yo creo que el cine latinoamericano es una unidad, tiende a una unidad o parte de una unidad. Primero, porque nos manejamos con el mismo idioma, las mismas problemáticas, las mismas religiosidades, más allá de las religiones en sí mismas, pero hay mucha presencia de mitos y creencias. En el cine latinoamericano hay una fuerte unidad de conceptos. Y el buen cine latinoamericano ha tenido siempre la presencia de la crítica o al menos la observación social”, concluye el programador.
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