Sábado, 25 de febrero de 2006 | Hoy
EN LA TRASTIENDA DEL PROGRAMA “EL PARQUIMETRO”, CON FERNANDO PEÑA, SUS PERSONAJES Y SU AUTODEFINICION
Como si fuera una posesión diabólica, Peña muta fácilmente de pibe chorro a señora facha. En su regreso a La Metro pide que le abran juego: “Mi idea de programa no es la de la radio”.
Por Julián Gorodischer
“Buenos días, estamos en la segunda hora de El Parquímetro. No escucharán lo típico en un programa radial de la mañana... no se hablará de tostadas, ni de jugo, ni del clima...”. De típico, nada. Durante las próximas dos horas se verá al pastor de este templo radial (en la sede de La Metro 95.1, donde conduce su programa de lunes a viernes de 7 a 10) entregado a contorsiones gesticulares que lo transmutan de uno a otro personaje. Encarnará a cada uno de sus históricos chicos –la locutora travesti, el peluquero gay, la señora facha, el pibe chorro– con la convicción de que el actor/conductor/guionista Fernando Peña no nació para imitar; en cambio, muta. Este extraño ser, convencido de que “el programa c’est moi”, ideólogo de sermones y frases incorrectas sobre negros cabeza y judíos (que le valieron una reciente “carta abierta” de espectador de teatro ofendido por su humor cáustico), no esquiva la polémica.
Su goce en la incorrección se expresa verbalmente a través del género del sermón. A la oyente María, de zona norte, le larga el chorro: “No tengas culpas. Decí: qué enfermos que son. Decí: son unos negros cabeza. En este país todo es gris, todo es triste. Yo no hubiera hecho eso (sobre los incidentes en el recital de los Stones). Es la mentalidad del boludo alegre que hace estallar la llama”. Dos horas más tarde, volviendo sobre el tema, dirá que no teme ser confundido con un locutor crispado de los de Radio Diez. “Yo me meto con todos, y conmigo mismo. No soy tendencioso.” A dos semanas de haber estrenado en la radio en la que creció, de la que se fue, a la que vuelve, ascendido al horario central, está decidido a relegar la ficción.
–La estrella de este año es Peña. Cada vez que aparece mi voz la gente para la oreja. ¿Por qué? Porque yo soy un puto muy interesante; cuando hablo yo hay un parate. No quiero ser un Rolo Villar ni una Niní Marshall; no quiero ser nada más que un personaje. Niní se murió ahogada por sus personajes.
–Ese “yo” de Peña suena malhumorado, protestón...
–Hay mucho miedo a mí, y eso me traba. Y yo, trabado, no funciono. Estamos viendo cómo nos acomodamos, porque yo no me quiero pelear con la radio. Yo tengo una idea de hacer radio que no es la de ellos... estoy dejando de jugar mucho... a mí me gusta meterme en la tanda y acá no puedo. La mejor manera de que alguien escuche la tanda es prometiendo artística. Si no, seamos realistas, quién va a escuchar una tanda.
–...
–No sé por qué les da tanto miedo mi juego. Lo que atrae de mí en radio es que soy algo distinto, y me quieren estandarizar. Ahí sale como el orto, pero tampoco quiero estar sin aire. ¡Me tengo que aburguesar! Ahí viene la contradicción porque me pongo mal: quiero cambiar la radio, desestructurarla, ofrecer algo distinto para escuchar. Y la idea de la radio es meterme en un paquetito cómodo.
Su “transgresión” es el lugar común más mentado del periodismo gráfico; nombrarlo como el rebelde del espectáculo criollo inhabilitaría esta misma prosa y, sin embargo, lo previsible es lo comprobable. Por estos días se obsesiona con que lo dejen hablar en la tanda. Le dijeron que no se podía, y Peña se convenció más aún de que lo que gusta de él es el caos, que para formatos prolijos ya existe “un Lani Hanglin, un Matías Martin...”. Si la industria cultural lo convoca para escandalizar con moderación (MTV para una campaña contra el sida, la Metro para levantar el rating de la mañana), Peña redobla proponiendo una campaña por “el derecho a decidir sobre el uso del preservativo” (y consigue que la suspendan). Si la Metro decide que es más fuerte su popularidad que las multas que ha generado en el pasado, él decide que está muy pero muy incómodo y que así no se puede.... “En todo momento sentí un palo en el orto”, dice sobre esta fecha. “Para lo que ellos quieren el aire está largo. Mi velocidad no quiere decir tiempo corto; en cinco minutos podría meter quince columnas de los personajes, algo imposible de dejar de escuchar. Pero eso no cabe.”
El show de Peña fuera del aire se basa en la creencia de que, como divo, debe ser bancado: existe un consenso entre productores y amigos en que hay que dejarlo hacer sin importunar. Remite al genio loco, al anticipado, al incomprendido que recompensa con talento aplicado a la cubana Milagros López, el peluquero Roberto Flores, el cheto Rivoira Lynch, el pibe nerd Jonathan Bermúdez (que tanto creció en 2006). “Perdónenme –dice a la producción–, pero si yo no me divierto no puedo. Necesito esas cositas divertidas. ¡Ni siquiera puedo interrumpir la tanda por un Ultimo Momento! ¡Hacer radio significa darle la importancia exacta a cada cosa!” El gritón se relaja, proclive al pasaje entre estados extremos (del autismo a la pura exterioridad), y pide a los oyentes que hagan de movileros espontáneos de un choque en Lugones y Pampa. Peña consagra al cronista accidental, promueve el rescate de personas comunes en un formato cercano al reality profesional (competir por hacerlo mejor) pero en el que no hay premio.
“Estoy harto de los movileros. Junto con los locutores, acartonan la radio, la avejentan, muchos de ellos hacen de la radio un tedio. La falta de experiencia del oyente, ese nervio en la voz, hacen que uno pare la oreja, la desentumecen. Rompamos la escala artística y vamos a otra cosa. Lo lindo de este programa es que es un caos.” Y se celebra a sí mismo con un roce de la mejilla contra el hombro.
Su método es: se dejará llevar por un magma de sensaciones, guiado apenas por la percepción del instante, dejándose atrapar por el recuerdo inmediato, la mosca que pasa, el ruidito tres puertas más allá, la convicción de que él va más rápido, siempre más rápido que el resto. Y después vuelve al enojo anterior. “Embellézcanme el programa. Quiero que me produzcan chistes y preguntas. Siempre rinden. Por ejemplo: Sube rica y baja pobre, qué es...”. Cuando productores y técnicos se desviven por complacerlo, desplegando infinidad de efectos de aplauso, risa, dibujo animado, eructo..., cuando el ritmo de todo el equipo es desenfrenado y, sin embargo, nunca alcanza para arrimarse a ese tránsito continuo de Milagritos a Palito y de allí a Roberto Flores, cuando algo parece empezar a colmar al genio extrovertido..., él ya está pensando en otra cosa. Consiguió una nueva insatisfacción derivada de una contradicción originaria: en su programa a una consigna simple (una adivinanza) debería corresponderle una respuesta culta, compleja, elevada...
–Mi oyente favorito –reclama Peña– es el que desgrana, el que desmenuza. Les pido que hablen sobre lo “seco”, y seco puede ser sequedad, lengua seca por haber visto a tu madre engañando a tu padre, rama seca, falta de vida, falta de riego, o por qué el regador nunca emboca, o por qué no hay más regadores automáticos, inundación, Reutemann, Santa Fe; me gusta la confesión, la asociación, el craneo. Todo con una sola palabra.
En el mundo de Fernando Peña hay todavía otros dos infaltables. El primero es su persistencia en la guasada, que en su boca sigue revolucionando una cierta modorra, aun en medio del supuesto destape. Tal vez porque la mención explícita, en él, vira a la asociación poética –esta vez, en voz de Milagros López–, y allí se sutiliza, se acomoda... Primero pide que llamen a Mirtha para hablar de su sequedad vaginal. Inmediatamente eso inspira a la cubana, que dice: “Candela y humedad. Si tienes amor en el corazón..., si sabes por dónde viene el toro..., si sabes por dónde te meneas..., le puedes echar azúcar. Le cocino a mi negro, y siempre tengo la olla de guiso llena”.
Lo otro es su inclinación a denunciar a gays tapados de la farándula. Se mueve cómodo, tal vez como una militancia o quizá por el simple placer del cotilleo, en ese armado de listas sexuales, al que agregó uno más durante la entrevista del viernes a la conductora Carla Conte. Nada irrita más a Peña (y eso que la irritación es su estado natural) que las verdades a medias, las dobles vidas, la palabra velada... Se para y pide al productor: “Al aire, díganmelo al aire. Nada de chucu, todo se dice para que se escuche, todo”, entregado a ese tono que sería fácilmente acusable de demagogia pero que, en este caso, tratándose del que suele cortar o insultar o sermonear al oyente, no encuentra una motivación tan evidente. Después de observarlo un largo rato, de haber estado parado e incómodo con la sensación clarísima de estar molestando, y después de escuchar que “hoy el programa está más lento que nunca, más que lento... trabado” y sentirse culpable sólo por estar ahí, aquel que presencie la trastienda de El Parquímetro sabrá por qué se sacrifica. Eso si su intención es pintar un retrato. Lo deja en claro Peña cuando recibe, cortés, en su templo/estudio y se define de una vez por todas:
–A mí no me producen, a mí me aportan. Yo no trabajo en equipo, y eso el oyente lo reconoce. El programa –dice, impudoroso, pero consciente– soy yo.
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