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Sábado, 25 de febrero de 2006

MUSICA › LA DESPEDIDA DEL CUARTETO

Rolling Stones, los pilotos de tormenta

Bajo una lluvia que agregó dramatismo, el segundo show fue una fiesta. ¿Volverán?

 Por Eduardo Fabregat

¿Qué fue lo que llevó a que el jueves, en la despedida de The Rolling Stones, se multiplicaran esos incidentes que tanto les gustan a quienes prefieren ver al rock en las páginas de Policiales antes que en Espectáculos? Desde un lugar pesimista, puede decirse que estaba cantado: Frente a la facilidad con la que se colaron el martes, cerca de 5 mil personas pensaron que la aventura de entrar gratis a River era nuevamente posible. Y algunos que no lo intentaron el primer día, al ver por TV ese ingreso en manada de la primera fecha se animaron a probar suerte. La combinación de pibes desesperados y policías aleccionados para evitar el desmadre suele ser caldo de escándalos, pero –de modo curioso– el dispositivo de seguridad funcionó mejor el día que hubo más material para Crónica TV: en la primera fecha la organización falló, las vallas fueron superadas, muchas personas ingresaron de arrebato y otras muchas se quedaron con la (carísima) entrada en el bolsillo y sin show. El jueves, la escaramuza fue en Libertador y Udaondo, el límite para los inadaptados de siempre. Pero de nada vale esa vieja (y varias veces comprobada) convicción del gusto de la policía por excederse: los que no tenían ticket no tenían nada que hacer allí, y menos aún expresar su descontento porque no los dejaran entrar gratis a puro botellazo.

Adentro, en tanto, Jagger, Richards, Watts, Wood y compañía se enfrentaban a un problema siempre latente en lugares abiertos, pero que no habían sufrido en sus once shows anteriores en tierra argentina: la lluvia, ese diluvio lento que tomó la ciudad, le agregó dramatismo a la puesta, dio nuevos reflejos al arsenal de luces y agregó tono épico a la estampa de los Glimmer Twins. Pero también condicionó el desarrollo del show y la performance: sólo unos minutos antes del inicio, un equipo de técnicos se afanaba engrampando placas de alfombra antideslizante en el frente del escenario, allí donde Mick hace buena parte de su faena. Y otros dos cortinaban a conciencia el rinconcito de Charlie, que al abuelo más vale no mojarlo mucho. Con los gestos escénicos de costumbre resignificados por la cortina de agua, los músicos se bancaron de todos modos dos horas de cuerdas –vocales y de guitarra– mojadas, frente a un público que también hubiera rendido mejor sin lluvia. Para utilizar un término apropiado, los Stones tuvieron que pilotearla.

Entonces, el grupo salió a navegar por el campo con su escenario móvil en Miss you, y dos escenitas de ese momento dan otra buena pista sobre su oficio como pilotos de tormenta. Mientras cantaba Rough justice, Mick Jagger vio venir un objeto arrojado desde el público y, en milésimas de segundo, ladeó la cabeza lo mínimo necesario para esquivarlo sin perder el compás ni la concentración. En la otra punta del cuadrilátero, Keith Richards se las arreglaba para fumar bajo la lluvia. Pero aun los más curtidos tienen sus flaquezas, y la noche del jueves incluyó una inversión de roles que puede entenderse como momento histórico: ya nadie se asombra de que el viejo Keith meta un manazo, pero durante Start me up, el que arrancó con el estribillo un compás antes y quedó en evidente offside fue... el mismísimo Jagger. ¿Cuántos pueden dar fe de semejante metida de gamba en el prócer?

Entre el público, soportar la gota permanente en la cabeza tuvo un premio extra: si en la primera noche hubo algún bache de intensidad (en momentos como Midnight rambler y Night time is the right time, de Ray Charles), el set del jueves fue retocado. Y así, para evitar que el agua planchara demasiado a la asistencia, ingresó You got me rocking en lugar de Shattered, y asomó una rareza del vivo como She’s so cold, y el “momento balada” de la primera parte fue nada menos que Angie, y Gimme shelter dio espacio a uno de esos duetos calientes entre Jagger y Lisa Fischer. Hubo un par de cambios estratégicos de orden (con Tumblin’ dice y Start me up, ubicada antes de Brown sugar), y hasta el capricho de tocar Bitch (de esa obra maestra con casi 35 años llamada Sticky fingers). Y sobre River podían caer batracios de punta, pero el vapor que volvía desde el campo demostraba que la ceremonia estaba en regla.

Los Stones dejaron el Four Seasons (donde ya empiezan a preparar las vallas para U2) ayer a las 16.45, y la pregunta de si volverán no es ociosa. En 1992, Guns n’Roses vino promediando el Use your Illusion tour y, conscientes de su poder de convocatoria, regresaron al final de esa misma gira. No cabe alimentar esa ilusión de que los Stones “nos quieren”, pero sí se pueden encontrar explicaciones por el lado de eso que, aun tan sobrealimentado como sus cuentas bancarias, conserva para ellos cierto atractivo: el masaje al ego. Una enseñanza anexa de este doblete de shows es el recuerdo de que se puede ser un público participativo sin llegar al exceso de protagonismo que llevó a Cromañón. Sin banderas ni bengalas, sólo ejerciendo de público entregado a una fiesta de música, las 130 mil almas que poblaron el Monumental ofrecieron un espectáculo que a esos veteranos aún les gusta presenciar, casi tanto como el millón largo que juntaron en Copacabana. Aquí, el show business Stone funciona a la perfección: las fantasías del público argentino cierran esa burbuja en la que los Stones representan mucho más de lo que realmente son, y bastó ver a la patria Stone movilizada en estos días para comprobarlo. “Están igual...”, dijo Jagger: ésa es la gracia.

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Por orden del grupo, en la segunda noche no hubo fotógrafos acreditados.
 
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