El sueño del pibe hecho realidad. Tratando de desentrañar la magia, en 1974 el baterista Horacio López tocaba encima de lo que entregaban Herbie Hancock y sus Headhunters desde el LP. No tenía manera de sospechar que apenas dos años después estaría tocando con su ídolo, el genial pianista estadounidense, ya presente de cuerpo entero. “Un día, justo antes del golpe del ’76, me llamó por teléfono un baterista amigo ofreciéndome reemplazarlo para tocar en Aruba. Era una propuesta insólita, pero acepté y me fui al Caribe, nomás. A los siete meses de estar allá, me escuchó el cantante Jon Lucien y me propuso acompañarlo en una gira por Estados Unidos, con un concierto final en el Carnegie Hall de Nueva York. Yo no sabía si era una joda o qué, pero como estaba en una mesa con la esposa de Hancock y la hija de Wayne Shorter, me dije: ‘Vamos a darle un poco de crédito a este tipo’.” Valió la pena hacerlo. Gracias al círculo de amistades de Lucien, además de jugar en la primera del jazz en su país de origen, Horacio se dio el gusto de compartir varias jam sessions con el gran Herbie. “Tenía tanta capacidad de producir música que la imagen que me daba era la de un vaso de cerveza que se desborda cayendo primero a la mesa y después al piso, deteniéndose sólo cuando paraba de tocar”, compara.

Así se potenció en López una fascinación que se mantuvo con el paso del tiempo y que finalmente encontró complicidad en los compañeros de su trío: el bajista Alejandro Herrera y el pianista uruguayo Ricardo Nolé. Como él, dos músicos de excepción, de esos llenos de antecedentes meritorios en el jazz en particular y en la música popular en general. Juntos armaron un peculiar homenaje a la figura de Herbie Hancock, que estrenarán hoy a las 22 en Boris (Gorriti 5568), con la confluencia de Víctor Carrión en saxo soprano como artista invitado.

“Del repertorio de Hancock vamos a tocar sólo cuatro temas: ‘Actual proof’ y ‘Butterfly’, de su disco Thrust (1973), el standard ‘Dolphin dance’ y un arreglo que hizo en los ’60 de ‘Norwegian Wood’, el tema de Los Beatles. Los demás los elegimos por afinidad, como uno de McCoy Tyner y otro de Alejandro hecho en base a ‘Cantaloupe Island’”, adelanta Nolé, que por su rol frente al piano acústico, y sin poder apelar a los sintetizadores que usaba Hancock a principios de los ’70, llevará la camiseta más pesada. “Lamentablemente, no puedo tocar como Herbie. Por eso, lo vamos a homenajear desde nuestras posibilidades”, acota con la típica modestia charrúa. “Es el pianista que lo puede hacer”, lo respalda inmediatamente López, quien aclara que más que arreglos propios, lo que piensan hacer es improvisar sobre los de Hancock.

A la hora de ponderar el peso específico de Hancock, la mesa se enciende tanto que a duras penas logran no interrumpirse uno al otro. “Es un artista difícil de encasillar. Me parece que significó una inflexión muy importante en la historia del jazz, en principio por todos los recursos electrónicos que introdujo. Si bien se lo identifica con el rótulo de jazz rock, cuando lo conocí sentí que estaba haciendo jazz latino, porque el formato rítmico en el que se movía era absolutamente binario y afrolatino”, señala López.

El show de Boris fue bautizado aHora, un nombre que así, con la H mayúscula, además de formar el apócope de Horacio y destacar la inicial tanto del nombre como del apellido del homenajeado, dio lugar a la siguiente reflexión por parte de López: “Vivimos en tres planos, pero dos son virtuales: el pasado y el futuro. Sólo el presente tiene una existencia real. Paradójicamente, nos resulta muy difícil conectarnos con el ahora. Este concierto es una reivindicación del ahora, porque concebimos la música sólo en el presente absoluto. Mientras alguien toca, si uno como músico u oyente piensa en otra cosa, chau, se te fue la música”.