En 1987 un sello creado por un alemán residente en Hong Kong revolucionó el entonces próspero negocio del disco clásico. La idea era sencilla: recurrir a artistas buenos que aún no tuvieran contratos exclusivos con las majors, gastar lo menos posible en las presentaciones y folletos y grabarlo todo. En poco tiempo, Naxos, que ése es su nombre, ofrecía, a un precio menor a la mitad del de cualquier otro CD, todo el repertorio básico (Beethoven, Brahms, Chopin, Schubert, etc.) más un considerable material que sólo allí podía encontrarse (Penderecki, Barber, Britten, Villa-Lobos, Rautavaara o David Lang, entre muchísimos otros). Y, en poco más de veinte años, mientras el resto caía en barranca, ellos no sólo conservaron el buen tino, sino que consiguieron reinar. Parte de esa suerte de nueva enciclopedia musical está dedicada a la obra de Alberto Ginastera, un compositor de quien se ha hablado –a favor o en contra– mucho más de lo que se lo ha escuchado. La Argentina, ya se sabe, no es un territorio fértil para la buena memoria ni para el respeto a los patrimonios y, mucho menos, para las industrias culturales, con lo que la construcción de un posible canon musical queda en manos de cada uno y depende de iniciativas como ésta. El sello, que en este país es distribuido por Zival’s, incluye en su catálogo excelentes versiones de los ballets Estancia y Panambí, de Popol Vuh, las Variaciones concertantes y las Glosas sobre temas de Pau Cassals, con dirección de Gisèle Ben-Dor, los Conciertos para piano y orquesta, por Dora de Marinis con la dirección de Julio Malaval, la obra para cello y orquesta y para cello y piano (por el cellista Mark Kossover), las composiciones para piano y para órgano por Fernando Viani y los Cuartetos para cuerdas por el notable Elso Quartet de Nueva York.