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Martes, 20 de junio de 2006

LUISA VALENZUELA ANALIZA EL AUGE DE LAS MICROFICCIONES, QUE TIENEN SU ENCUENTRO NACIONAL

“Esta forma es como un tiro en la sien”

Durante tres días, el Centro Cultural de España será centro de un encuentro que debatirá sobre una forma de relato condensada, “pequeñas máquinas de pensar”, según la escritora. A diferencia de lo que opinan algunos editores internacionales, Valenzuela afirma que el relato breve es una tendencia a seguir y festejar: “Somos un país productor de cuentos...”.

 Por Silvina Friera

La teoría sobre el comienzo del microrrelato es originalmente desopilante, uno de esos hallazgos made in Luisa Valenzuela. Según la escritora, debe haber nacido en la época de Cromagnon, cuando el hombre arrastraba a la mujer de los pelos. Como no había mucho tiempo, ella tenía que decirle algo muy rápido –el efecto sorpresa– para descolocarlo y lograr salvarse. Esa mujer no era como Sherezade, que disponía de toda la noche para contar historias que sedujeran al público. Los nombres pueden variar –ficciones súbitas, flash fictions, minicuentos–, pero las ficciones breves están de moda. “Aunque no requieren mucho tiempo para ser leídas, son como pequeñas máquinas de pensar, ideas que desestructuran caparazones de pensamientos y que te permiten ver el mundo de otra forma”, plantea Valenzuela, una de las organizadoras del I Encuentro Nacional de Microficción, que se realizará a partir de mañana en el Centro Cultural de España (en la sala de la calle Paraná 1159). Durante tres días desfilarán las mejores modelos del género –escritoras/es, especialistas y teóricos/as– como Lauro Zavala (México), Fernando Valls (de la revista Quimera y de la Universidad Central de Barcelona), Francisca Nogueral Jiménez (Universidad de Salamanca), el escritor español José María Merino y un seleccionado nacional integrado por la propia Valenzuela, Ana María Shua, María Rosa Lojo, Raúl Brasca, Eduardo Berti y Sylvia Iparraguirre.

Valenzuela señala que el microrrelato tiene un elemento de sorpresa duradera. “No es como el chiste, que se acaba en el momento; es algo que agiliza la mente y que la gente aprecia”, dice en la entrevista con Página/12. “Una buena microficción puede ser la elaboración de una pequeña hipótesis condensada. Otras veces, es una manera de jugar dentro de unas reglas que al mismo tiempo que uno las respeta, las destruye.”

–¿Dónde se origina el microrrelato, en la poesía o en la prosa?

–Depende de cada autor. Está cerca de la poesía porque trabaja muy adentro del lenguaje. Las microficciones que más me gustan son las que están jugando en esa intersección un poco ambigua entre el significado y el significante. Nacen también de alguna manera de Las mil y una noches y el Decamerón, aunque sean relatos más largos. Pero tengo una teoría sobre el origen del microrrelato: debe haber nacido en la época de Cromagnon, cuando el hombre arrastraba a la mujer de los pelos. Como ella no tenía mucho tiempo para salvarse, tenía que decirle algo que lo sorprendiera para que la largara. No era Sherezade, que disponía de toda la noche (risas).

–¿El cuento sería el padre del microrrelato?

–No, no creo que haya una filiación genética. Cortázar señaló que la diferencia entre novela y cuento es que la novela es el árbol y el cuento, la bellota donde tiene que estar comprimido todo el árbol. El microrrelato sería una cosa más pequeña, pero que tiene vida propia, quizás una semilla chica, un átomo o una molécula. La riqueza imaginativa de la microficción es tan grande como la de un cuento, pero el texto breve se parece más a la leche condensada (risas).

–¿Monterroso fue el que popularizó el género?

–Sí, tuvo mucho que ver con el fenómeno porque se volvió muy emblemático “El dinosaurio”. Yo misma he publicado muchos relatos breves, pero los escribía sin pensar que eran microficciones. En Aquí pasan cosas raras, que apareció publicado en 1975, hay varios microrrelatos.

–¿Hay reglas sobre la extensión?

–Nosotros hemos estipulado ahora un mínimo de 350 palabras, pero pueden ser 500 o 600; otros proponen media página o una página y media. Creo que cuanto más chico, más interesante es, si es realmente eficaz. No hay una regla muy precisa, y por eso algunos los llaman microrrelatos, minicuentos, microficciones, flash fictions.

–¿A qué se refiere cuando habla de la eficacia del microrrelato: a la idea de condensación, a esa forma que funciona como una máquina de pensar o hay algo más?

–Con suerte hay algo más, un hallazgo, una pepita de oro en alguna parte, pero no siempre ocurre. También a veces las microficciones son como piedras tiradas al agua quieta, que van formando círculos concéntricos y se van abriendo como una flor. Con Monterroso, el microrrelato se abrió hasta el infinito; todo el mundo quiere tener su propio dinosaurio. ¿Qué se puede inventar a partir de: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba ahí”? ¿Pero quién despertó: el dinosaurio, la persona...? Son pequeños diamantes con muchas facetas. Escribir microficciones es un trabajo entomológico, de vivisección del lenguaje. Es un tiro a la sien con buena puntería; no podés estar hiriendo piernas o rodillas como la mafia, tenés que matar de un solo golpe.

–¿Qué relación encuentra entre su afición por el microrrelato y su gusto por coleccionar máscaras?

–No se me había ocurrido nunca relacionarlos, pero ahora que miro las máscaras, quizá cada una de ellas sea una forma de microrrelatos porque están contando algo más allá de lo que ves; hay toda una asociación entre el espacio sagrado y el profano, entre el movimiento, que es cuando va a ser usada, y la inmovilidad de la máscara colgada de la pared. Cada máscara te habla de su propia cultura y de toda la mitología que la creó. Y también el microrrelato está hablando de la mitología. En los intersticios de los buenos relatos breves hay mucho más que no está dicho.

–Varios editores extranjeros que estuvieron en el país le dijeron a Página/12 que el cuento no interesa, que lo que se publican son novelas. ¿Qué opina usted?

–Eso lo vienen diciendo desde hace mucho tiempo. Los editores están equivocados y lo curioso es que son ellos los que manejan el mercado. Si apoyaran la ficción breve de otra forma, tendrían mucha repercusión. La teoría de Juan Goyanarte, que tenía una revista de cuentos, Ficción, hace cincuenta años era que los lectores son perezosos. El decía que entraba en el clima de una novela y seguía ahondando, pero que cada vez que leía un cuento tenía que empezar de cero, entrar en cada clima con la mente abierta. Es cierto que el cuento genera una pereza en el lector, que tiene que penetrar en nuevos climas y sorpresas. Pero no deja de ser infinitamente más actual eso que el estar nadando en una novela-río, flotando o haciendo la plancha. Aunque escribí muchas novelas, me siento cuentista. Tengo una noción bastante clásica del cuento, para mí tiene que ser redondo, tiene que tener esa densidad de crear un universo en una cáscara de nuez. El microrrelato logra darte ese universo en la cabeza de un alfiler.

–¿Por qué los editores no suelen apoyar la publicación de cuentos o microrrelatos?

–Es parte de la pereza editorial. El cuento quizá necesita un público más refinado; la novela puede ser que sea más masiva. Creo que los editores le tienen miedo al cuento. ¡Si somos un país productor de cuentos... mucho Borges de acá y de allá, y el único que leyó novelas de Borges fue Menem!

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