El microcuento está de moda y hasta le celebran congresos. Algunos invocan Internet o el vértigo de estos tiempos para justificar su auge. Pero la forma (menos de 300 palabras, más o menos) viene de épocas más remotas. Los norteamericanos dicen “ficción súbita”; los chinos los llaman “cuentos que duran lo que un cigarrillo”, y un escritor japonés habló de “cuentos de la palma de la mano”. La tradición se da sobre todo en Italia, Estados Unidos y Latinoamérica, quizá porque allí la novela reina sin asfixiar demasiado al cuento ortodoxo. El relato hiperbreve en castellano tiene padres españoles (Bécquer, Ramón, Juan Ramón), un famoso hijo centroamericano (“El dinosaurio” de Monterroso) y padres sudamericanos: desde la antología del relato “breve y fantástico” de Bioy-Borges hasta la obra de Cortázar, Silvina Ocampo, Marco Denevi o Enrique A. Imbert, pasando por las prosas poéticas de Vallejo o Huidobro. No hay que excluir, tampoco, al cubano Piñera, los mexicanos Arreola o Julio Torri, el venezolano Britto García o los argentinos Angel Bonomini, Sara Gallardo y Gudiño Kieffer.

Como decía Borges de Kafka, una ojeada retrospectiva permite establecer filiaciones no tan claras en su momento. Personalmente, cuando a fines de los ochenta me puse a escribir los relatos hiperbreves que terminaron en La vida imposible, lejos estaba de imaginar que esta forma cobraría semejante impulso. El caso muestra una vez más que las ideas llamadas generacionales suelen flotar verdaderamente en el aire. ¿Qué ofrece el microrrelato? Tal vez, primero y principal, la hipérbole de cuanto ya ofrecía el relato. Si un buen lector completa un texto, en los hiperbreves esto se da de un modo radical, al llevarse a su paroxismo la condensación, la tensión, la intensidad o la elipsis. Podría decirse: icebergs que apenas asoman. Pero asimismo la forma plantea problemas novedosos. ¿Género nuevo? ¿Forma anfibia entre la prosa narrativa y la poesía? ¿Prosa intensiva? Acaso un congreso venga bien para debatir todo esto. Linda paradoja será derramar litros de tinta, dedicar horas y horas, para hablar de algo tan breve.

* Escritor.