Martes, 20 de junio de 2006 | Hoy
OPINION
Por Raul Brasca *
La microficción moderna es un invento de nuestra Iberoamérica. Tradicionalmente, México y la Argentina se disputaron el privilegio de ser su patria. Concedámosles a los mexicanos poseer el pionero absoluto, Julio Torri, quien a principios del siglo XX produjo los primeros ejemplos que suman ambigüedad, ironía, juego e ingenio, cualidades que hoy la caracterizan. Nosotros, en cambio, produjimos la primera antología, Cuentos breves y extraordinarios (Borges y Bioy Casares, 1955). Allí no aparece Torri, pero sí su connacional Alfonso Reyes, y también Virgilio Piñera, fundador de la microficción cubana. En 1959, México publicó El dinosaurio, microrrelato arquetípico del género que escribió Augusto Monterroso, quien no era mexicano sino un guatemalteco nacido en Honduras; pero también apareció allí Bestiario, de Arreola, cuya mexicanidad es indiscutible. En el mismo año, Guirnalda con amores, del argentinísimo Bioy Casares, intentó restablecer el equilibrio, y a principios de los ‘60 quisimos rematar con las magníficas microficciones contenidas en El hacedor de Borges, en las Historias de Cronopios y de famas de Cortázar y las Falsificaciones de Denevi. México replicó con Salvador Elizondo más Arreola; produjo la revista El Cuento (que difundió la microficción de América y del mundo durante décadas) y llevó el género a España en la obra del catalán Max Aub. Nosotros hicimos lo mismo con la del querido y admirado Ramón Gómez de la Serna.
Pero el panorama se complicó: el número de autores creció con rapidez y otros países reclamaron reconocimiento. Venezuela desarrolló velozmente su microficción a partir de los ’70. Colombia produce en Cali, a principios de los ‘80, la primera revista literaria dedicada exclusivamente al género: Ekuóreo. Uruguay, México y Chile aportan a la microficción política. Se fundan en Santiago talleres exclusivos de microficción que perduran hasta hoy. Ya hay una antología de la microficción panameña y otra aún inédita de la ecuatoriana. Jóvenes escritores peruanos publican en Lima libros del género. Estamos descubriendo la microficción de Brasil, de la que Carlos Drummond de Andrade es uno de los más altos exponentes, y en los catálogos de las editoriales españolas proliferan las antologías y libros de microficciones. Como era deseable que fuera, la patria de la microficción se extiende como lo hizo la misma lengua. Pero al revés: primero borra las fronteras nacionales de nuestro continente y luego salva el Atlántico.
* Escritor.
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