Lunes, 14 de abril de 2014 | Hoy
- Agustín Alezzo (director teatral): “Estaba muy al tanto del proceso de la enfermedad de Alfredo, así que no me tomó por sorpresa. La verdad es que lo siento profundamente, porque no solamente ha sido un compañero de trabajo notable, sino un amigo en todos estos años. Nos conocimos hace 44 años, y era un hombre de un carácter extraordinario, con un sentido del humor notable, muy cálido, y muy buen compañero de toda la gente con la que trabajaba. Todos lo querían mucho. Lo conocí en 1970; a él lo habían comprometido para actuar en la temporada, y pidió que yo lo dirigiera porque había visto un espectáculo mío. No nos conocíamos personalmente y cuando me llamaron para ofrecerme el trabajo, primero quise conocerlo y hablar con él. Los primeros días de enero de 1970 finalmente nos conocimos, y ahí surgió el proyecto que después se convirtió en Romance de lobos, de Valle Inclán, que fue el primer espectáculo que hicimos juntos. Creo que fue una de esas personalidades que se encuentran rara vez en la vida y que nos acompañará por el resto de la nuestra. La sociedad lo recordará con un inmenso afecto y con un gran agradecimiento. Su trabajo es el legado que nos deja”.
- Patricio Contreras (actor): “La figura de Alfredo fue, en todo sentido, ejemplar. Fue un hombre al que la naturaleza dotó de un enorme talento, de una habilidad física imponente, de un aparato vocal muy potente y rico, y de una gran sensibilidad e inteligencia para comprender la poesía y la palabra. Fue un ser excepcional. Además, era una bella persona, muy generosa. No es fácil hablar de alguien que reúna tantos atributos. Se suele embellecer a las figuras cuando se van, pero en el caso de Alfredo sabíamos desde hace décadas cuáles eran todas sus condiciones, y ninguno las ocultó. Tuvo una buena vida, en el sentido de que disfrutó del reconocimiento, del halago, y del espacio que le dio el mundo teatral argentino y el público, no solamente acá sino también en España. Lo que nos conforma a quienes quedamos es saber que tuvo una vida plena, apasionada y ejemplar. Alfredo nos deja la belleza de su persona que sostenía todos esos atributos que supo canalizar. Recuerdo la primera vez que lo vi en escena, en Historias del Zoo, una obra de Edward Albee, donde él hacía un monólogo, y en ese momento me dejó impactado. Nunca había visto a un actor tan poderoso en escena, tan avasallante, que paralizaba a la platea. No quedaba otra que observarlo y admirarlo. Escucharle las poesías de García Lorca, o escuchar de su boca a Shakespeare era como escucharlo por primera vez, porque tenía una gran sensibilidad para esos textos. Respecto de mi vínculo con él, no podría decir que fuimos amigos pero tuvimos una muy buena relación. Me hubiera gustado verlo más a menudo, pero era una persona que cuidaba su soledad y su mundo. Uno se reía mucho con él, era muy gracioso, muy irónico, y cuando quería ser punzante lo era. Encontrarse con Alfredo siempre era un motivo para reírse mucho. Su humor era algo que regalaba, era su manera de brindarse y de compartir una parte suya, mientras que su mundo interior lo conservaba para él. Además, no era solemne. Su nombre fue sinónimo de grandeza actoral, y él no ignoraba sus condiciones pero, como era un artista, sabía que no podía sentarse en los laureles. Se lo constituyó como un mito en vida, y se podría haber creído Gardel, pero nunca se la creyó”.
- Raúl Serrano (director): “Muchos son los actores, pocos los que pueden encarnar héroes. Se necesita para eso una conjunción de físico, voz, técnica, inteligencia y, sobre todo, ética. Alfredo Alcón tenía todo eso cuando subía a un escenario. Y cuando ascendía a la vida cotidiana era todavía más grande y admirable: buen compañero de trabajo, nunca una estrella, siempre a la cabeza de los mejores combates. La coherencia, la sinceridad y el talento estuvieron siempre a la par durante su vida. Para mi generación fue un modelo. ¿Acaso son muchos aquellos de los que puede decirse lo mismo? Yo, que me atreví a enseñar actuación, por supuesto que aprendí mucho de él”.
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