Lunes, 14 de abril de 2014 | Hoy
LITERATURA › GRAN ENCUENTRO DE SARAOS SAN PABLO
La fiesta, el arte y la poesía se dan la mano en la ciudad más importante de Brasil. Una oportunidad para explorar la cultura marginal paulista y una de las columnas vertebrales de la programación que San Pablo propone para la próxima Feria del Libro de Buenos Aires.
Por Silvina Friera
Desde San Pablo
¡La gente de la favela también es artista!, grita un poeta, micrófono en mano. “¡El sarau de Binho me salvó la vida!, afirma. Lo aplauden tanto que la emoción eriza la piel. La fiesta, la alegría, el arte, la poesía no suelen ir por la misma ruta. En la biblioteca Mário de Andrade comienza un gran encuentro de saraos –saraus en portugués– de la periferia paulistana, una oportunidad para explorar una de las columnas vertebrales de la programación que San Pablo propone para la 40ª Feria Internacional del Libro de Buenos Aires. Binho, el responsable de salvar vidas, pelo corto y entrecano, está literalmente en ojotas. Como si estuviera en su casa, aunque viva lejos de acá. ¿Usted se define como poeta?, pregunta Página/12. Binho revolea los carbones que encienden su mirada y mueve la mano izquierda en el aire, gesto que podría ser traducido como “más o menos”. No es que no quiera hablar. El interrogante le llega justo cuando está hincando el diente a un pastel de jamón y queso. “Soy un militante cultural”, subraya y cuenta cómo en 1996, en un sencillo bar de Campo Limpo, arrancó con “Noche de vela”, una movida que antecede a los saraos. Se reunían de noche –el tiempo en que un trabajador promedio puede participar– para escuchar música, tomar cerveza y eventualmente leer poemas. En ese momento no había espacios culturales en la periferia para celebrar ese tipo de encuentros. “Empezamos a colocar poesía en los postes de luz –recuerda–. Sacábamos los carteles con propaganda política, los pintábamos y poníamos poemas.” Esta iniciativa llamada postesia permitió que escribieran poesía muchas personas que antes ni siquiera imaginaban la escritura y cualquier otro tipo de expresión artística en su horizonte vital. “Una golondrina no hace verano, pero puede despertar al bando entero”, suele repetir Binho, afectuoso diminutivo que le puso su madre a Robinson Padial, su nombre y apellido completo.
Ahora Binho conduce el sarao por unos minutos. Menciona la llegada de los periodistas argentinos a San Pablo y luego llama a otro poeta. Todo lo que sucede se parece bastante a lo que se entiende por “espontáneo”. No hay un guión estipulado para cada uno de los saraos. El asunto fluye por obra y gracia del azar. O de la arbitrariedad de quien, micrófono en mano, invita a pasar a algún artista para que haga lo que sabe o quiere hacer. Los saraos son puro presente, un aquí y ahora único e irrepetible; por eso también son tan teatrales. Cada velada, cada encuentro, es una función que no volverá a ser igual.
“Nunca cambies a tu mujer por una piña con limón”, dice otro poeta que cosecha muchas carcajadas y aplausos antes de que comience la intervención más política: “Salven a Palestina”, que mixtura el canto, la poesía y la danza del vientre. “¡Saraus periféricos rumbo a Buenos Aires!”, proclama otro poeta que pertenece al sarao Perifatividade. Marcelino Freire, el autor de Cuentos negreros (Santiago Arcos), es uno más entre el público. “Docenas de escritores de las afueras de San Pablo invadirán Buenos Aires”, celebra Freire, uno de los orgullosos invasores que presentará en la Feria del Libro su novela Nuestros huesos (Adriana Hidalgo), traducida por Cristian de Nápoli. “Es la invasión de tantos artistas que están muy lejos de las grandes editoriales. Invadirán con sus libros artesanales, realizados en la lucha y la raza. Antologías creadas en diversas veladas de varios saraus que se mueven en los bares, los pubs, las asociaciones, las plazas, las esquinas de la periferia. Buenos Aires será invadida por autores llenos de energía, de musicalidad, de voluntad. Poetas que no se limitan a la poesía. Poetas que hacen política, organizan debates, forman lectores y ciudadanos en sus comunidades. Van aquellos que, para mí, son la mejor novedad cuando se habla de literatura en mi país.” Freire evoca las palabras del poeta Sergio Vaz, creador del sarao Cooperifa, para potenciar lo que implica la irrupción de estos artistas de la periferia: “llegaron y tiraron la literatura brasileña del pedestal”. Freire plantea que gracias a los saraos la literatura ha ganado “más vida”. “Estos escritores tienen un compromiso con la vida. La vida que está fuera de las academias, los premios literarios, los principales medios de comunicación. Será histórica esta invasión –augura Freire–. La Feria del Libro de Buenos Aires será invadida por la más palpitante de las literaturas. Aquí, en Brasil, no ve esto quien no quiere ver. Ellos van a invadir contra la voluntad de algunos escritores de turno. Ellos ya están preparando, hace tiempo, este viaje. La periferia de San Pablo está llegando. Y esto es sólo el comienzo de la revolución.”
Una mujer y un hombre bailan Bumba meu boi, una danza típica del nordeste de Brasil. La sorpresa cotiza en alza. Qué extrañeza genera escuchar, a ritmo de rap, el poema “El hombre y la muerte” de Manuel Bandeira, un clásico de la literatura brasileña: “El hombre ya estaba acostado/ dentro de la noche sin color./ Ya adormecido, y en eso/ a la puerta un golpe sonó./ No obstante, él se asustó./ Pues en ella cierta cosa/ de presagio adivinó”. Son los integrantes de otro de los saraos que estará en Buenos Aires: “Lo que dicen los ombligos”, un colectivo que desde 2010 se reúne el tercer sábado de cada mes en la Escuela de Samba Unidos de Santa Bárbara –Itaim Paulista–, en la zona este de San Pablo. Como muchos saraos, este también ha publicado una antología de “pequeñas voces” que se han transformado en “un vocerío que sigue haciendo eco más allá de nuestras orejas”. Voces como las de Queila Rodrigues, Samara Oliveira, Heber Humberto, Makenzo Kobayashi, Lucas Afonso y Paulo Rams, entre tantos otros. En el poema “Acrata”, Rams dice: “Lo que tengo/ son mis protestas/ Malditos versos/ que aman el desorden”.
Hace muchos años, el niño Reginaldo Ferreira da Silva caminaba por un barrio del sur de la ciudad con un libro bajo el brazo. “Loco y puto”, escuchó que le gritaron. Unos chicos lo apedrearon, lo patearon. Ese niño, hijo de un chofer de ómnibus y una empleada doméstica, hoy es el escritor Férrez, autor de Manual práctico del odio y creador del Movimiento de Literatura Marginal que desde fines de los años ’90 aglutina a escritores de las regiones periféricas de Brasil. “Yo soy un escritor militante que me interesa evangelizar a los que no leen. A los seis años vi cómo un hombre acuchillaba a una mujer. Tenía once cuando vi mi primer muerto y sabía que no tenía que ser así. No es normal crecer viendo eso. La literatura fue mi válvula de escape. Si no escribía, me hubiera vuelto loco”, confiesa el escritor que presentará en la feria su última novela, Dios se fue almorzar (Corregidor), traducida por Lucía Tennina, y un cuento para chicos “Amanecer Esmeralda”. No fue fácil querer leer y escribir. Muchas veces se quedó solo. “Tu hijo está leyendo, se va a volver un maricón”, le advertían al padre de Férrez, un hombre sin estudios del interior de Bahía, que preocupado por el futuro de su hijo le preguntaba: “¿De qué vas a trabajar?”. “No era sólo mi padre, en las favelas trabajar el intelecto es difícil porque la gente no considera que eso sea un trabajo.”
Cuando empezó a escribir Manual práctico... en 2003 Férrez estaba desempleado y tenía una novia que vio cómo mataban a su padre y acuchillaban a su hermano frente a ella. Durante la escritura de esta novela murieron ocho amigos. “Yo quería mostrar cómo Brasil está tirando a la basura la vida de muchos jóvenes por la violencia”, recuerda Férrez. Después que publicó el libro, lo intentaron matar tres veces. “En la periferia, donde vivo, la vida vale muy poco.”
Los escritores que integran el Movimiento de Literatura Marginal no dependen del mercado. El caballito de batalla es la autogestión. Férrez menciona al sello Pueblo, que publica los autores menos conocidos, libros que pasan de mano en mano en los saraos. “A donde voy llevo mis libros para venderlos. Siempre viajo con mucho equipaje, pero hay muchos escritores que consideran que no tienen esa obligación y que se avergüenzan con la idea de vender sus libros”, comenta y amplía la cuestión con una anécdota. Brasil fue el país invitado en la Feria del Libro de Frankfurt el año pasado. En la delegación había escritores de la periferia y muchos autores de “clase media” que al tercer día “se quejaban, estaban cansados, extrañaban, se querían volver, y yo quería conocer todos los tipos de salchichas que hay allá”, recuerda Férrez. “La clase media me da mucha pena: quiere volverse rica y nunca lo va a lograr. Yo siento que hay un gran vacío en las clases medias; están siempre afligidas y sin su Rivotril creen que se acaba el mundo.”
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