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Viernes, 8 de agosto de 2014

ENTREVISTA A LUCíA VASSALLO, DIRECTORA DE LA CáRCEL DEL FIN DEL MUNDO

Un penal con una historia de película

Cuando la cineasta transitó en 2008 los gélidos pasillos del Presidio de Ushuaia decidió que su ópera prima fuera un documental que reflejara parte de la historia que pudiera reconstruir. Pero no fue fácil: hay poca documentación en la que apoyarse.

 Por Oscar Ranzani

Cualquier persona que haya conocido Ushuaia sabe que la visita al Museo Marítimo y del Presidio de la ciudad más austral del mundo es un paseo obligado por la importancia que tuvo esa construcción panóptica en la historia de la isla, en particular, y de la Argentina, en un marco más general. El penal se construyó a principios del siglo XX y funcionó como cárcel hasta 1947, cuando Roberto Pettinato (padre) fue el encargado de cerrarlo, de acuerdo con el decreto del presidente Juan Domingo Perón. En la cárcel de Ushuaia hubo presos famosos, como Cayetano Santos Godino, alias “El Petiso Orejudo”, el asesino de niños más famoso de la Argentina. Pero también padecieron las inclemencias de esa especie de Siberia argentina prisioneros políticos como Héctor Cámpora, el anarquista Simón Radowitzky, Honorio Pueyrredón y el escritor Ricardo Rojas, entre otros. Desde su cierre como prisión pasó a convertirse en Base Naval Argentina. Como tantos otros, Lucía Vassallo, licenciada en Dirección de Fotografía de la Enerc, transitó en 2008 los gélidos pasillos que se conservan desde aquellos tiempos en que esa construcción era un recinto ominoso. Y decidió que su ópera prima fuera un documental que reflejara parte de la historia que pudiera reconstruir. El resultado es La cárcel del fin del mundo, que se estrenó ayer en el Gaumont (Rivadavia 1635).

Vassallo no conocía Ushuaia antes de ese viaje y cuando fue en el invierno de 2008 presenció las nevadas de agosto, los anocheceres a las tres de la tarde y los intensos vientos que tumban a quien no está acostumbrado a resistirlos. “Al entrar en la cárcel se me puso la piel de gallina, de tanto frío y tanto miedo, que me pareció raro que no hubiera una película sobre el tema”, confiesa la realizadora en diálogo con Página/12. Y al enterarse de que allí no sólo hubo asesinos seriales o estafadores, sino también confinados políticos de cualquier ideología (anarquistas, radicales, peronistas y socialistas), la sensación que tuvo fue que “era una película en sí misma”. La cineasta espera que con su documental la gente se entere de que “la construcción geopolítica de esa ciudad fue pensada a partir de una cárcel”. “Hasta donde tengo entendido, no hay casos similares en el mundo”, dice.

Para realizar el trabajo de investigación recurrió al director del Museo Marítimo y del Presidio de Ushuaia, Carlos Pedro Vairo, que escribió dos libros al respecto. “El me abrió mucho la investigación”, subraya Vassallo, quien se enteró de que cuando la cárcel se cerró y pasó a ser base naval “toda la documentación administrativa y los archivos pasaron a la Penitenciaría Nacional, se quemaron y se echaron a perder con las inundaciones”. Por lo tanto, no había muchos documentos reales. “Entonces, empecé a encontrarme con poesías, una partitura –que hoy es la canción principal de la película– que había dejado un preso a la hija del director de la cárcel, artesanías que había en el Museo del Fin del Mundo que hoy no están en exhibición. Más que nada, era un legado artístico. Y como lo artístico es lo que más me interesa, me pareció divertido tratar de generar un relato a través de eso”, cuenta Vassallo. Es que su documental tiene dos ejes: por un lado, es el propio Vairo quien va a la búsqueda de familiares de guardiacárceles y personajes que de un modo u otro estuvieron vinculados con esa prisión. Pero también la voz en off de Valentín Javier Diment recupera escritos, cartas y poemas que dejaron los presos (tanto los conocidos como los anónimos). Estas lecturas le otorgan al documental un tono literario que, combinado con el suspenso de los encuentros de Vairo con personajes clave, da como resultado un documental pensado cinematográficamente y no como un mero registro cuasi televisivo.

–¿Por qué cree que hay poca producción literaria sobre el presidio?

–Es un tema muy denso, hablando desde el punto de vista político e histórico. Y nadie se anima a meterse mucho con un tema donde no tiene documentación fehaciente de qué agarrarse. Por ejemplo, el caso más emblemático es el de Carlos Gardel. Todo el mundo en Ushuaia dice que estuvo en el penal y que tenía un nombre diferente. Pero los historiadores de Gardel no se van a meter con un mito internacional si no tienen un archivo de donde agarrarse para decir que ese hombre estuvo ahí. Y así con miles de historias. De Cámpora hay material para certificarlo, también de Honorio Pueyrredón y de Simón Radowitzky. De ellos tenemos material concreto para decir que estuvieron ahí. Pero no es de fácil acceso. Te podés meter en un lío importante.

–¿Por que decidió que Vairo no fuera un entrevistado sino que hiciera de hilo conductor que va buscando pistas sobre la historia de la cárcel?

–Primero, porque no hay entrevistados. Intenté generar situaciones un poco ficcionadas. El documental de entrevista clásica, con gente sentada hablando, me aburre. Entonces, traté de generar situaciones y encuentros entre personas con charlas en las que pudieran hablar adentro de escenarios reales como el pabellón histórico, el Tren del Fin del Mundo (que era el tren de los presos), calles de Ushuaia. El restaurante donde filmamos es la casa del primer director de la cárcel. ¿Por qué Vairo? Porque él y el papá de Natalia Zanola (la chica que también está presente) estuvieron durante veinte años de sus vidas investigando, recopilando material. El padre de Natalia, que falleció, fue el que inventó el Museo del Fin del Mundo.

–¿Por qué eligió lecturas de escritos realizados tanto por presos conocidos como anónimos?

–Porque me parece muy importante que se escuchen las voces de todos y no solamente lo que pudo haber dejado escrito Simón Radowitzky a la Federación Obrera, que calculo que Osvaldo Bayer o un montón de historiadores también lo habrán sacado a la luz. También quería sacar a la luz las voces de diferentes presos por una cuestión de estratos sociales, porque los que eran panaderos, zapateros o gente que fue a parar a esa cárcel como confinado político estaban dentro de la misma. En cambio, todos los confinados políticos de estratos sociales más altos no estaban fuera de la cárcel, sino en casas. Se los llamaba “Los faraones”. Y no es lo mismo estar adentro de esas celdas con ese frío y ese maltrato que estar en una casa en Ushuaia con calefacción y con otro tipo de trato. Y los relatos que leía eran muy diferentes entre unos y otros. Por eso quería que se escucharan las voces de los dos casos.

–¿Incorporó una ficción teatral al principio del documental porque permite entender con mayor crudeza cómo se vivía en el presidio?

–La incorporé por eso, pero también por el asombro que me provocó la idea de una visita teatralizada. Eso se realiza en temporada alta. También para reflexionar un poco sobre el turismo carcelario. Por ejemplo, hoy en día, en Siberia, también hay un museo y podés dormir. Me llamó la atención que exista una visita teatralizada y que la gente tenga ganas de hacerla. Dura como una hora y media. Y que la gente tenga que estar durmiendo durante veinte minutos, que le griten, que la traten mal, me llamó la atención. Es algo para reflexionar. También me sirvió en la estructura narrativa como encabezamiento de la película porque la pensé como un viaje hacia el confín del mundo. Y la visita teatralizada te hace sentir adentro y es el puntapié para que arranque el largometraje.

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“Al entrar en la cárcel se me puso la piel de gallina, de tanto frío y tanto miedo”, confiesa Vasallo.
Imagen: Guadalupe Lombardo
 
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