Viernes, 8 de agosto de 2014 | Hoy
CINE › OPINIóN
Por Colectivo Estrella del Oriente *
Si alguien acusa a una gran corporación de delitos financieros, se expone a correr riesgos que pueden llegar hasta el intento de asesinato; si uno le pide a la misma corporación que financie un proyecto de investigación sobre los vínculos existentes entre el capitalismo global y la aparición de las identidades post coloniales híbridas, tiene la gran oportunidad de obtener cientos de miles de dólares... Slavoj Zizek
El colectivo artístico Estrella del Oriente reunido en un bar algunos años atrás llegó a una conclusión, que no por obvia resultó ser finalmente original e incluso perturbadora. La película registra las sucesivas reuniones en las que el tema central ronda la cuestión del concepto ampliado de obra de arte y sus insospechados alcances, que muchas veces planteaban paradojas insalvables, un camino que habilitó Duchamp e inició la interminable saga. Las discusiones continuaron hasta que llegó un día en que se juntaron estas premisas del arte conceptual con las noticias acuciantes sobre el destino trágico de miles de migrantes zozobrando en aguas del mar Mediterráneo, nos impresionaron las fotos y filmaciones de esas precarias barcazas atestadas de personas lanzadas al mar sin destino, rechazados en los puertos, esos restos que el sistema no quiere reconocer y convierte en desechos, las puertas de la ley estaban cerradas para ellos. En esas discusiones apareció algo que era evidente: el mundo del arte, con sus leyes benéficas, bien podía dar una respuesta al problema de las migraciones humanas, por allí podría encontrarse una solución. Bastó comparar las leyes que rigen la circulación de las personas con esas otras leyes que rigen la circulación de las obras de arte para advertir las diferencias enormes entre ambas; las primeras son terriblemente restrictivas, al punto de que la relocalización de una persona de un país del tercer mundo en un país del primero es una tarea compleja, incierta y hasta cierto punto imposible. En cambio, ingresar una obra de arte en la misma circunstancia es un hecho alentado y visto con beneplácito por los países centrales. La solución estaba a la vista, del cruce de ambas legislaciones saldría nuestra propuesta conceptual: convertir a los humanos con ánimo migratorio en obras de arte. Para esto se debería contar con el aval de las instituciones del mundo del arte (según la extendida teoría institucional, todo lo que la institución designa como “arte” será visto como tal), esta amplia, generosa e inclusiva teoría institucional nos daba la oportunidad de hacer realidad nuestra propuesta performática.
Surgió entonces la necesidad de contar con un vehículo que hiciera posible llevar a cabo esta acción, así nació la idea de construir una gigantesca nave, una moderna arca de salvación, La Ballena (nos pareció adecuado ese nombre por su mítica capacidad de cobijar vida en su interior), a bordo de este barco estaría representado todo el sistema homologador del arte, esto es: curadores, críticos, teóricos, directores de museos. A través de un complejo sistema práctico y ritual los migrantes podrán ser convertidos en obras de arte, luego de un ascenso y pasaje por el denominado “puente Duchamp” (un espacio con forma de mingitorio ubicado en el lomo de la nave-ballena). A esta altura la nave bien podría ser vista como un buque factoría, es decir, una fábrica flotante de obras de arte. La nave realizaría un itinerario permanente, atracando en los puertos de Africa, Asia, Centro y Sudamérica, desde donde podrán ascender los migrantes que cumplirán ese viaje iniciático, al final del cual serán donados (en cumplimiento de las leyes que rigen la circulación de las obras de arte) a los museos del primer mundo, donación que será de carácter permanente y sin cargo, ingresando al patrimonio de esas instituciones (los migrantes no perderán en ningún momento sus atributos humanos).
La idea es clara, pero las instituciones tienen sus prevenciones, y aquí es donde la película (a pesar de ser un documental) llega a un momento de tensión que plantea un giro argumental inevitable. Es que gran parte de este mundo del arte se nutre en su vertiente política de acciones artísticas performáticas que suelen trabajar sobre ideas como la “crítica institucional”, “violencia”, “denuncias” o “proyectos emancipatorios” siempre y cuando se trate de acciones que impliquen algún tipo de “reclamo histérico” a la institución bajo la forma de una representación simbólica o fáctica acotada al mismo marco institucional. Así el mundo del arte colabora gustoso y establece incluso alguna forma solapada de comercio de piedad, pero ¿qué pasa cuando la idea es operar sobre la cruda realidad cuando lo performático adquiere una escala bíblica, que involucra la vida y la circulación de millones de personas? ¿Cuánto puede tolerar de apertura, libertad o generosidad una institución artística, sin que se dispare el sistema de alerta temprana ante un inminente choque masivo con la realidad ominosa? Es en este punto donde colapsan las instituciones filantrópicas, como esas fundaciones generadas por el mundo de las finanzas que encuentran su límite al verse confrontadas con la reaparición de los que fueron desechados por el sistema convertidos ahora en obras de arte.
* Daniel Santoro, Juan Carlos Capurro, Marcelo Céspedes, Pedro Roth, Juan “Tata” Cedrón.
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