Viernes, 11 de agosto de 2006 | Hoy
“EL BOQUETE”, DE MARIANO MUCCI
El film funciona como una Feos, sucios y malos de Buenos Aires. Apunta al grotesco sin preocuparse por la moral de sus personajes.
Por Horacio Bernades
Argentina, 2006.
Intérpretes: Valentina Bassi, Luis Ziembrowski, Mario Paolucci, Daniel Valenzuela, Mirta Wons, Silvia Montanari, Erasmo Olivera, Sandra Smith y Víctor Maytland.
Tratándose de un cine casi por completo de clase media, no es raro que en su acercamiento al mundo del lumpenaje, la pantalla argentina lo haya hecho con letales dosis de impostura, ánimo evangelizador o, por el contrario, paternalismo y sobreactuación de lo marginaloso. En El boquete, más que acercarse a ese mundo Mariano Mucci se tira de cabeza en él, hasta enroñarse del todo. Jugado al grotesco y el feísmo extremo, Mucci logra una sintonía justa con sus personajes, mostrándose tan poco interesado por la moral como ellos. Empatía que encuentra su remate ideal en un happy end que, en lugar de castigar el delito, lo premia sin pudor.
“Vos lo que tenés que aprender es cómo se amasa la poronga”, instruye la prostituta Mirna a su sobrinita de 10 años. Mientras, y tal vez a modo de ejemplo, su vecina la Yolly hace un chorizo de masa para pastas sobre la mesa y lo recorre con la mano, desde la base hasta la cima y de la cima a la base. Chancha como pocas, verdaderamente mugrosa, El boquete es como una Feos, sucios y malos de acá nomás, haciendo de su estreno (¡el mismo día que Las manos!) una suerte de milagro laico. “Tenemos un trabajito para ofrecerte”, le avisan en medio de una choriceada el paragua Idilio (Daniel Valenzuela) y su cuñado Rubén (Luis Ziembrowski) al tipo al que llaman Escarfase, que acaba de salir de la cárcel con la peregrina intención de regenerarse (Miguel Paolucci, inmejorable). El trabajito consiste en hacer un boquete y, con ayuda de unos planos cochambrosos, llegar hasta las cajas de seguridad de un banco. “Uy, me parece que salimos al arroyo Maldonado”, comentarán cuando aparezcan en medio de un túnel, antes de darse cuenta de que si hay vías de subte no debe ser un arroyo. “Le erramo’ por poquito”, dicen cuando salen de la estación José Hernández, al ladito del banco.
Quien crea que estos chambones jamás lograrán su objetivo tal vez se haya equivocado de película. Mucci no mira a sus personajes desde arriba sino a la misma altura y no tiene la menor intención de castigarlos, dejarlos con las ganas o burlarse de ellos. Eso no quiere decir que los idealice, claro. Rubén se la pasa pensando cómo cagar al prójimo. Idilio, en medio de una curda, le prende fuego a la tapera donde viven. Su mujer, la Yolly (la obesa Mirta Wons), putea, come con la boca abierta y hace gestos dignos de la gorda Matosas. Y Mirna (Valentina Bassi, dándole el gusto a la hinchada con un buen par de desnudos frontales) se encama con el que venga. Ya se trate de su hermano (el gran Erasmo Olivera, regresado por fin al cine) o de Eva Müller, la rubia mujer policía que se enamoró de ella (Sandra Smith, ex líder del grupo musical Los Angeles de Smith). “Asquerosos de mierda, son hermanos”, se escandaliza Escarfase al encontrar a la hija encamada con el hijo. “No te hagas el inocente, que no me olvido de lo que me hiciste”, lo hace callar Mirna. Pero todavía falta la escena en la que Escarfase presencia, desde el asiento de atrás de un auto, la fellatio de la nena a un cliente ocasional.
Lo bueno de El boquete es que no tiene intención de espantar a nadie. Con un oído para el habla callejera que empata y hasta le gana al de Pizza, birra, faso, la película de Mucci (cuya ópera prima, Pernicioso vegetal, llevaba por título alternativo El fasista) ejerce la amoralidad con naturalidad y provoca desde un mal gusto enormemente gozoso. Llena de momentos desternillantes y con el auteur porno Víctor Maytland haciendo de sí mismo en breve cameo, a diferencia del resto del cine argentino promargineta (películas como Plástico cruel o Marc, la sucia rata), el film de Mucci no hace de la falta de reglas una coartada para la incapacidad o la desidia cinematográficas. Muy por el contrario, todo está construido aquí con cuidado y deliberación, ya se trate de la magnífica fotografía en tonos saturados de Andrés Mazzon, la música cafona de Axel Krygier o esos sorprendentes cortes longitudinales falseados, en los que puede verse a Escarfase y el resto de sus desconocidos de siempre, reptando por el túnel y por debajo de unas veredas por las que la normalidad sigue pasando, vacunamente. Como pasa el cine argentino medio, por sobre películas como El boquete.
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