Jueves, 17 de agosto de 2006 | Hoy
“EL CENTINELA”, DEL ESTADOUNIDENSE CLARK JOHNSON
Sobre el modelo de 24, el film nunca profundiza lo necesario para un thriller.
EL CENTINELA
(The Sentinel) EE.UU., 2006.
Dirección: Clark Johnson.
Guión: George Nolfi, sobre novela de Gerald Petievich.
Intérpretes: Michael Douglas, Kiefer Sutherland, Eva Longoria, Kim Basinger, David Rasche y Martin Donovan.
Así como antes de escribir novelas de espionaje, Tom Clancy fue espía, Gerald Petievich revistó como agente en el Servicio Secreto de los Estados Unidos, durante casi veinte años y antes de ponerse manos a la obra con la novela que dio origen a Vivir y morir en Los Angeles. En otra novela de Petievich se basa El centinela, thriller conspirativo que si algo demuestra es que la época de oro del subgénero terminó hace rato. Al menos para el cine.
En televisión sí se puede ver un gran thriller conspirativo, que ya va por su quinta temporada e hizo del relato segundo-a-segundo la palanca misma de la transpiración narrativa. Se trata, claro, de 24, en cuya primera temporada el protagonista debe investigar y frenar un atentado contra el presidente de los Estados Unidos. Lo mismo sucede en El centinela, donde para más datos actúa Kiefer Sutherland, a quien esa serie consagró como estrella. Pero El centinela no es 24, ni de lejos. No sólo porque transcurra en un margen de tiempo algo mayor que un solo día, sino sobre todo por la tensión, crispación y adrenalina que allá sobran y acá brillan por su ausencia. Esa sensación de que si no se hace algo pronto, el mundo se viene abajo, que no es otra cosa que el motor, la razón de ser de todo thriller conspirativo.
En lugar de director de la División Antiterrorismo, Sutherland es aquí David Breckinridge, alto agente del Servicio Secreto. Pero no es él el centinela del título sino Michael Douglas, que hace de su colega Pete Garrison. En el pasado, a Garrison le ocurrieron dos cosas: 1) no pudo impedir el atentado que casi le cuesta la vida a Ronald Reagan y 2) tuvo un affaire con la mujer de Breckinridge. Por esta segunda razón, aquél no lo puede ni ver. Claro que ésa es (o debería ser) una línea menor del relato, teniendo en cuenta que lo que está en juego es la vida misma del presidente de la Nación. A quien encarna un tal David Rasche. Actor secundario al que, vale decirlo, le faltan la presencia y la estamina que, se supone, el máximo mandatario de los Estados Unidos debería contagiar a chorros.
Todo indica que el atentado contra la vida del Presi se cometerá en plena reunión del G-8, en Toronto. El día se avecina, en las calles se preparan las manifestaciones antiglobalistas y en la Casa Blanca el nerviosismo cunde, casi tanto como los celos, rivalidades y aventuritas entre los miembros de su staff. Confirmando que El centinela no termina de decidirse entre el thriller político y el culebrón casero, resulta que Garrison –que por lo visto aprende más bien poco de la experiencia– está teniendo un affaire con... una encumbradísima mujer pública, dígase para no andar revelando datos de más (Kim Basinger). Hay otro personaje femenino, al que interpreta otra actriz sumamente popular en la tele de cable. Se trata de Eva Longoria, la más sexy de las Amas de casa desesperadas, que aquí, bajo la apariencia de agente del Servicio Secreto, en realidad hace de ODPL (Objeto Decorativo de Procedencia Latina). Papel al cual parece fatalmente destinada, no precisamente para su disgusto.
Como revela la equiparación que el propio guión establece entre cuernos y magnicidios, en El centinela todo parecería dar lo mismo. Nunca termina de quedar claro si uno debería preocuparse por el atentado en puerta o porque descubran a Garrison en brazos de Basinger. O tal vez porque (tercera línea del script) sus colegas sigan creyendo que, ya que el test poligráfico le dio mal, Garrison es el infiltrado a quien todos buscan. Infiltrado que le pasa los datos al rejuntado de ex agentes de la KGB, neonazis, miembros de un cartel narco y tipos de acento británico que son los patéticos villanos de la película. En cuanto al topo, al espectador le resulta infinitamente más sencillo descubrir de quién se trata: es el actor que desde las primeras escenas pone cara de topo.
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