Lunes, 25 de enero de 2016 | Hoy
OPINIóN
Por Eduardo Fabregat
Es hora de terminar con esta farsa. Uno espera los torneos de verano sólo por ese temita del síndrome de abstinencia, la necesidad de ver algo de fútbol, quizá para renovar el stock de chicanas –chicanas de todos modos menores: es solo un torneo de verano–, ocupar en algo las noches del estío. Pero en el fondo y en el frente también sabe con qué se va a enfrentar, los jugadores duros, la posibilidad de lesiones que afecten al equipo, los partidos aburridos y la falta de timing que lleva a piernas mal puestas y, como consecuencia, alguna gresca que bueno, por lo menos le pone pimienta al asunto. Pero la repetición también atenta contra ese dudoso atractivo y entonces, lo del comienzo.
El River-Boca del sábado fue otra demostración de la tesis. Quizá la gente se divirtió en la cancha, pero para el espectador televisivo no hubo mucho más que el conocido desfile de dislates. Eso sí, ahora con más árbitros: como los productos que se venden como nuevos con la única novedad de presentar un cuarto de litro extra, en los torneos veraniegos 2016 podemos ver las barbaridades de costumbre, ahora fiscalizadas por cinco tipos de negro. “A mí no me pareció plancha”, dice el comentarista mientras se ve a un jugador de Boca imprimiendo toda la serie de tapones en el tobillo de uno de River, y entonces qué vamos a andar reclamándoles a los árbitros, que están en el medio del frenesí del partido y, pobres, son solamente cinco. Un jugador exquisito como Tevez saca una pelota como en el vóley (y el árbitro se toma su tiempo para cobrarlo). Tevez y Chávez lo conversan a Maidana y Maidana se pone en plan Terminator, con la impericia de un debutante. Cubas pega dos planchazos y se queda, Pisculichi está en el banco pero lo echan. River tiene dos jugadores más pero no consigue meter otro gol. Boca aguanta pensando en la venganza, es decir la revancha en Mendoza. El tumulto de jugadores tirándose manotazos bien puede ser la precuela de lo que se viva afuera. La pelota cruza los aires pidiendo por favor que termine, el árbitro debería adicionar diez minutos pero se apiada de todos y suma solo cinco.
Y los comentaristas y relatores analizando quién fue la figura y uno pensando que más que figura acá lo que corresponde es darle una tablet a Quasimodo, lamentándose por no haber podido enganchar el relato de Víctor Hugo en Radio Madre que lo debe haber hecho mejor y más divertido, se va terminando otro episodio de esta payasada. Allá lejos quedó la chilena de Francescoli contra los polacos, los partidazos que solían armar River e Independiente, los campeonatos estivales como entretenimiento y no como aperitivo del fútbol horrible que a menudo se sufre durante el año. O quizá uno tiene un recuerdo demasiado idealizado, y en realidad todo fue siempre así de feo pero eran veranos donde uno era más joven, más flaco y no andaba con el malhumor de los atropellos macristas. Como sea. Terminemos con esta farsa. Denle vacaciones como corresponde a los jugadores, hagan una pretemporada sin necesidad de exhibir públicamente las torpezas del mientras tanto, transmitan torneos de veteranos o de jóvenes promesas, pero evitemos esta boba ilusión de que nos sentaremos frente a la tele –o en la tribuna– frente a un partido que valga la pena ver. Sabiendo que vamos a tener otra dosis de fúbtol de venaro.
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