Viernes, 22 de septiembre de 2006 | Hoy
UN JUGOSO DEBATE EN LA FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES
Pedro Mairal, Florencia Abbate, Washington Cucurto y Mariana Enriquez, integrantes de la antología La joven guardia, se prestaron a un encuentro que terminó tocando múltiples ángulos.
Por Silvina Friera
El debate prometía y cumplió, aunque quizá continúe en otras mesas redondas o en los blogs. En la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA se realizó un encuentro de narrativa argentina con cuatro de los escritores que integran la antología La joven guardia (Norma), Pedro Mairal, Florencia Abbate, Washington Cucurto y Mariana Enriquez, y el encargado de la selección de los cuentos y del prólogo, el periodista cultural Maximiliano Tomas. El libro, a un año de su publicación, sigue suministrando temas para polemizar. ¿Existe una nueva generación? ¿La poesía contagió su espíritu tribal a los narradores? ¿El libro se está democratizando tanto que todo indicaría que en un futuro no muy lejano cada escritor crearía su propia editorial? ¿Ya nadie diría que las editoriales grandes están con el mercado y que la facultad es antimercado? ¿Hasta dónde lo bueno es realmente bueno? ¿Para quién escriben: para el pueblo –que no sabe leer–, para sus mamás, familiares y amigos? ¿Leer literatura hace a la gente más culta? ¿Qué es un lector? Todas estas preguntas y muchas más se sucedieron en un auditorio colmado de estudiantes de la carrera de Comunicación.
“La idea fue tratar de ser lo más amplio posible al poner en evidencia las distintas prosas, estilos y estéticas que estaban componiendo el campo literario de los últimos años. Estas múltiples texturas de voces están dando cuenta de que hay algo aflorando que sería parecido a una generación”, señaló Tomas. “No hay líneas estéticas bien definidas y fuertes por las que haya que tomar partido, como las clásicas dicotomías Borges-Arlt. Los escritores tendían a agruparse por afinidad a determinadas concepciones de la literatura, pero esto ya no existe para nosotros. La fraternidad generacional se da más allá de que te guste el tipo de literatura que hace el otro”, explicó Abbate, autora de El grito. “Hubo un tipo de política que tendió a que ciertas zonas de la literatura, como la poesía, se autonomizaran en los ’90 o intentaran autogestionarse a través de las pequeñas editoriales independientes.”
Mairal también se refirió a la movida que se fue generando desde la poesía. “Empezaron a circular más libritos, sin que el diminutivo sea peyorativo. La gente que no accedía a publicar en una editorial grande buscó editar sus libros o fundar sus propias editoriales y surgió algo muy interesante que fue el intercambio de textos, que en la narrativa no sucedía porque los escritores estaban en sus bunkers sin comunicarse, como si en el exterior hubiera una especie de radiactividad. Pero en la poesía se daba lo tribal y esto se trasladó a la narrativa”, comparó el autor de El año del desierto. “Al fin y al cabo, cada vez estoy un poco menos académico y pienso que una generación es la gente que se emborracha toda junta o que juega al fútbol”, bromeó Mairal. Cucurto, en cambio, fue el primero en cuestionar la existencia de una generación. “No creo mucho en las generaciones; no sé si es un grupo de personas que nació el mismo año, ni por qué sería una generación: si porque escriben igual, van a bailar o juegan al fútbol.” Enriquez coincidió con el autor de Cosa de negros en cuanto a su desconfianza respecto del tema de las generaciones. “Lo interesante, más allá de las diferentes estéticas, es haber superado dos prejuicios muy generalizados: que la gente de nuestra edad está muy despolitizada y que no sabe escribir.”
Abbate hizo la carrera de Letras, trabaja como crítica cultural para diferentes medios, escribe poesía, narrativa y tiene una editorial independiente, Tantalia. “Quizá, pese a la esquizofrenia aparente, esta multiplicidad de roles me salvó de la alienación de convencerme de una sola de estas lógicas”, aseguró la escritora. “No siento que la facultad sea un ámbito en el que pasen cosas interesantes. Ninguno de nosotros cree más a rajatabla los prejuicios de que las grandes editoriales están con el mercado y que la facultad es antimercado.” Mairal comentó que le pasó todo lo que le puede suceder a un escritor. “En 1998 gané un premio (el Clarín de novela con Una noche con Sabrina Love), al año hicieron una película, después publiqué un libro que no leyó ni mi mamá, la academia me mató y después me mimó. Tengo una relación muy histérica con la industria cultural”, afirmó el escritor. Enriquez recordó que publicó su primera novela, Bajar es lo peor, cuando tenía 19 años. “Pasaban un spot por la Rock & Pop que decía que era la escritora más joven de la Argentina, y fui al programa de Lía Salgado y al de Chiche Gelblung. Fue muy fuerte, no sé las pavadas que dije, pero era realmente famosa, aunque duró dos meses.”
“Siempre interpreté a la literatura como un entretenimiento, como bailar, jugar al fútbol o mirar televisión”, agregó Cucurto. “La literatura es recreación sin ningún tipo de reglas y donde no hay algo que sea de calidad. Lezama no me parece mejor que Jaime Bayly (hoy por hoy, Bayly me parece mucho más divertido) pero, ¿hasta dónde lo bueno es realmente bueno? No leo ni loco una novela de 500 páginas de Vargas Llosa, ¿cómo voy a leer 500 páginas que me aburren?” Sobre su editorial, Eloísa Cartonera, Cucurto reveló que hacer libros con cartón le pareció la mejor manera de difusión. “No hay que pensar en escribir el gran libro ni nada por el estilo. El gran libro es el que nos gusta, el que no nos aburre, y si no es muy grande, mejor.”
Tomas subrayó el fenómeno de la democratización de la edición de libros. “Hoy no es extremadamente difícil publicar. Si seguimos así, cada escritor va a fundar su propia editorial y no estaría mal. Hay una explosión muy rara en la circulación, se están desdibujando las fronteras y el soporte está dejando de ser lo más importante, a la vez que hay una llegada más directa a las editoriales. Editar libros en la Argentina volvió a ser un negocio. Quizá se publiquen más libros de menor calidad en las editoriales grandes, Alfaguara, Planeta, Sudamericana; es como si el piso de calidad fuera un poco más bajo, o quizás el libro sea una mercancía más.” Los editores, según Tomas, son también escritores y contaminan los roles. Abbate observó que hoy se puede publicar en una editorial grande y después en Interzona, porque ahora la repercusión que tenga un libro no necesariamente está ligada a la editorial en la que se lo publica. “Desacralizar el soporte hace que se democratice más el libro, y eso me parece saludable”, subrayó.
“¿Esta vanguardia no es un poco elitista?”, quiso saber un joven del público. “La cultura es elitista y la literatura no existe”, le respondió Cucurto. “Lo que es elitista en este país es que la gente no tenga laburo y que los pibes anden levantando cartones en la calle, y no que tres o cuatro pibes escriban un libro, hagan un blog y boludeen un rato. No va a haber nunca cultura si hay desigualdad social”, agregó. Pero el joven insistió con otro interrogante que echó más leña al fuego: “¿Para quién escriben?”. “Para el pueblo no escribimos, porque no sabe leer”, contestó Cucurto. “Vargas Llosa escribe para los yanquis; hay 60 millones de semianalfabetos en toda Latinoamérica.” No del todo satisfecho con la respuesta de Cucurto, el asistente lo increpó: “¿Para quién escribís vos?”.
Washington Cucurto: –Yo escribo para mi mamá.
Mariana Enriquez: –No se puede escribir de una manera popular porque la gente no sabe leer.
–Me parece un pensamiento prejuicioso –se quejó una mujer–. Tenés menos del 1 por ciento de analfabetos en Buenos Aires y 2,5 en el Chaco, que es la provincia más pobre, ¿cómo dicen que la gente no sabe leer?
W.C: –¿Vos decís que la gente que no es analfabeta sabe leer? –le preguntó a la mujer.
–No, pero tampoco porque lea literatura es más culta que otra.
El problema es la visión anacrónica que tienen los autores sobre la lectura, aunque sea de un modo inconsciente. Para los escritores, la lectura estaría sólo asociada al género literario, excluyendo como lecturas los libros de filosofía, historia, ciencias, religión, best sellers (¿cómo nombrar lo que hacen los que leen a Isabel Allende o a Dan Brown?), historietas, revistas, libros o artículos por Internet (por cierto otro soporte, pero que, hasta que se encuentre una palabra mejor, sigue siendo un acto de lectura). Aunque ninguno registró esta cuestión del manejo de un concepto de lectura que peca de endogámico (aspecto que vienen observando los historiadores del libro o un organismo como Cerlac, Centro Regional para el fomento del Libro en América Latina y el Caribe), Cucurto pegó el volantazo hacia otro aspecto muy emparentado. “Los lectores no son los que pueden pagar un libro, no nos confundamos, esos son consumidores”, replicó el autor de Cosa de negros. “Formar un lector lleva años y hay que empezar de chicos.”
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