espectaculos

Viernes, 22 de septiembre de 2006

CINE › LISANDRO ALONSO EXPLICA COMO NACIO “FANTASMA”

“Hablo de ese cine radical, que existe pero es negado”

El director de La libertad y Los muertos estrena hoy en la Sala Lugones su nueva película, filmada en el Teatro San Martín.

Cuando la familia de Lisandro Alonso vio Fantasma, un pariente muy cercano se acercó al cineasta y le dijo: “Por favor, enterrala, no se la muestres a nadie, no arruines tu carrera”. Han pasado algunos meses desde aquel comentario y Alonso, reconocido internacionalmente como una especie de “ovni cinematográfico” (en mayo pasado presentó la película en el Festival de Cannes), prepara el mate con una parsimonia ajena a las tensiones que podría causarle el inminente estreno del film. Lo que sí parece preocuparlo es que se le haya hervido el agua. Pero todo se va resolviendo con naturalidad. Alonso ilustraría el camino que lo conduce a la entrevista usando un plano secuencia de su cuerpo huesudo llevando la diminuta pava de aluminio a través de una escalera. La segunda escena sería en la terraza: el cineasta pasaría la mano por el polvo de una silla de plástico, se sentaría y empezaría a cebar sin haberle agregado a la yerba una sola partícula de azúcar. Entonces vendrían los títulos. Y ahí se complicaría todo, porque hay que ver quién sería capaz de encontrarle un rótulo adecuado al creador de tres de las películas más extrañas que el cine argentino ha dado en los últimos años.

“Hago las películas pensando en generar algo que me guste a mí, porque yo me considero parte del público”, anuncia el joven una vez que se acomoda sobre el techo de su estudio. Su último film pone a circular por el edificio del Teatro San Martín a Misael Saavedra y a Argentino Vargas, sendos protagonistas de las dos películas anteriores del director, La libertad y Los muertos (ver recuadro). “Cuando estrenamos Los muertos en el San Martín yo quise que Misael, que había protagonizado La libertad, también viniera, porque para mí era un momento importante. Entonces lo invité y ése fue el germen de Fantasma”, asegura Alonso. “Cuando lo vi saludar a Argentino –rememora–, en ese décimo piso lleno de gente con una copa en la mano, con el ascensor que tiene voz y las escaleras medio doradas, me dije: en la cabeza de ellos dos debe estar pasando algo muy raro en esta situación. Algo que yo estoy muy lejos de poder interpretar.”

A partir de esa especie de satori comenzó a organizarse el nuevo rodaje y apareció la posibilidad de que Argentino y Misael viajaran una vez más hasta Buenos Aires. Finalmente, en el imponente edificio del Teatro San Martín, la cámara de Alonso siguió a los dos hombres, emulando el momento en el que visitaron la Capital para presenciar el estreno de Los muertos. Las fricciones entre el edificio y los universos personales que los dos campesinos llevan consigo fueron punteando el itinerario de dos caminantes de pasillos desolados, que ocasionalmente se topan con antípodas culturales como el acomodador, la empleada administrativa y el boletero de la institución, pero también con elementos ajenos a su rutina: “Hacía cincuenta años que Argentino no subía una escalera”, destaca el realizador, entre risueño y sorprendido.

–Los dos protagonistas de sus películas anteriores, que viven en el campo, se encuentran en el lugar en el que usted nació para encarar un rodaje. ¿Intenta ese encuentro transformarse en una especie de “cierre de ciclo”?

–Es un intento por traer a la ciudad la mirada extrañada que ya había usado en el campo y por eso trabajé con amplificaciones de sonidos y distorsiones, entre otros recursos. Asimismo, me parecía que este trabajo era mi forma de decir gracias y adiós a Misael y a Argentino. Fantasma es una película que necesito, lo que no significa que sea un capricho. Habla sobre las películas que a mí me interesan, sobre la manera en que se siente una persona que no es de la ciudad, cuando entra al cine. Quería agradecerles a ellos dos y me pareció que la mejor forma era cambiar los roles: yo ya había ido a su lugar, ahora ellos iban a venir a un espacio que yo respeto mucho. Al final, hoy ellos van a venir otra vez a presentar las películas y el anfitrión voy a ser yo. Es una manera de devolver lo que me dieron.

–Casualmente, algunos investigadores sostienen que la palabra inglesa ghost (fantasma) comparte su raíz etimológica con host (anfitrión) y con guest (huésped), lo cual quizá arroje luz sobre el título de la película...

–En realidad, el nombre de la película me vino a la cabeza porque un fantasma es algo que está y a la vez no está. Entonces me interesaba aprovechar esas ambigüedades para hablar de ese cine un poco más radical, cuyos lugares existen pero a la vez son negados. Lo mismo pasa en el país con algunas personas que viven alejadas de las grandes capitales. Muchos saben que están ahí, pero todo el mundo hace como si no existieran.

Se escuchan unos pasos subiendo por las escaleras. Alguien le informa a Lisandro que Misael Saavedra está teniendo problemas para venir a Buenos Aires porque la ruta que lo trae desde La Pampa está cortada. El muchacho hace dos o tres hipótesis para resolver el obstáculo y después explica: “Es muy importante que Misael y Argentino hayan aceptado venir. Son gente que, cuando acepta una invitación, es porque ha analizado todos los detalles. Uno puede leer su afecto en ese tipo de respuestas, porque, la verdad, no se expresan mucho”.

–¿Qué relación tienen las mayorías con apuestas estéticas y políticas como la suya?

–En principio, yo sé que no hago un cine para público masivo. Sin embargo, es preocupante que el cine de hoy exija tanta pasividad. Es como... barato. Es necesario pensar formas para que no se muera la pluralidad de miradas en el cine, porque si eso pasa va a significar de alguna manera la muerte de la pluralidad de espectadores. Yo simplemente aspiro a que el que mira se pregunte: ¿por qué este tipo me está planteando esto? En ese sentido, prefiero que cinco tipos recuerden mi película y dialoguen con ella por un par de años a tener quinientas mil personas que a la media hora estén comiendo pizza y pensando en otra cosa.

–La crítica ha señalado que sus películas tienen un carácter “hipnótico”. Pero la publicidad también puede ser hipnótica y no se parece en nada a su estilo, ¿dónde radica la diferencia?

–A lo mejor la publicidad logra el hipnotismo con la repetición y así consigue que consumas sin pensar. En mi caso, si se logra cierto efecto de trance es porque el espectador ha entrado voluntariamente en ese juego de observar, de detener el tiempo, de meterse en un ritmo que en una hora de proyección pretende envolver al que mira en un dejarse estar contemplativo. Hacia el final de la película, tal vez te olvidaste de lo que estabas esperando al principio, e incluso disfrutaste de lo inesperado. Hace cien años la gente no se preguntaba si estaba viendo un documental o una ficción, porque ir al cine era -–y para mí sigue siendo– una experiencia.

Compartir: 

Twitter

“Hay que pensar formas para que no se muera la pluralidad de miradas en el cine”, dice Alonso.
Imagen: Bernardino Avila
 
CULTURA Y ESPECTáCULOS
 indice

Logo de Página/12

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.