Moviéndose con comodidad entre lo musical y lo actoral, entre la canción francesa, el tango o la música latinoamericana, Marikena Monti es una de esas intérpretes personales que dejan su sello en todo lo que muestran. Con una trayectoria que comenzó en los ’60, en tiempos del Instituto Di Tella, el recorrido de Monti, marcado por tres años de estancia en París, la llevó, de la mano de la canción, por la comedia y la tragedia. Hoy, dentro del ciclo “Los viernes música”, que organiza todos los años Página/12, Marikena Monti mostrará un espectáculo especialmente pensado para la ocasión, al que tituló Aleaciones. El concierto comenzará a las 20.30 en la Sociedad de Distribuidores de Diarios, Revistas y Afines (Belgrano 1732), con entrada libre y gratuita. El próximo viernes, el ciclo continuará con un perfil tanguero, a cargo de Lidia Borda.

La marca de estas Aleaciones musicales es la de la transformación, explica Monti, y detalla el recorrido propuesto: “Voy a mostrar cómo fui cambiando desde que arranqué cantando a capella, cuando tenía 9 o 10 años, pasando por la época en que empecé a tocar la guitarra, hasta llegar a la etapa profesional. Ahí voy a mostrar canciones con el pianista Oscar Laiguera, que me acompaña desde hace más de diez años. También va a haber canto sobre pistas grabadas de mi espectáculo Secreto a cuatro voces. La música es una gran aleación de sonidos, estilos, formas, y el canto también, por eso yo nunca pude quedarme en un género definido”, define la cantante. Las Aleaciones de Monti transcurrirán por autores como María Elena Walsh, Cobián y Cadícamo, Gardel, Chabuca Granda, Violeta Parra, Edith Piaf (con dos canciones escritas por ella) o Pedro Orgambide.

–Una constante en su carrera es la variedad de géneros abordados. ¿Hay alguno en el que se sienta más cómoda?

–No. Todo lo que canto es elegido y especial. Para mí armar un repertorio es como trazar un gran mapa de autores, marcar una geografía con esos autores. Yo amo lo que canto, y disfruto transitando todos los géneros. Los que me sientan bien, claro.

–¿Y hay alguno que no le sienta bien?

–Uno que me resulta imposible, porque para poder cantarlo tendría que irme a pasar el resto de mi vida a Andalucía, y a lo mejor ni siquiera así llegaría a atraparlo: el flamenco. Me fascina, pero para poder cantarlo hay que llevarlo en la sangre.

–Siempre se movió entre lo musical y lo actoral. ¿También se considera actriz?

–Sí. No porque considere que cantar es como ser actriz, como dicen algunos cantantes. Yo más bien creo que cuando uno está en el escenario, y está ahí de verdad, siempre está poniendo algo de uno. Ya sea que esté cantando, hablando, moviéndose o bailando, si está de verdad en escena, está transmitiendo sentimientos que son veraces, que no son fingidos. María Callas hablaba de “lo que no es falso”, eso a ella la obsesionaba. Y, como cantante, fue una actriz de las más grandes. No creo en la actuación: ni el actor ni el cantante actúan, están ahí. Es algo relacionado con el manejo de la energía y con buscar adentro tuyo. Porque todos tenemos metidos adentro a todos los personajes que interpretamos, desde el amante al asesino. ¡Eso es lo complicado del ser humano!

–¿Cómo elige el repertorio?

–Me muevo con los autores que sé que me interesan. El disparador siempre es la poesía. Una canción con muy buena letra difícilmente tenga mala música. Vos agarrás a un tipo como Serrat, sin conocerlo, leés una letra suya y cuando después vas a acompañarla con la música, ¡ya está! No falla nunca. Lo mismo pasa con Víctor Heredia, Eladia Blázquez, Chico Novarro, con todos los buenos letristas...

–¿Qué cree que debe tener un buen cantante?

–Primero tiene que ser una persona afinada, porque la afinación es muy difícil de corregir. Luego tiene que tener musicalidad. Pero, por sobre todas las cosas, se necesita un nivel emocional muy alto para poder transmitir el contenido de las canciones. Si esto último no está, con las cualidades técnicas no hacemos nada.