Martes, 11 de septiembre de 2007 | Hoy
LA PRESENCIA ARGENTINA EN LA FERIA DE ANTROPOLOGIA E HISTORIA
Las teorías de la crisis de 2001, las figuras de Gardel, Perón y Evita y los teóricos y escritores invitados son estrellas de un evento que promueve la integración.
Por Silvina Friera
desde Mexico D.F.
Todos los caminos conducen al Zócalo; recorrerlo, tratando de captar y procesar las múltiples imágenes que proyecta, es una experiencia antropológica. Al llegar a esta plaza el turista siente que su presencia no es sino un arañazo sobre una insondable y compleja inmensidad: la cultura mexicana. “Estamos pisando nuestros antepasados. Aquí abajo yacen abuelos y bisabuelos”, dice Bárbara, uno de los personajes de El tren pasa primero, de Elena Poniatowska. Y aquí o en el bosque de Chapultepec, en el Museo Nacional de Antropología, donde transcurre la XIX Feria del libro de Antropología e Historia, los rituales atraviesan de punta a punta la ciudad. Argentina, el país invitado a este encuentro que se propone abrir nuevos vasos comunicantes entre autores, editores, libreros y lectores de acá y de allá, despliega en el stand los iconos de siempre: Gardel, Perón y Evita. Esta tríada imbatible despierta el interés de estudiantes de ciencias sociales, historiadores y antropólogos que circulan diariamente por el museo. “Qué difícil que es entender al peronismo”, les dicen los mexicanos a Antonia Portaneri, de la Secretaría de Cultura de la Nación.
La tarde gris se cierne como una amenaza sobre el Zócalo y el bosque de Chapultepec. Pero mientras los concheros –los llaman así porque tienen conchas de semilla en los tobillos– bailen alrededor de un pequeño altar con canastas, frutos y ofrendas varias, con la imponente Catedral metropolitana como escenografía de fondo, la lluvia no caerá ni en la plaza ni en el bosque. “Ahorita están celebrando un ritual”, le dice a Página/12 una mexicana que observa con naturalidad esta ceremonia que los indios realizan porque el dios de la lluvia está enojado. Los concheros, que dicen que son descendientes directos de los aztecas, tratan de apaciguar a Tláloc. A pocos metros, en la Catedral, una joven vestida de rosa, como si fuera una novia, se dirige al altar para celebrar sus quince años, mientras un puñado de turistas sube hasta el campanario, acompañados por un guía. “Esta es Doña María”, dice, y señala la campana más antigua de la catedral. Y la doña, que pesa aproximadamente siete toneladas, ahuyenta a la precavida turista japonesa que estaba justo debajo y decide correrse unos metros, por las dudas que la doña se desplome sobre ella.
Varios organilleros, músicos ambulantes conocidos popularmente en México como cilindreros, pululan por las adyacencias de la plaza, aprovechando la concurrencia masiva que genera la Primera Feria de Arte Mexicano. El Zócalo luce más colorido que nunca: verde, blanco y rojo. Las banderas mexicanas se despliegan por toda la plaza a días de un nuevo aniversario de la independencia, que se celebrará el próximo sábado. Y hasta esa minucia de la efeméride conecta a argentinos y mexicanos que en 2010 festejarán los 200 años de la independencia. “El Bicentenario nos encontrará unidos o dominados”, bromea un argenmex, parafraseando a Perón. Los vendedores ambulantes ofrecen banderas, gorros, muñecas de trapo, globos y remeras con los colores patrios. El ingenio alcanza a la publicidad callejera de los perfumes. “Felicidades, mamita, perfumes finos”, reza un cartel tricolor, que anuncia que durante todo el mes podrán comprar perfumes a 30 pesos mexicanos (a un poco más de 3 dólares). Muchas familias que pasean se detienen en los puestos y compran tres tacos o enchiladas a 10 pesos. Los turistas, prevenidos de que sus estómagos no están preparados para digerir el picante mexicano y mucho menos el que se sirve en los puestos callejeros, compran refrescos y algunos se animan a que los concheros los limpien de los malos espíritus con copal, una resina que queman en carbón y produce un humo y olor similar a los sahumerios.
En el bosque, en el museo, el antropólogo Alejandro Grimson, director del Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de San Martín, se refiere a un viejo complejo que afecta a los argentinos: el sentido unívoco que para muchos intelectuales tiene la palabra nacionalismo. “El 19 y 20 de diciembre de 2001 en todas las movilizaciones de desocupados había banderas argentinas”, recuerda el antropólogo en su conferencia Hacia una antropología de las sociedades nacionales. “Era una manera de reclamar la inclusión ciudadana, tenía un sentido específico, diferente al que puede haber en un desfile militar o al izar la bandera en las escuelas”, explica Grimson. “Hay una convergencia perversa entre el neoliberalismo, interesado en socavar las identidades nacionales, y algunos intelectuales críticos, que están más interesados en criticar las identidades que en comprenderlas.” En el stand argentino cuentan que circulan diariamente entre 700 y 800 mexicanos muy entusiasmados por conocer las publicaciones argentinas. Alfonso de Maria y Campos, director general del Instituto Nacional de Antropología e Historia, sintetizó las razones de este interés durante la inauguración de la feria. “Para todos aquellos que nos formamos en los años cincuenta, sesenta y principios de los setenta, los libros argentinos eran parte esencial de nuestra bibliografía, en casi todas las materias.”
Por unanimidad, la estrella de la feria es la antropología forense. Las conferencias de Darío Olmo, fundador y miembro del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), avivaron el interés por esta disciplina antropológica entre los mexicanos. “Les interesa mucho la historia argentina en general”, confirma Portaneri, que está por presentar el libro Mujeres indígenas, relatos e historias de vida de varias dirigentes de distintas organizaciones indígenas que luchan por el reconocimiento de sus derechos: Rosario Quispe, Octarina Zamora, María Inés Canuhé y Ofelia Morales, entre otras. También otras estrellas brillan en el museo. La actriz Soledad Silveyra lee una solicitada en contra de la instalación de las papeleras en Botnia durante la presentación del libro Payada gaucha, que reúne la correspondencia inédita entre José Hernández y Jaime Lusich. Entre órales –expresión de asombro que usan los mexicanos– e híjoles, todos apuran el paso en el bosque de Chapultepec y en el Zócalo. Quizá porque los concheros ya no bailan –acaso no habrá sido suficiente la ofrenda–, una vez más llueve en el D.F. ¿Qué habrá que hacer para que Tláloc no se enoje tanto?
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