Domingo, 6 de enero de 2008 | Hoy
OPINION
Por María Pía López *
Perón. Reflejos de una vida es el libro de una vida. Están allí, como capas, algunos de los temas que Horacio González pensó en sus libros anteriores: la interrogación del ensayo en sus núcleos irredentos, la retórica como corazón de la política, la conspiración como lógica organizativa. Esos temas, grandes avenidas de la política, son reescritos en relación con un nombre, el de Perón. No para decir que fue la clave oculta de todos esos planos, sino para extremar el pensamiento que ellos exigen cuando se los sitúa frente a un nombre propio. Este Perón conjuga el método lamborghiniano del solicitante descolocado con el ritmo de la meditación borgeana sobre el destino y con la dolorida interrogación de la Argentina que hizo Martínez Estrada. Nombres que son cuestiones de método en un libro que pone su metodología de investigación en primer plano. En el de la escritura. González –como Bergson y Benjamin– escribe privándose de la generalización abstracta: las suyas son imágenes sensoriales y singulares. La singularidad, siempre escurridiza, es perseguida mediante la comparación. Comparar no como ejercicio de subordinación de las diferencias a un juicio común, sino como búsqueda incesante de la diferencia mínima. No se persiguen grados de lo mismo –como en otras estrategias comparativas–, sino la diferencia que resquebraja la idea de común pertenencia. El trabajo es escultórico y el cincel va despojando las capas de lo obvio, de lo que opaca la singularidad, para hallar el concepto apropiado a cada cosa.
Carl Schmitt escribió que un acontecimiento fundamental del siglo XX fue la lectura que Lenin hizo de Clausewitz. Vista así la política debe pensarse en su disposición retórica y en sus operaciones de lectura. ¿Qué tipo de lector y de escritor es Perón? González narra un lector apropiador, omnívoro tomador de palabras ajenas, y un escritor que no siempre sabe cómo tratar sus palabras tomadas por otros. La lectura no puede eludir el malentendido y, sin embargo, toda palabra dicha supone la responsabilidad de su emisor. Entre el malentendido y la responsabilidad se juega un pensamiento sobre los años ’70. Y un drama: el de alguien que, en su mejor momento, arrojó su nombre a la arena de los acontecimientos, y en el peor quiso retirarlo sólo para sí. Hubo un Perón que dijo que aún no había tronado el escarmiento y muchos militantes que habían enarbolado su nombre murieron escarmentados. González escribe como cautivo desgarrado y sutil redentor, a la vez, de esa tragedia.
* Socióloga.
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