Domingo, 6 de enero de 2008 | Hoy
ENTREVISTA AL DIRECTOR GUS VAN SANT, SOBRE SU DEBUT CON UNA HISTORIA DE OBSESION ENTRE HOMBRES
El creador de Todo por un sueño y Mi mundo privado repasa los orígenes de su filmografía, las dificultades para empezar, la falta de recursos y los primeros acercamientos a sus temas de siempre: la fijación del deseo, el amor entre varones y el rechazo sentimental.
Por Virginia Collera *
Asomado a la ventanilla del auto, un joven hispano con anteojos de sol estilo aviador mira hacia el infinito. El cartel, en blanco y negro, anunciaba el inminente estreno de Mala noche, el primer largometraje del cineasta norteamericano Gus Van Sant (Estados Unidos, 1952). Había empezado la cuenta regresiva. Quedaba menos de un mes, poquísimo, después de todo: el film llegaba con 22 años de retraso. La promoción de Mala noche se adelantó para que coincidiera con las celebraciones del orgullo gay en Madrid. Ante Johnny, el chico hispano, miles de personas recordaban al mundo que su identidad sexual no mermaba sus derechos. El ambiente era de euforia arrolladora. Johnny, protagonista de una cinta legendaria entre la comunidad gay, ni se inmutó. En Mala noche no caben las celebraciones. Críticos de todo el mundo coinciden en que una de las grandezas de Gus Van Sant es que su cine está limpio de juicios –y prejuicios–. Se limita a dirigir, en ocasiones, a escribir los guiones. Deja que sea el espectador quien juzgue. Sus personajes, sus películas, él mismo no se someten a más juicio que el popular.
A la segunda llamada, Gus Van Sant atiende el teléfono de su casa de Portland, ciudad donde vive desde los años setenta. Allí son las 12 del mediodía, Van Sant, extremadamente amable, tímido, arrastra las respuestas, contesta con parsimonia y concisión. “Es raro que una película tuya se estrene después de tanto tiempo pero últimamente he visto mucho Mala noche y, en estos momentos, yo la veo como una especie de cápsula del tiempo de mi ciudad. Esa era mi visión de Portland en los ochenta. Ahora todo parece mucho más idílico, han construido bloques de apartamentos por todas partes y mucha gente se ha alejado del centro, del Old Town, donde se rodó Mala noche.” Gus Van Sant trabajó durante dos años en una agencia de publicidad en Nueva York para costearse su ópera prima. Todos esos ahorros, 25 mil dólares, fueron a parar a su primera película, de 78 minutos, 16 mm y bicolor. Tiempo atrás, el director había leído la novela autobiográfica de su paisano Walter Curtis, escritor, poeta y traductor, entre otros, de Pablo Neruda y Federico García Lorca. Curtis era adicto a los bajos fondos de Portland, donde al atardecer buscaban refugio borrachos, drogadictos, putas, chaperos. “Era una historia escrita por un escritor local, un tipo de mi ciudad, que se pasaba el día vagando por sus calles, pero su historia no era local, ni siquiera nacional, era internacional, extrapolable a cualquier ciudad del mundo”, explica. Era, pensó, la historia perfecta para alguien en su situación: un tipo con poco dinero y mucha ambición. “La trama era original, no era algo que se viera a menudo ni en la calle, ni en los libros, ni el cine”. Y recurrió a amigos y vecinos para hacerla. “Tenía claro que debía que contar con el apoyo de mi comunidad, si no, con los escasos medios que tenía habría sido imposible.”
La crítica alabó –y sigue alabando– la crudeza de las imágenes, la desnudez de los planos, la plasticidad deudora del New American Cinema, la inesperada iluminación de Mala noche. Todas esas características eran un gran acierto del novel Van Sant, un anticipo de la genialidad del director, de lo que estaba por llegar... La enumeración provoca la risa a Van Sant, que está por cumplir 55 años. “No teníamos nada, todas esas características tienen una razón de ser: nuestra pobreza de medios, era todo de una austeridad forzada”, recuerda. Mala noche se estrenó en 1985. No fue un éxito, al menos instantáneo. Desde entonces, se ha estrenado intermitentemente en salas comerciales de todo el mundo. De hecho, en Estados Unidos llegó a las salas comerciales después de Cowboy drugstore, su segundo largometraje. Sí que cosechó cierta gloria en los festivales: la Asociación de Críticos de Los Angeles le otorgó el galardón a la Mejor Película Independiente en 1987 y en 1988 el Festival de Cine Gay y Lésbico de Turín también la distinguió como mejor película. “Al principio no estaba seguro de que todo ese esfuerzo fuera a valer la pena, pero creo que finalmente sí me recompensó, fue un buen ejercicio de cine, me ayudó para mis películas posteriores”. El new queer cinema reclama para sí Mala noche. Gus Van Sant no dice esta boca es mía. El no entra en etiquetas o categorías. Es de temática gay, eso seguro. Walt es norteamericano, homosexual y trabaja en un pequeño supermercado. Y se encapricha con Johnny, un inmigrante ilegal mexicano que no habla una palabra de inglés y presume de heterosexual. Le ofrece 15 dólares por un polvo. No llevaba más, habría pagado hasta 100 por una noche con él, se excusa, pero Johnny no quiere saber nada. “Lo siento, yo no duermo con putos”, responde. El gringo se arrodilla, lo persigue, le hace regalos, se esfuerza por hablar español, lo escucha cuando le cuenta su odisea y la de sus amigos para cruzar la frontera, le presta dinero. El mexicano humilla al estadounidense. Nunca al revés. “Sí, aún hoy parece una interacción poco creíble. La relación entre ambos países no ha mejorado mucho, la verdad. Todo sigue siendo bastante trágico, en los años ’50 o ’60 era más fácil entrar en Estados Unidos, hoy están muy ocupados levantando muros como para hablar de integración”, señala Van Sant. Mala noche anticipa temas ya habituales en la filmografía del director: la juventud, la marginalidad, la homosexualidad, la muerte. El director declina, amablemente, encontrar las diferencias entre ésta y su película Last days, separadas por un intervalo de 20 años. “No son tan distintas, son películas pequeñas, inspiradas en un personaje real o ficticio. No creo que mi cine haya cambiado tanto en 20 años. Son dos películas de entretenimiento, sin más”, zanja. ¿Entretenimiento?
–A Hollywood no le parecen muy entretenidas...
–Bueno, en Hollywood siempre estoy bajo sospecha. No vivo en Los Angeles y, por tanto, no soy uno de los suyos.
–¿Y qué hay de En busca del destino o Descubriendo a Forrester?
–Esas películas fueron toda una experiencia, una aventura como todas mis películas. Para mí el cine es un experimento, ya sea etiquetado como comercial o como indie.
–Entonces, no renuncia a entretener a los espectadores.
–Claro que no. Yo también busco la aprobación del público, lo que pasa es que yo les ofrezco otro tipo de entretenimiento, películas que pueden ser incluso más entretenidas que las convencionales. Supongo que hago un cine apto para quien está harto de ver siempre lo mismo. Dicen que mi cine es abstracto pero la abstracción también puede ser diversión.
–Aunque no juzgue, aunque no disponga de explicaciones.
–No es mi función. Y, ¿por qué iba a tener que explicar algo si para una misma cosa hay un millón de explicaciones posibles? No me interesa, no me voy a complicar la vida tratando de dar respuestas.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
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