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Sábado, 2 de febrero de 2008

LA HISTORIA DE EMERICO CHIKI WEISZ

El amigo de Robert Capa, o el largo viaje de un maletín

Ayudante del legendario fotógrafo, fue clave en el hallazgo de negativos de la Guerra Civil.

 Por Javier Martin-Dominguez *
desde Madrid

Emérico Chiki Weisz es el hombre clave en la conservación para la historia de los negativos de Robert Capa. Mimetizado por su trabajo en el cuarto oscuro, siempre ha ocupado un lugar secundario en la historia. Quedó primero a la sombra de su compañero de lucha política, exilio y profesión. Y después fue ensombrecido por la apabullante dimensión de su esposa, la pintora Leonora Carrington, hasta su muerte hace poco más de un año en Ciudad de México. No parece casual que este deseado botín fotográfico de unos 3500 negativos sólo haya salido a la luz tras la desaparición del hombre que preparó con rigor los tres maletines de cartón para un viaje que ha durado casi 70 años.

En 1940, con Capa en Nueva York, el laboratorio de París quedaba a merced de la quema de los nazis. El testimonio gráfico de los protagonistas de la Guerra Civil Española y de la lucha antifascista en Europa corría peligro, y fueron la mano ordenada y el corazón de acero de Chiki Weisz los que lo pondrían a buen recaudo en Marsella, desde donde alocadamente huían bienes y personas al exilio. La lucha antifascista había unido en la agitada juventud a dos chicos judíos de Budapest, que animaban a los obreros de la capital húngara a reivindicar salarios y condiciones de trabajo. Eran Chiki y Bandi, el apelativo de Endre Friedmann, que terminaría adoptando el nombre artístico de Capa para firmar sus reportajes fotográficos. Tras sufrir detenciones y ante un ambiente político cada vez más espeso y un creciente antisemitismo, en el verano del ’33 escapan en un barco a vapor por el Danubio... Sin domicilio fijo, con el estómago lleno de agujeros, a los dos amigos sólo les salvó la vida su juventud, el anhelo político y finalmente la fotografía.

Su compromiso los llevó a España en 1936, en compañía del también fotógrafo Maurice Oshron. Aquí nacería la leyenda de Capa, sustentada en buena medida en el trabajo estoico y seguro de Weisz, su mano derecha para el revelado y el orden de las fotografías. Durante un tiempo, las imágenes captadas por Capa y por su compañera sentimental Gerda Taro acabaron confundidas en un mismo montón bajo la firma de Capa. Parece que lo mismo pasó con las de Weisz y Oshron. “Muchas de las fotos de la Guerra Civil que se adjudican a Capa fueron producto del trabajo conjunto de los tres amigos. Mi padre nunca quiso reclamar ningún crédito. Adoraba a Capa, sobre todo porque lo ayudó a escapar a México”, asegura Gabriel Weisz, hijo mayor y profesor de Literatura en la Universidad de México.

En una reciente visita al domicilio del ya fallecido Chiki para rodar una película documental con su viuda, Leonora Carrington, el legado fotográfico del “amigo de Capa” seguía sin airear en un cuarto de la segunda planta de su casa en la calle Chihuahua. Leonora se refería a sus fotos con respeto, pero sin petulancia. El análisis de los negativos reaparecidos en los maletines, ahora en manos del International Center of Photography en Nueva York, permitirá esclarecer aspectos sobre la autoría, sobre la secuencialidad de las tomas y sobre historias controvertidas como la que rodea a la sin duda joya de la corona del trabajo de Capa: Muerte de un miliciano, publicada por vez primera en septiembre del ’36 en la revista francesa Vu, y cuyo negativo no volvió a encontrarse. Quizá porque creó tal fulgor, la instantánea fue acusada de estar montada para la ocasión. También hay quien ha atribuido la foto más arquetípica de la guerra a Gerda Taro o incluso al propio Chiki Weisz. ¿Quizá por eso conservó tan amorosamente los maletines hasta el puerto de Marsella?

Arrestado y deportado a Argelia, Weisz debió entregarlos al general mexicano Francisco Aguilar González, diplomático en Marsella, defensor de la causa de la República y mano amiga para los refugiados antifascistas que buscaban salida ante el empuje alemán en Francia. Ni él ni Weisz, que embarcó en el buque “Serpa Pinto” en Casablanca también rumbo a México, ofrecieron datos sobre los maletines a quienes los interrogaron sobre estos hechos. Envuelto en el halo mágico de los episodios increíbles que todos vivieron, nadie reparó en uno más de los objetos perdidos en la mayor trashumancia de intelectuales europeos. Aunque poco amiga de hurgar en el pasado, sólo Leonora Carrington podría develar un posible secreto de alcoba.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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