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Sábado, 2 de febrero de 2008

ENCUENTRO ANUAL DE LAS COLECTIVIDADES EN ALTA GRACIA

Todo el sabor del folklore

Los músicos, como el Chaqueño Palavecino y Jorge Rojas, entre otros, tienen en este encuentro una competencia desleal: los platos típicos de los más diversos países del mundo.

 Por Karina Micheletto
desde Alta Gracia

Lo primero que anuncia que el visitante ha llegado al Encuentro Anual de las Colectividades de esta ciudad del Valle de Paravachasca, en la provincia de Córdoba, son los aromas que escapan de las carpas y stands que representan a cada país, y lo hacen desde sus comidas típicas. A medida que se avanza los aromas van compitiendo entre sí, en un paseo no recomendable para el que lo enfrenta con hambre. El Encuentro de las Colectividades de Alta Gracia es la fiesta más importante de esta ciudad, que también se jacta de tener museos en casas de sus habitantes ilustres, como el Che Guevara o Manuel de Falla, o una de las estancias jesuíticas de la región. La fiesta se completa, como debe ser, con música, y de la más rendidora: el Chaqueño Palavecino y Jorge Rojas, entre otros. Y, como todo evento de este tipo, está sujeto a los imprevistos climáticos: el jueves pasado, una inusual tormenta con vientos de 120 kilómetros por hora generó más de un susto entre las 15 mil personas que trataban de refugiarse como podían entre las carpas.

“Todo el mundo en Alta Gracia”, reza el slogan de este encuentro, y entre los puestos de cada país el lema parece traducirse en todas las cocinas del mundo. De la pizza italiana al shawarma árabe, de la paella española (la paellera gigante es la estrella de cada edición) a la repostería siria, todos los platos típicos están servidos. Eso sí: en momentos de gran afluencia de público, hay que sumarse a la colectividad que simplemente ofrezca lugar, sin mayores exigencias de paladar. Las carpas se disponen en un bello escenario, alrededor de un gran lago artificial o tajamar construido por los jesuitas en el siglo XVII. A un costado sobresalen la iglesia jesuítica y la torre del reloj, parte del complejo de las estancias jesuíticas. La entrada al predio sale 5 pesos y para acceder a la zona de plateas, desde donde se puede seguir cómodamente los espectáculos, hay que pagar entre 20 y 40 pesos, según el show. Este año, en su 21ª edición –que comenzó el martes pasado y se extenderá hasta mañana– ya pasaron por este escenario el Chaqueño Palavecino, Los Tekis y Alejandro Lerner. Para hoy se anuncian Peteco Carabajal y Jorge Rojas (que fue reprogramado tras la suspensión de su show por la tormenta del jueves), y para mañana Piñón Fijo y Patricia Sosa.

La ciudad tiene otros atractivos a mano: El Museo del Che Guevara, por ejemplo. Inaugurada en 2001, Villa Nydia fue una de las viviendas habitadas por la familia del Che, y hoy allí se reconstruyen posibles vivencias de la infancia y adolescencia de Ernesto Guevara de la Serna en Alta Gracia. También están el museo nacional de la Estancia Jesuítica de Alta Gracia, declarada Patrimonio de la Humanidad, y la Casa del Virrey Liniers. Y el museo del compositor español Manuel de Falla, que vivió en esta ciudad desde 1942 hasta su muerte, en 1946. Camino a Alta Gracia desde la capital cordobesa, por la Ruta 5, sobresale un monumento silencioso, también custodio de tiempos pasados. Es el obelisco funerario que el millonario Barón Biza mandó a hacer para su esposa Myriam Stefford, más alto que el Obelisco de Buenos Aires, según se encargó de diseñar. La leyenda nunca comprobada indica que allí Barón Biza enterró las joyas de su esposa, y hoy el obelisco permanece perdido como un simple dato inquietante del paisaje.

Pero, ya en Alta Gracia, los mitos remiten sólo a la cuestión de las nacionalidades, y así vienen y van ballets de chicas ataviadas con trajes típicos iraquíes o croatas, o moviendo sus ombligos al aire entre tules de odaliscas, o haciendo sonar castañuelas gitanas. En carpas como las de Cuba o Venezuela, la identificación nacional viene por el lado de los tragos y el baile: mojitos, Cuba libre y clases de salsa, daikiris y música en vivo con el grupo Tremendo Son. El jueves pasado, toda esta fiesta se vio interrumpida drásticamente por la llegada de un temporal tan imprevisto como inclemente. Y así lo que primero fue una lluviecita intermitente pronto se transformó en gotones, y luego en cortinas de lluvia y después aparecieron los truenos y se cortó la luz, y más tarde empezó a golpear el granizo y a azotar el viento contra las carpas. Así que, sin ninguna preferencia étnica o puesta en práctica de amistades entre los pueblos, pasada la medianoche la cuestión era guarecerse en la primera carpa con lugar que apareciese.

Debajo de la carpa española, los reclamos porque no marchaban más paellas pronto se transformaron en inquietud, cuando los arroyitos empezaron a formarse debajo de las mesas, y la carpa se fue moviendo cada vez más. Cuando la policía ordenó cerrar los costados abiertos porque “la tormenta venía fuerte”, la cosa se volvió más preocupante. Y los cientos que poblaban la carpa, que no eran de muchas nacionalidades pero sí bien distintos entre sí, empezaron a hacer realidad aquello del encuentro entre culturas, detrás de un objetivo en común: ¿cómo hacemos para salir de acá? La cosa no pasó del susto de alguna señora con chicos, pero ninguno de los que estaban allí olvidará el gusto de esa paella que nunca llegó.

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Las carpas y los stands son un festival de la diversidad gastronómica.
Imagen: Victor Bertolachini
 
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