Domingo, 6 de abril de 2008 | Hoy
LA REVISTA LA MUJER DE MI VIDA, ANTE UN REGRESO QUE NO SE ESPERABA
Ricardo Coller recuerda los hitos de una historia interrumpida en 2007 y que ahora vuelve desafiando tradiciones del género.
Por Julián Gorodischer
Esta es la historia de una revista que se fue, en 2007, y que ahora vuelve. Decidió regresar con una tapa dedicada al “amor loco”, quién sabe si como metáfora de la insistencia y la obcecación de sus mentores. En un doble movimiento simultáneo, la misma semana, se va Punto de Vista (ver aparte), la decana de las revistas académicas, y llega La mujer de mi vida, que confirma el amplio espectro, o el eclecticismo del género “revistas culturales”, que algunos ponen en duda que exista como tal y otros acotan en torno a datos superficiales: la venta posible en librerías y la constancia de escritores entre sus páginas. La mujer de mi vida “no es una revista cultural tradicional”, define su fundador, el médico y escritor Ricardo Coller. “La revista cultural puede ser un plomazo si la cultura se vuelve inaccesible para la gente y te hace quedar dormido leyendo un ensayo.” Hace cinco años, Coller quería escribir y no le resultaba fácil publicar. Demostró desde el inicio gran habilidad para conseguir el aval de empresas (antes de medicina prepaga, ahora de ropa y venta de regalos) como sostén económico, aunque es siempre enfático en destacar que “todo proyecto cultural va a pérdida”.
La mujer de mi vida opta por profundizar en “temas” que atraviesan la conducta social y la dinámica familiar (el amor loco, el chisme, la envidia, el padre) con fe en que la alquimia producida por acumulación de miradas a simple vista incompatibles (desde la pedagogía psicoanalítica de Gabriel Rolón a las narraciones de Claudia Piñeiro o Mariana Enriquez, en el número que viene) derribe prejuicios sobre “lo alto” y “lo bajo”. Hereda algo de su precursora Latido (que dirigía Daniel Ulanovsky Sack) aunque Coller destaque que aquélla era más “melancólica y emocional”. Pero como Latido, su revista revaloriza la impresión personal por sobre el dato duro, apuesta a la narración progresiva por sobre el paneo y la enumeración habituales en otro tipo de periodismo. Incluso contradice cierto orgullo de minoría habitual en el género, cuando Coller admite que en las reuniones de edición se descubren midiéndose con los suplementos culturales de los diarios. “A veces decimos no hagamos esto porque lo hace Página/12, o porque ya lo hizo Ñ.” Entonces confirman la necesidad de ser complemento y no competencia: dejan afuera las reseñas de libros y la actualidad porque de eso “hay mucho”.
Coller explicita la estrategia que posibilitó el retorno: “Entre los lectores que aparecieron, se presentó el dueño de Grissino, ropa para chicos, y la gente de Magneto, casa de regalos. Hicieron algo piola que es incorporar a la revista en la empresa. Dentro de su pauta publicitaria, acomodaron a La mujer de mi vida. Y por eso va a haber un dossier especial, que se va a entregar en los locales de ropa, con cuentos infantiles para que los grandes les lean a los chicos. El primero es de Angélica Gorodischer, y el segundo va a estar a cargo de Esther Cross”. Con una tirada de 7000 ejemplares en vez de los 3500 que salían antes del cierre, seguirán optando por el circuito de los kioscos, porque su director intenta que la producción llegue “a todo el mundo”. “Proyectamos un número que será ¿Por qué odiamos a los psicoanalistas? Hay resistencia de la gente a la teoría; y ahí hay una responsabilidad de los psicoanalistas que, cada vez que tienen que transmitir su teoría, no se les entiende.” La frontera que habita La mujer de mi vida es una zona en la que la revista cultural desafía, por momentos, al mundo intelectual, ya sea cuando se anima a repartir sus dossiers en la casa de ropa infantil o convocando para articulista de tapa al mago de las ventas (y probable simplificador de la teoría psicoanalítica) Gabriel Rolón, o despegándose de una supuesta responsabilidad para con su tiempo. “En este momento de la realidad política y social –explica Coller–, la revista da un paso al costado. Pero hay cuestiones que no ocurren desde el poder, y lo influyen. El tema de género, el de la ciencia. Todos conocemos al menos una persona que toma tranquilizantes. Es una época en la que lo más importante es estar bien. Antes era lograr lo que querés a cualquier precio. Ahora es estar saludable a cualquier precio.”
La vuelta es a pesar de que “los problemas empezaron en el primer número –-dice Coller– y la revista nunca se equilibró económicamente”. “Los proyectos culturales están muertos al nacer. El que quiera hacer dinero se equivoca. Yo tengo otro trabajo, no vivo de esto. Los últimos seis meses del año pasado eran una cosa insostenible; dependíamos de una empresa de medicina que se reestructuró y dijo ‘hasta acá llegamos’. Pero a pesar de que dio pérdida, nunca era mucha. El trabajo era desproporcionado con lo que se ganaba: todo el mundo tenía muy en claro por qué estaba.” La mujer de mi vida nunca se desentendió de la cuestión de quién los lee; se preguntó por circuitos, destinatarios, influencias; se desafió a ser regular y a correr el riesgo de ser pasada al interés general, la casta “inferior” en la que se transformaría (según el prejuicio) la revista cultural demasiado “facilitada”. Ese no fue el temor, sino todo lo contrario: evitar espaciar la venta, evadir la apropiación de parte de un gueto (el mundo psi hizo intentos descarados por transmitirle que “iba” por su sumario, y no se lo logró apropiar). Coller saluda a su propia revista, nuevamente, sin autoengaños ni falsos optimismos: “Conozco a Acontecimiento, que vive de la venta, pero es súper acotada; saca uno o dos números al año. No pueden más que eso, son cuadernillos. Argentina todavía no tiene público para sostenerla. El proyecto cultural más específico siempre es antieconómico”.
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