“Daneses…el diablo se cagó en nosotros”, escupe un personaje al comienzo de El último reino (va por History los jueves a las 21). Casi como el reverso de la impactante Vikings, la entrega se propone contar el mismo período mitológico pero desde ojos ingleses. O, mejor dicho, lo que eran esos pueblos antes de volverse el imperio más longevo en la historia de la humanidad. Esta producción de la BBC, fue creada por los realizadores de Downton Abbey consta de diez episodios y está basada en la saga de novelas de Bernard Cornwell, Sajones, vikingos y normandos. Su buena recepción de público y crítica le valieron en este 2016 dos nominacionesen los últimos BAFTA, fue galardonada por la Royal Television Society, y ya tiene una segunda temporada en camino.

Aquí se cuenta la resistencia del reino de Wessex, último bastión de los sajones frente a las invasiones vikingas del siglo IX, antes de la unificación de todos los pueblos que luego conformarían Inglaterra. Entre los paganos nórdicos y los creyentes invadidos aparece Uthred (Alexander Dreymon), nacido en una familia de la noble, pero capturado durante una batalla de niño y adoptado por los bárbaros del otro lado del Mar del Norte. Ya de mayor volverá a su pueblo mientras Alfredo el Grande (David Dawson) encara la unión británica frente a los guerreros que confían en Thor y Odín. El personaje principal sirve de espejo refractario de ambos pueblos, lo cual se corresponde con una disputa por su origen y crianza. “Es fácil de entender el tipo de lucha que atraviesa Uhtred, aunque a diferencia de él yo no tengo que matar personas en mi vida diaria”, señaló el actor alemán a cargo del protagónico. “Esta es una cultura que formó parte de un período de la historia y sobre el que en realidad se conoce muy poco, esta es una oportunidad fantástica para que las personas sintonicen con el momento y aprendan sobre esa época, o que lo miren como una historia entretenida y atrapante sin tener la intención de aprender algo”, añadió Dreymon.

El último reino no se destaca por su originalidad. Abundan los discursos sobre tópicos como el honor, la lealtad y los ancestros. También hay reyertas familiares con un tío shakespereano que se apropia de los títulos del protagonista y su infaltable enamorada desde la infancia, Brida (Emily Cox). Obviamente en ese presente los personajes añoran la grandeza del tiempo pasado. Paradójicamente, puede que esas formalidades narrativas vuelvan más efectiva la jugada. Hay otros puntos a favor: las apariciones justas de actores como el mítico Rutger Hauer (Blade Runner) y secretos bien guardados como Matthew Macfadyen (Ripper Street). El formato apela a escenas contundentes como aquella en la que un señor vikingo decide vengarse del ultraje a su hija quitándole el ojo a un crío de diez años de un golpe seco. La puesta en escena opta por la falta antes que por la grandilocuencia: el barro adherido a la piel, el hielo permanente, la sangre seca, las espadas pesadas, no hay un rastro de gracia para la vida de estos personajes. Tampoco la poética visual del largo de animación El secreto del libro de Kells que trataba los mismos tópicos. La serie, en cambio, se siente cómoda en la brutalidad de grandes gestas y la saña de interiores como en la mencionada Vikings, y claro está, de cierta producción épica de HBO: “Esta es una serie muy diferente a Game of Thrones, no sólo porque está basada en una historia real, sino por la manera en que fue filmada, es mucho más sucia y más áspera. Espero que en algún momento no tengamos esta comparación, pero reconozco que es muy favorecedor y nos sirve”, sentenció Dreymon.