Lunes, 1 de agosto de 2016 | Hoy
SERIES › A VERY SECRET SERVICE SE PUEDE VER A TRAVéS DE NETFLIX
Situada a comienzos de los ’60, presenta a una agencia secreta que hará lo que sea para mantener a Francia como potencia colonialista. Incorrecta en su tono, galante en su realización, la producción es una batería de referencias a la iconografía gala.
Por Federico Lisica
“Les dimos a Elvis, les dimos a Dylan, les dimos a Hendrix, ¿y ustedes que nos dan? Johnny Hallyday”, berreaba Nick Nolte en El Buen Ladrón (Neil Jordan, 2002). La cita viene a cuento de uno de los últimos estrenos de Netflix, A Very Secret Service, singular producción francesa que se incorporó recientemente a su portfolio de contenidos on line. Podrían cambiarse los nombres de músicos por El Agente de Cipol, James Bond, El Santo junto con esta ficción y ¡voilà! Se trata de una peculiar entrega que toma el género del (¿recontra?) espionaje pero que también homenajea a The Office, una parodia con tintes políticos y de género que a veces logra sus objetivos y en otros se enrosca con su boutade, portarretrato de la guerra fría pero con efervescencia gala. Para sumar más al desconcierto, tiene un singular formato en el que sus doce capítulos duran poco más de veinte minutos. Ya tiene una segunda temporada en camino.
André Merlaux (Hugo Becker) es el último sujeto en incorporarse a un departamento del servicio secreto que sirve a la V República. Atolondrado y galante, es el perfecto conejillo de indias para ser parte de misiones secretas en tiempos del régimen gaullista. En el primer episodio, su ocupación será la de entretener a una delegación de diplomáticos de una nación africana que quiere independizarse. “África siempre es África”, dirá despectivamente uno de sus colegas. “Argelia es francesa”, responde otro administrativo por las dudas. Gran parte de los capítulos suceden en las oficinas centrales de esta agencia donde las chicas fuman con boquilla y se bebe champagne mientras en un cuartito torturan a un sospechoso del este europeo. “Los búlgaros son como los rumanos, pero más flexibles”, destila su verdugo antes de entrarle de un puñetazo. Inteligentemente, la tónica fanática y torpe también le cabe a estos “hijos de la patria” con espías de pacotilla que quieren rendir gastos que tuvieron en prostíbulos. El sarcasmo se da en un medio tono que puede asombrar por su negrura pero que también apunta sus dardos contra la nación que inventó el concepto de chauvinismo ¿Otro ejemplo? En vez de recibir a la delegación de una colonia prefieren prender la radio y bailar el último éxito de música yé-yé. “Estos tipos ven a Francia como un superpoder colonial y ven amenazas a su dominio en cada esquina, no tienen idea de que el mundo está cambiando”, dijeron sus creadores. Un antecedente para esta serie fue la comedia OSS 117, realizada en el 2006 por el mismo equipo de El Artista y de gran éxito en su país.
Además del protagonista, aparece un coronel calco del presidente de nariz respingada, un dúo de oficiales pánfilos, una agente protofeminista, otra mujer fatal y un jefe émulo –en lo físico y en su dejo– a la gracia de Ricardo Espalter de Hiperhumor. Al novato le darán misiones en distintos puntos del globo, deberá lidiar con la CIA obsesionada con los comunistas, con hombres del otro lado de la cortina de hierro, y contra su propio afán enamoradizo. Es un abanico de curiosos personajes en los días del florecimiento de la Nouvelle Vague, de tests nucleares y antes de que sobrevenga la batalla de Argel. De hecho, varios episodios suceden en esa zona del Magreb donde Merlaux tiene que descubrir un topo.
El corte estético de la serie apunta, lógicamente, a lo retro chic, aunque sin manierismos o burlas. Luce como el imaginario audiovisual de esa época: pistolas con silenciador, trajes a medida y un humo acompañado por composiciones musicales de Nicolas Godin (mitad de la agrupación Air –referentes del french touch–). Dicho de otro modo, si Don Draper de Mad Men abandonase la publicidad por el espionaje podría encontrar un puesto aquí. Sólo debería aprender el idioma de Balzac, o, mejor dicho, del inspector Clouseau.
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