MUSICA › AMPARANOIA SE DESPIDE DE SU PúBLICO ARGENTINO
El “Bye bye tour” de la banda española pasará esta noche por La Trastienda, el viernes por el Pepsi Music y el sábado por el Quilmes Rock de Córdoba. Amparo Sánchez, su líder y mentora, dice que después de más de diez años busca “mirarse hacia adentro”.
› Por Facundo García
No todas las despedidas son tristes, y Amparo Sánchez está dispuesta a demostrarlo. Pasaron más de diez años desde aquel pasaje de Granada a Madrid que, con un hijo, una guitarra y una libretita de poemas a cuestas la puso de cara al sueño de conquistar los escenarios. Ahora Amparanoia –la banda que fundó y remontó por diversos países y estilos– declara festivamente su final. El “Bye bye tour” pasará esta noche a las 20.30 por La Trastienda (Balcarce 460), el viernes a las 17 por el Festival Pepsi Music (Crisólogo Larralde y Libertador) y el sábado por el Quilmes Rock de Córdoba. Serán tres noches para asomarse a lo que viene en la carrera de la cantautora nacida en Jaén y, de paso, decirle chau a un proyecto que consiguió bordar con éxito un inteligente hilo político sobre las banderas de su arte.
“Mi nombre e’ Amparo Sánchez y voy a contaro’ una historia”, anticipa en Seguiré caminando, la flamante placa que recorre los últimos años de Amparanoia con ayuda de dos CD y un DVD. Y está bueno que sea ella la que habla, porque debe haber pocos casos en los que una artista haya sido rotulada con tanta profusión. Por fuera de los difundidos títulos del tipo “La Manu Chao española” o “La otra Bebe”, la entrevistada responde desde un pueblito que queda “cerca de las montañas y a una hora de Barcelona”.
–¿Ahí mismo se está preparando para la recorrida por Argentina?
–Sí, hace cinco años que me vine a esta cabaña de madera. Estoy con mi familia y tengo un estudio. Vivo rodeada de verde y paneles solares para la energía...
–Ey...era cosmopolita...¿Qué pasó? ¿Se hartó de la ciudad?
–Sentí que las ciudades me estaban echando. No es que hayan cambiado, es que cambié yo. El ruido, la distancia de la naturaleza, todo eso me empezó a hacer mal. Decidí apartarme, aunque sólo un poco: estoy bastante cerca del centro y voy todas las semanas.
Amparo habla así. Cortito, de frente y con la impronta minimal que –confesará luego– quiere estampar en sus creaciones de acá en adelante. Por lo pronto, la simpleza ha empezado por conquistar su entorno: “Mira, tengo un árbol enorme en la puerta, un limonero, un rosal y muchas plantas. Las cuido yo, y no sé si me vas a creer que de un tiempo a esta parte me he dado cuenta de que cuando estoy en silencio, arreglando el jardín, me inspiro muchísimo”.
Será porque, como pasa en la jardinería, la vocación de Amparo fue creciendo a medida que ella misma se ocupaba de cultivarla. “De chica –declara– ya me llamaba la atención cómo los adultos se transformaban en los festejos.” La compositora aprendió a nutrirse de esas raíces emotivas y las siguió alimentando. Hoy basta verla sobre las tablas, campaneando su falda o logrando que teatros enteros coreen que “las verdaderas fiestas son las que se llevan dentro” para entender hasta dónde hizo germinar ese impulso inicial.
–Usted recuerda que de chica le gustaba ver cómo se divertían los adultos. ¿Cómo la ven ellos, ahora que es usted la que más baila?
–Mi madre suele repetirme que me admira, aunque sé que en el fondo le hubiera gustado que cantara coplas folklóricas. Y mis cuatro hermanos mayores se deben sentir responsables de lo que ha pasado, porque me hicieron escuchar discos de Bob Marley y The Police, entre mil otros. Eso se superpuso con el flamenco y las rumbas que sonaban donde crecí, en el sur de España. De manera que entenderán el resultado, supongo.
A esa ensalada se sumaron la música de los Balcanes, el punk, el ska, las rancheras y la música brasileña. Ya en Madrid, Amparo se coló por los boliches del circuito under y los edificios okupados y entre vino y ojitos achinados conoció a quien sería su mentor, Manu Chao. El resultado fue un mestizaje que calza perfecto con la identidad caleidoscópica que han aprendido a asumir quienes habitan este presente esquizoide. Lo suelta sin pelos en la lengua una fan, que en un foro ruega que Amparanoia siga. “¡Por favor! Adoro las mezclas que ustedes hacen con lo que soy”, se despacha.
–Usted misma parece haber multiplicado sus matices. ¿Tuvo que ver con los viajes?
–Justamente, yo suelo identificarme con los antiguos juglares. Ellos iban contando las noticias por los pueblos y hacían de su sencillez y de su movimiento permanente una forma de existencia. Pienso que voy a excavar más en ese sentido en el futuro.
–Y tanto movimiento, ¿para qué sirve?
–No importa a lo que te dediques, viajar significa tomar nuevos caminos. La historia humana demuestra que nos fascina andar de un lado para el otro, es nuestra naturaleza. Entonces salimos. Con la ayuda de nuevos paisajes nos vamos descubriendo, y eso nos enriquece; como también nos enriquece y nos da certezas descubrir de repente que tenemos ganas de volver a casa porque valoramos cosas que antes no percibíamos.
–Su banda ha estado cambiando integrantes, siempre con usted al frente. Incluso varios citan una frase suya: “Las formaciones son como el amor: duran un tiempo”. Debe ser difícil plantarse así en un ambiente tan machista como el rock...
–Yo no he padecido ese supuesto machismo. Quizá no me lo han hecho sentir porque saben que si llego a gritar, varios correrían aterrorizados. O será porque estoy fuerte, no sé. De lo que sí estoy segura es de que es buenísimo que surjan mujeres que quieran dedicarse a esto. Todos los días, en MySpace, recibo el contacto de colegas y compruebo que hay todo un abanico de asuntos que tenemos que abordar, porque si no no lo hará nadie. En esta época, en que ha cambiado el modelo de familia y en que tantas mujeres han asumido su independencia, quizás haya llegado la oportunidad de escribir sobre nosotras. Hemos estado calladas durante mucho y guardamos miles de cosas. Imagino que si vuelvo a un formato acústico eso va a quedar más expuesto.
–Esa supuesta “vuelta” a lo acústico no va a ser exactamente eso. Usted cantaba y tocaba la guitarra en bares, más tarde se pasó a una banda de rock y finalmente regresa al minimalismo. Pero en el medio se encontró con experiencias como el zapatismo, que la deben haber modificado...
–Claro, lo que pasa es que uno va incorporando nuevas energías. Los zapatistas me alteraron, sin duda. Subir a sus comunidades y ver cómo se están autogestionando es una experiencia que te marca a fuego. No hace mucho fui ahí a hacer un documental y una buena fracción de los que participaban del rodaje no tenían noción de qué era el zapatismo. Y vi, desde cero, cómo quedaban impactados y cómo se cargaban con fuerza nueva. Otro tanto debe haber sucedido conmigo en mil circunstancias.
–¿Y cómo convive esa ideología que usted asumió con la necesidad de vender discos para pagar sus cuentas mensuales?
–Nosotros no hemos sido grandes vendedores de CD, aunque estaría bueno. Lo que sí conseguimos es un público, y eso me parece lo más importante ahora que las cosas están cambiando tanto. A decir verdad, vivimos de los conciertos. Creo que vamos a tener que ponernos de acuerdo para ver cómo vamos a encarar este proceso de cambio. Quizá quede sólo el vivo, y estará bien. Igual no sé si servirá decirlo, pero Seguiré caminando, el último disco, lo hemos hecho con mucho corazón y con la ilusión de que la gente que tenga para comprarlo se lleve un objeto que le haga bien y le guste. Esa es la idea. Claro que si andas mal de plata no te vamos a prohibir la música, lo bajas y listo.
Mantiene una sola pieza, Amparo. Y eso que es capaz de sumarse a la transmisión de Radio Insurgente –que es la radio clandestina de los zapatistas– y a las pocas semanas tocar por cuestiones de contrato en un lugar súper careta. Ante tanta variedad, es difícil mantener el equilibrio. “Yo me río, pero con el grupo hemos pasado por todas las que te imagines”, suspira la entrevistada.
–¿La peor?
–Quedaba el último concierto de una gira y era justo en Mónaco. Nos iban a grabar de la TV y todo. Al momento de salir a escenario, me doy cuenta de que estaba en un casino y de que el público era gente muy mayor, de etiqueta. Subimos, y entre canción y canción yo mandaba ese mensaje de que las mujeres teníamos que ser fuertes y no dejarnos avasallar. Abajo, veía que las viejitas llenas de joyas nos miraban con la risa congelada ¡Fue horrible!
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