Lunes, 20 de octubre de 2008 | Hoy
MUSICA › UN BALANCE DEL FESTIVAL BUENOS AIRES JAZZ 08
Dirigido por Adrián Iaies, el evento logró trazar un recorrido diverso por todas las corrientes del género, con múltiples presentaciones entre las que se destacaron los shows de Randy Weston, el Buenos Aires Jazz Fusión y Walter Malosetti.
Por Santiago Giordano
Entre las ideas que van y vienen por el universo tratando de explicar lo que suena en términos de música, la que expone al jazz como un sistema abierto y con la imprevisibilidad como valor, producto de libertades, disoluciones de fronteras y adaptaciones regionales, es una de las más asentadas. Sin llegar a ser una definición, hay mucho de cierto en eso: dentro de lo que hoy se incluye bajo el ala del jazz pueden entrar cosas que a partir de la tradición que lo hizo crecer llegan hasta el final del horizonte, unidas, sobre todo, por la improvisación como elemento trascendental. Esa tensión entre unidad y diversidad, que es la savia de su universalidad y el antídoto contra la usura del tiempo, puede por otro lado ser un problema para los encargados de ordenar las bateas discográficas. Y también para los organizadores de festivales. No fue el caso del Festival Buenos Aires Jazz 08, que logró trazar un recorrido interesante, en una ciudad que en los últimos años definió un perfil propio en muchas de sus expresiones jazzísticas.
Con buena pasta de gestor y sensibilidad de músico, Adrán Iaies –director artístico– sumó a lo que sin dejar de ser una muestra de realidades debe apuntar a forjar rasgos distintivos, dos ejes que al final resultaron las características más marcadas del festival: la comisión de obras y el intercambio entre músicos locales con invitados extranjeros. De esta manera a lo ya conocido se sumaron alternativas distintas, enriquecedoras desde lo artístico, instancias únicas y exclusivas de ciertos momentos del festival. Hubo de todo y en general para todos los gustos. Jazz tradicional –con la programación del ciclo Jazzología del San Martín– y de ahí en más muchas de las tendencias posibles, entre lo étnico, lo clásico, el bop en todas sus salsas y más allá aún. Posiblemente una de las carencias estuvo en las voces: si bien méritos de Egle Martin y Roxana Amed, además de la brasileña Rosa Passos que anoche cerraba el festival, no dejaron dudas, el círculo de cantantes no cerró del todo su posible amplitud estilística.
Prudentemente, el renglón internacional no intentó competir con el mercado que durante todo el año hace de la ciudad un buen lugar para el jazz, y en lugar de proponer figuras altisonantes del panorama actual que podrían contar con fuerza propia para defenderse en el circuito comercial, apuntó a nombres que en general nunca antes habían tocado en Argentina y sin el apoyo de un festival público hubiese sido difícil que lo hagan. Así, por ejemplo, una figura legendaria como el pianista Randy Weston pudo, a los 82 años, mostrar en Buenos Aires el producto de una vida persiguiendo las raíces negras del jazz, con un sexteto excepcional en lo individual y lo colectivo, en lo que seguramente quedará como una de las noches más recordadas de este festival. También el formidable trío de Perico Sambeat (saxo), Javier Colina (contrabajo), y Marc Miralta (batería), en una jornada con numerosas propuestas como la del sábado, dio muestra de cómo se pronuncia el jazz en España, repasando páginas del Real Book en clave en clave flamenca o de cha-cha-cha y rescatando con la misma sensibilidad viejos y encantadores boleros. El concepto a esta altura podría parecer trillado, pero se abordó desde la altura de músicos excelentes y fogueados.
Seguramente las obras encargadas especialmente para esta edición estarán entre las más trascendente del festival, no sólo porque quedarán como “propiedad” del festival, sino porque en un ámbito de cruces y homenajes lograron un sólido nivel artístico. El encuentro de un músico naturalmente ecléctico como Guillermo Klein con una música como la de Gustavo “Cuchi” Leguizamón, que si en su momento fue visionaria hoy goza de la paz de los clásicos, arrojó interesantes reflexiones sobre los alcances de la identidad musical. Del mismo modo, jazz, espacio y movimiento dialogaron en la obra de Enrique Norris y Pepi Taveira, con coreografía de Andrea Servera. Más allá de la emotividad –dato no menor–, la mirada de Mariano Otero sobre temas de Walter Malosetti enriqueció más aún la música de ambos.
También el encuentro entre músicos internacionales y locales dio momentos de gran intensidad. El norteamericano Billy Harper tocó con Ernesto Jodos, Jerónimo Carmona y Pepi Taveira, una base rítmica que estuvo a la saga de uno de los saxofonistas tenor más apreciados de la actualidad. Del mismo modo Perico Sambeat contó con el trío de Paula Shocron, Jerónimo Carmona y Carto Brandán; otro notable tenor, Donny McCaslin, con Fernando Tarrés Cuarteto, en la previa de los suecos de la Tolvan Big Band. En la misma sintonía, el festival sirvió también para el intercambio entre críticos y especialistas extranjeros y locales, en animadas conversaciones que tuvieron entre otros a Bob Blumenthal, Chema García Martínez, Sergio Pujol y Pablo Gianera.
La feliz idea de poner el jazz bajo el sol de Recoleta durante el fin de semana derivó en un marco de público inmejorable en la terrazas del centro cultural, donde el sábado actuaron entre otros Ricardo Cavalli Trío y Escalandrum, y ayer Néstor Astarita con el ya legendario Buenos Aires Jazz Fusión, Daniel Maza Quinteto y Walter Malosetti con su trío.
En cada manifestación el público, tan variado como las opciones estilísticas, acompañó, y éste es también un dato sumamente positivo. Cifras de la organización indican que de más de 15.000 personas acompañaron al festival en estos días y las sensibilidades comunes hablan de un alto nivel artístico. Números y los niveles son dos cosas distintas, pero muchas veces una puede ser consecuencia de la otra.
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