Lunes, 24 de noviembre de 2008 | Hoy
MUSICA › MARI SANO, CHARANGUISTA JAPONESA Y ARTISTA ITINERANTE
Creció en la Argentina, vivió quince años en Japón y un buen día decidió rumbear otra vez hacia el Sur. Desde entonces difunde a través del boca a boca su particular propuesta artística, que mixtura aires andinos y nipones.
Por Facundo García
Que nadie confunda a Mari Sano con quienes se llenan los bolsillos cultivando excentricidades de mercado. Es cierto que habitar una minipiecita, conversar con un loro, dominar espadas samurai y hacer música inclasificable no es parte de la rutina que comúnmente se atribuye a los artistas. Pero para esta charanguista japonesa y andariega esas actividades son, más que una pose, la huella de un camino que empezó hace décadas y que ahora suma otro paso con la publicación de su nueva placa, Amistad musical.
“El loro”, es hora de presentarlo, se llama Mario. Parece un tipo de pocas pulgas: “Le puse así porque cuando era chica los profesores de gimnasia no se daban cuenta de que yo era una nena, y me mandaban a jugar al fútbol. Como mediocampista era buenísima, y dado que mi nombre es Mari, les decía que era Mari-o y listo”. Mario –“el loro”– no está en la jaula casi nunca ni tiene las alas cortadas. “Me conecto con las aves. Ellas están entre mis grandes inspiradoras. Por lo tanto, dejo que él elija. Si quiere irse va a estar todo bien”, cuenta Sano, mientras se sienta sobre un cajón y prepara el mate con la serenidad que demandaría la ceremonia del té.
La música de Mari reúne sin tensión los giros andinos con los aires nipones. Y para tocar el charango jura inspirarse en los colibríes. “Aparte de ser el único pájaro que puede volar hacia atrás; son animales de la amistad, la libertad y la creatividad”, se explaya Mari, que creció en Argentina, se fue a Japón quince años y un buen día decidió rumbear otra vez hacia el Sur. Hoy se gana la vida dando clases de kendo (esgrima con sables de bambú) y ofreciendo conciertos. “En Japón hay una palabra típica para las personas que se van. Es como si no los consideraran japoneses puros. Se les llama ‘chicos de regreso’, y yo soy una de ellos, inquieta igual que los colibríes”.
Los nipones han cultivado una larga tradición de trovadores itinerantes, que abarca desde poetas zen como Basho (1644-1694) hasta emperifollados rockeros contemporáneos. Eso sí: juglares con charango no se habían visto hasta hace poco. Trasladándose en colectivos baratos y visitando los pueblitos de cuento que todavía quedan en las zonas rurales y semirrurales de la tierra del Sol Naciente, Mari Sano hizo –entre 1990 y 1998– más de cientocincuenta conciertos por toda la región: “Abría los ojos después de dormir y no sabía dónde estaba”, recuerda ella antes de rematar con humor asiático: “Es que los techos eran todos parecidos”.
–¿Así que en Japón se entusiasman con el carnavalito?
–Pará, que venían fanáticos de la música andina y muchos jóvenes. Japón es un país que tiene constantes problemas con la naturaleza. Dos por tres se interrumpe el tráfico de rutas y trenes, porque cuando no viene un huracán, tenés un tifón, etcétera. Por eso la visita de un músico siempre se valora. Me pasó estar tocando y que por un rayo se cortara la luz. De a poquito el público fue consiguiendo velas para que el show siguiera aunque fuera en penumbras, con el ruido de la tormenta y sin amplificación...
–Es extraño, porque –al menos desde el prejuicio que tenemos acá– los japoneses son capaces de una gran sensibilidad, y al mismo tiempo meten tanta presión a sus jóvenes que a veces los empujan al suicidio. De hecho usted tiene un tema dedicado a esos adolescentes que se matan, e incluso ha confesado que alguna vez anduvo cerca de intentarlo...
–En la actualidad no hay mucho espacio para las personas sensibles, ni acá ni allá. Respecto a la sensibilidad oriental, en realidad se asemeja a la de los porteños. Detrás de esa especie de cáscara que tienen argentinos y japoneses, lo que hay es ternura. Por algo me siento tan cómoda acá. Una vez que uno entiende eso de Buenos Aires, basta salir a caminar para encontrarse con la alegría.
Fue recorriendo otras calles –las de Hiroshima– que Sano se inspiró para hacer “Memoria”, una de sus nuevas creaciones. “En 2005 se cumplió el aniversario número sesenta de la explosión atómica, y yo fui allá a sacar fotos para un periódico. Estaba trabajando justo en el lugar en el que se produjo el estallido y vi que había muchachos japoneses retratándose con poses de rapero, con el paisaje devastado como fondo”, explica. A unos metros, uno de los sobrevivientes –un abuelo silencioso de más de ochenta años– tenía la mirada perdida en el río. “Y eso me afectó mucho, porque en esas riberas murieron los miles que, aterrorizados por el calor o las heridas, buscaban refugio pensando que el líquido les iba a hacer bien. Pero el agua en esas condiciones es peor que el veneno. El contraste entre los jóvenes y aquel viejo solitario me impulsó a componer la canción”.
La entrevistada se lamenta de que el auge económico haya solapado lo que pasó por aquel lado del mundo. “Supongo que el hecho de haber crecido en la Argentina entre 1978 y 1983 me ha dado otra noción de lo que significa tener presente la historia”, resalta. Al rato saca un álbum de fotos –previo griterío del loro, cada vez más celoso– y muestra una que deja distinguir a niños de ojos rasgados estudiando charango. “Es foto de mi primera clase –se enorgullece ella–. A mediados de los setenta, todos los que tenían origen japonés querían tocar ¡Mario, se acabó!”. Mete a su mascota en la jaula y la tapa con una frazada, para que deje de hacer ruido.
–En su disco contó con invitados de lujo como Willy González y Facundo Guevara, entre otros. Guevara suele contar que usted cayó por su casa con un atril en el que puso imágenes de paisajes naturales y le dijo “acá están las partituras”.
–Te voy a contar una historia real que se relaciona con eso: Yoho Tsuda era un soldado de la Segunda Guerra Mundial. Una mañana, mientras se estaba escondiendo de los norteamericanos en un bosque, se detuvo un momento a mirar el entorno y se dio cuenta de que era un delirio estar ahí matándose rodeados de tanta belleza. Se prometió que si sobrevivía, dedicaría toda su vida a captar esa hermosura. Actualmente tiene 83 años, y a partir de lo que sintió aquella vez ha construido una carrera como artista itinerante. Va por el campo con una mochila y su cámara, y consigue genialidades. Cuando las veo me salen melodías automáticamente, así que le escribí como fan y le mostré lo que yo hacía. El me respondió contándome que había empezado a llevarse mi música en sus paseos con la cámara. En definitiva, imagen y sonido son parte de lo mismo. Son sentimientos.
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