Viernes, 28 de noviembre de 2008 | Hoy
MUSICA › SUSANA BACA PRESENTA SU ESPECTACULO VUELVO AL SUR, EN EL ATENEO
La notable cantante mostrará por qué le dicen “la embajadora de la música afroperuana”, en un show que incluirá un homenaje a Chabuca Granda, “mi madre musical, la gran voz femenina del Perú”.
Por Santiago Giordano
Antes de que el folklore se llamara folklore, los negros del Perú mostraban sus destrezas tocando y bailando la zamacueca. “Con decencia no hay zamacueca bien bailada”, se decía entonces de esta danza de parejas sueltas –más o menos un asedio amoroso– que alisada y amanerada en los salones de la América que nacía fecundó, además, muchas de las formas que hoy representan el folklore sudamericano.
Ferviente difusora de aquella tradición afroperuana y heredera directa de la gran Chabuca Granda (fue su ayudante y vivió en su casa), Susana Baca es una de las voces femeninas que hoy representan a ese Perú negro que aún canta por marineras. Nacida en Chorrillos, en las afueras de Lima, Baca traspasó las fronteras del continente con su versión de “María Landó”, cuando David Byrne grabó en su sello Luaka Bop la recopilación Afro peruvian classics, que propuso descubrir “The soul of black Peru” (“el alma del Perú negro”). Hoy a las 23.30, la cantante se presentará en el teatro ND/Ateneo (Paraguay 918), con Vuelvo al Sur, un espectáculo que incluirá un homenaje a Chabuca Granda: “Mostraré con una serie de canciones que Chabuca escribió por la impresión que le causó un joven poeta y que nunca grabó. Tuve la suerte de que esas músicas llegaran a mis manos y así las grabé por primera vez”, cuenta la limeña en diálogo con Página/12.
–¿Qué significó Chabuca Granda para usted?
–Chabuca fue mi madre musical. Lo que aprendí con ella fue muchísimo y muy importante. Para mí fue una presencia cercana, además de la gran voz femenina del Perú. Tuve la suerte de vivir en su casa, de poder disfrutar de sus charlas, de su música... ¡Y de su discoteca!
–¿Qué había en su discoteca?
–Había de todo: jazz, música argentina, música brasileña. Tenía muchísimos discos autografiados y dedicados. Recuerdo que había uno de Ignacio Villa (Bola de Nieve), que en la dedicatoria decía: “A Chabuca, con Bola y todo”... Ahí, en su discoteca, escuché por primera vez a Pablo Milanés. Chabuca tenía el primer disco simple que grabó “ese gran cantante cubano”, como llamaba a Pablito. Tener a Chabuca cerca, además de un privilegio, fue un gran aprendizaje, una lección de vida continua.
–¿Cuál fue la lección más grande que le dejó?
–Quizás la manera en que se acercaba y escuchaba a los jóvenes. Ella ponía mucha atención en no-sotros, nos dedicaba tiempo y cariño. Tengo recuerdos preciosos con ella, como cuando íbamos a la playa en pleno invierno a guitarrear, todos arropados. Chabuca venía con nosotros y nos escuchaba. Yo cantaba, otros tocaban, había otros que decían poesía.. . Fueron épocas felices.
Junto con su esposo, el sociólogo Ricardo Pereira, Baca emprendió un trabajo de investigación y recopilación de antiguos ritmos de la música afroperuana, recorriendo cientos de kilómetros de la costa peruana para recuperar testimonios de los pueblos marcados por la cultura negra. Tras once años de paciente trabajo, publicaron el libro Del fuego y el agua, en 1992. Más tarde crearon el Instituto Negro Continuo, con el mismo objetivo: mantener viva la tradición afroperuana.
–¿Cuáles fueron sus primeros contactos con la música afroperuana?
–Mi madre me contaba que, cuando yo era muy pequeña, podía estar jugando con otros niños o concentrada en la cosa más importante para mí, pero apenas sentía sonar un acorde iba corriendo al pie de la guitarra, a la mesa donde los grandes estaban cantando. Mi madre, que bailaba muy bien, tenía mucho miedo de que yo fuese música. Los músicos que conocía eran gente del barrio, que además de la música tenían sus oficios de albañil o pescador. Mi madre quería que yo tuviera una profesión, y por eso me hizo estudiar magisterio. Eso fue una gran cosa, porque la universidad me abrió un mundo especial y sobre todo me acercó a la poesía.
–En su repertorio pone especial atención en la poesía y los poetas. ¿Es una toma de posición?
–Es un logro que la poesía llegue a la gente a través de la música, un gran logro de la música. Muchos no están de acuerdo, dicen que la poesía es independiente y que con la música pierde su esencia. Es una forma de ver las cosas. Yo pienso que la gran poesía y la música logran encuentros importantes, duraderos. Cuando yo comencé con todo esto me decían: ¿Poesía cantada? ¡¿Pero quién va a comprarse un disco de poesía?! ¡Imposible! Y fíjese que la canción que me hizo más conocida en el mundo, “María Landó”, es un poema de César Calvo, al que Chabuca Granda le puso música.
–¿En qué momento sintió la necesidad de investigar la música negra?
–Siempre sentí la segregación, la diferencia de ser negra. Eso me llevó a preguntarme en qué somos diferentes y a indagar cuáles eran las diferencias entre la gente de los Andes y la de la costa. Así fue como empecé a investigar, primero con mi familia. La primera a la que entrevisté fue a mi madre, y luego a mis tías; cuando yo era pequeña ellas me cantaban canciones del campo. Después fui bajando por la familia, están Chila de la Colina y Ronaldo Campos, fundadores de Perú Negro.
–Se la suele presentar como “la embajadora de la música afroperuana en el mundo”. ¿Se siente cómoda con este título?
–Bueno, me siento orgullosa y feliz de llevar la música de mis abuelos por el mundo. Sobre todo cuando veo que son muchos los músicos o los estudiosos que después vienen a Perú, a profundizar en el lugar mismo. En todo caso no soy yo sola la embajadora, somos un equipo: están Sergio Valdés en las guitarras, Juan Rebasa al frente del contrabajo, Hugo Bravo en percusión y el gran Juan Cotito Medrano haciendo maravillas con el cajón peruano.
–¿Qué significó el encuentro con David Byrne?
–El encuentro con David Byrne tuvo mucho de casual, diría de mágico. Antes de emprender una gira por países de América latina, él quiso aprender un poco de español; consiguió un profesor en Nueva York que para practicar le hacía escuchar canciones: ¿qué mejor manera de aprender un idioma para un músico? Entre esas canciones escuchó mi versión de “María Landó” y preguntó quién era esa que cantaba. Al poco tiempo vino a conocerme a Perú. Yo les había pedido a los hijos de mis amigos que me pasaran sus discos y sus videos, para saber quién era. Cuando me llamó por teléfono para ver en qué restaurante podíamos encontrarnos, le dije que de ninguna manera, le pregunté si era vegetariano y lo invité a mi casa a comer un pastel de choclo. Apareció un hombre sencillo, encantador. Como esa noche estaba linda, comimos en la azotea, y él ayudaba a subir y bajar los platos.
–¿En Perú hoy existe interés por la música afroperuana?
–Ahora pareciera que hay un poco más de interés; los niños en las escuelas suelen bailar el landó, por ejemplo. Y los jóvenes que quizás se han formado en otras tradiciones de la música se vuelcan a lo afroperuano portando ese bagaje. Yo, por ejemplo, trabajo mucho con músicos jóvenes, que traen formaciones que pasan por el jazz y la música de fusión, o que vienen del rock. Eso se refleja cuando hacen los arreglos para los temas de mi repertorio y valoro mucho esos aportes de los jóvenes. Pero también me acompaña alguien como Juan Cotito Medrano, que es un cajonero histórico del Perú. Ser cajonero no se aprende, se hereda, se pasa de generación en generación. Quedan muy pocos cajoneros de aquella raza maravillosa que hizo conocer la música peruana en el mundo. Se murieron ya Pititi (Eusebio Cirio), Caito, Chocolate (Julio Algendones). Ellos habían aprendido mirando a los viejos, y ojalá que muchos jóvenes hayan aprendido mirándolos a ellos.
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