Sáb 20.12.2008
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MUSICA › ENTREVISTA AL MUSICO JUJEÑO TOMAS LIPAN

“El rock pertenece a la tierra, como el carnavalito”

El intérprete recorre en sus espectáculos la cultura milenaria de los pueblos de la Quebrada de Humahuaca. Pero a diferencia de otros folkloristas, no tiene prejuicios genéricos. Reivindica a Charly y Los Redondos, entre otros, “porque hacen feliz a la gente”.

› Por Cristian Vitale

A cinco metros de la ventana del bar, tres críos de la calle explotan fosforitos. Son pequeños, pero suenan fuerte. Tomás Lipán, de este lado, no escucha. Ni los petardos ni los persistentes bocinazos de los autos que van por Solís, mano a Caseros. Está cruzado de brazos, tiene la cabeza inclinada en diagonal a la mesa y los ojos cerrados. ¡¿Duerme?!: no, habla: “No me lo cree nadie, pero soy muy amigo de la soledad. En mi vida real soy callado, triste, tímido y solitario. Me gusta estar solito”, se analiza, sereno y midiendo cada palabra. Cuesta encontrar a ese Lipán sino es en un momento así, solo y de tarde. Tal vez el mayor representante de la música norteña tras la muerte de Ricardo Vilca, es verdad, tiene una imagen pública radicalmente distinta: en los recitales habla demasiado, se ríe, va al frente, canta fuerte y se impone con una personalidad absoluta, segura. Antes o después se integra, donde y con quien esté, a la sociabilidad del vino, los chistes y las historias de gentes, siempre con una imagen pública vivaz: poncho rojo, pelo negro y largo, caja en mano y a veces vincha: un auténtico trasmisor de los misterios musicales del Altiplano. “Nunca se me había pasado por la mente grabar un disco o tocar en un festival importante. De niño tocaba la caja en santorales, pesebres o carnavales. Con eso me bastaba. Era feliz”, continúa él.

Lo de los ojos cerrados y la cabeza gacha, pese a la autoevaluación, no es precisamente un síntoma de timidez. Casi se duerme, literal. Es como si estuviera hablando entre sueños. La presentación –reposición– del espectáculo Retumbos le llevó dos meses de estadía agitada en Buenos Aires y, sumado a conciertos “laterales” en diversos lugares del cordón suburbano, le provocó un agotamiento notorio: “Ayer, en Garín, me dormía parado, con la guitarra en la mano y cantando”, admite. Con éxito, Lipán congenió los fines de semana de noviembre con Los Condorkanki, Fortunato Ramos, Sara Mamani y Gustavo Patiño –un finde cada uno–, con el objeto de mostrar los ricos rincones de una cultura milenaria, preservada y vigente de los pueblos de la Quebrada de Humahuaca. “En el canto, en la canción, en las ganas, retumba todo un sentir maravilloso de las cosas heredadas. Y en la música retumban la caja, el erke, las quenas, los sikus, las anatas, junto con aquellos instrumentos que acompañan a éstos para las interpretaciones de ciertas melodías, incluso las de antaño. La guitarra, el piano y el bandoneón también retumban –explica, con una voz que también retumba–; ahora vuelvo a Jujuy. Tengo que tocar en el enero tilcareño y después en los carnavales de la Puna. No sé si voy a estar en Cosquín. Hubo una comunicación, pero...”

El destino es San Salvador, cerca de donde nació hace sesenta años como Tomás Ríos. Su pueblo cuna se llama Chalala y queda a dos kilómetros de la bella Purmamarca, plena Quebrada. Flash hacia atrás: “Eramos nueve hermanos y quedamos cuatro. Una hermana monja, que ya está bastante achacada, y tres varones”, cuenta y la voz se le torna ronca, como cuando canta “La vi por vez primera”, el carnavalito de Justiniano Torres. El es el menor y no puede explicar si su sangre es aimará o coya. Sí, su participación cuando niño en la banda de sikuris fundada por su padre, un arrendatario entre las montañas, hace cincuemnta años. “Los seis varones integrábamos la banda de sikuris de mi padre. Eramos músicos por naturaleza, tocábamos con los instrumentos que teníamos a mano: quenas, sikus o erkenchos. Después, aprendimos a tocar la guitarra; mi padre lo hacía muy bien. El más ducho para la música era Domingo, que hoy tendría 63 años. Era el más hábil para aprender.” El último disco de Lipán viene al caso, es Sikurero y precisamente es un homenaje a esa bandita primigenia. “Tocamos las veintidós melodías de la misma forma, con matraca, redoblante, platillo y bombo. Hay marchas, dianas y piezas litúrgicas que habitualmente se tocan en las peregrinaciones de los pueblos del norte.”

–El disco prácticamente no tuvo difusión aquí, en Buenos Aires, como sí ocurrió con Cautivo de amor, Canto rojo o Ramo de luna. ¿Alguna explicación?

–Tiene otro sentido. Al ser un homenaje a mi padre, la idea fue presentarlo al cumplirse los cincuenta años de la banda de sikuris en Purmamarca y ya está. Lo tocamos durante la fiesta de Santa Rosa de Lima, la patrona del pueblo, y no hay intenciones de comercializarlo. Es un disco único que me llevó mucho tiempo hacer; hubo que recapturar el recuerdo, porque antes no había grabadoras. Había que tener en la cabeza las melodías, y nos quedaron algunas afuera que pienso volcar en otro disco para que no se pierdan. De lo contrario, es imposible acordarse de esas piezas. Ha llevado tiempo y mucha dedicación, casi dos meses de trabajo. Preservar las melodías es el valor de este disco.

–Va más allá de su trayectoria musical “formal”.

–Sí. Los que entienden, los estudiosos, me han llamado para expresarme su reconocimiento acerca del valor cultural del disco.

–Usted trabaja mucho en Capital Federal. ¿Le parece una ciudad difícil para el folklore?

–Creo que no. Quizá se torne difícil para quien tenga la intención de ser un intérprete de multitudes, quien quiera que su nombre artístico llene el Luna Park o el estadio de River; ahora, quien siente el amor y las ganas de interpretar una melodía folklórica en cualquier lugar que sea, no tiene ninguna necesidad de “triunfar”. Si la música se hace con respeto, ningún lugar es difícil. Igual, en estos tiempos y gracias a los medios de comunicación es mucho más fácil que antes. Si sos un buen intérprete y tu canto gusta, la gente te va a ir a ver. Además, en Buenos Aires hay muchísima gente de las provincias... el que organiza un recital, manda un mensajito por mail y se enteran un montón. Es cierto que todo emprendimiento serio implica una lucha.

–¿Le gusta Buenos Aires?

–Hasta para vivir. Me siento cómodo y tranquilo. Me gusta estar solito en algún café de Buenos Aires como ahora y mirar a la gente que pasa. Decenas y decenas de personas, ver esos rostros. No hay un rostro igual, los semblantes siempre son distintos. Los hay serenos, alegres, preocupados, y otros que andan paveando, en las nubes de Ubeda, sin saber dónde van. Yo me entretengo viéndolos.

El devenir musiquero de Lipán se divide claramente en dos. Una primera etapa podría llamarse de formación, que arranca con la banda de sikuris del pueblo, sigue con su participación en la peña Adolfo Berón y el dúo Sones de América –fundado por su hermano Domingo–, que conquistó las peñas de Salta mediando los setenta: Balderrama, El Lazo, La Cumbre. “Un día, en los carnavales, alguien me vio y me dijo: `Ey, vos cantás bien`. Era el animador de la peña Berón y me invitó a cantar entre las mesas. Eran dos o tres canciones, pero para mí fue una experiencia muy grande. Después seguí en Jujuy y formamos el grupo con mi hermano: estuvimos tres años y llegamos a tocar en el circuito de festivales.”

–¿Qué hacían?... no existen registros grabados de esa época.

–Es cierto. Se nos hizo difícil grabar. La historia viene de antes: de chicos no teníamos tocadiscos, no teníamos con qué grabar o escuchar discos hasta que mi papá compró una radio enorme. Pero mis hermanos tenían la facilidad de escuchar algún tema y recordarlo de memoria para tocarlo en la guitarra; entonces, lo que hacíamos era un recuerdo de lo primero que escuchamos en esa radio gigante: Atahualpa Yupanqui, Los Chalchaleros, Eduardo Falú, Los Fronterizos. Escuchábamos sus temas y copiábamos... fueron nuestros primeros referentes. Mis hermanos tenían más retención, yo era más desmemoriado.

La primera experiencia duró hasta 1977. Tomás Ríos regresó a Jujuy, se casó y estuvo dos años alejado de la música. En 1980 volvió, ya con un norte más “profesional”. “Me puse Lipán en homenaje a la cuesta donde nacieron mis antepasados, a diez kilómetros de Purmamarca, sobre el camino que va a Chile”, refiere. Por consejo de un amigo, el Coya Mercado, viajó a Buenos Aires a grabar su primer disco (El canto de Purmamarca I). Lo editó en forma independiente y en cassette, como los dos posteriores: El canto de Purmamarca II y Desde Jujuy. “Buenos Aires era el único lugar donde se podía grabar un disco bien. Es cierto, había que ahorrar un año para pagarse el pasaje y hospedarse al menos cuatro meses, pero bueh... valió la pena”, dice. Después, voz en el grupo de Jaime Torres mediante, llegó la trilogía de Epsa que lo ubicó como puntal de la música indoamericana en Argentina: Amor y albahaca (1998), Canto rojo (1999) y Cautivo de amor (2002) y el maravilloso Ramo de luna, un plus de lujo. “Yo no soy un hombre estudioso del folklore, no soy leído. Todo lo aprendí de los indios. Lo que he visto y escuchado en sesenta años es lo que muestro... expresiones que, a mi modesto parecer, son las más antiguas”, resume.

–Mucha gente del folklore aún sigue exigiendo a los medios que se escuche y se difunda más a los artistas del género. Incluso, hay quien se exaspera un poco cuando se promocionan músicas de otras partes. ¿Usted qué posición asume al respecto?, ¿le molesta, por tomar un caso, que los Stones llenen cinco veces River y los folkloristas ninguna?

–Es maravilloso que, por ejemplo, Madonna llene estadios. A mí me gusta disfrutar de la alegría de la gente; que la gente tenga sus ídolos y que los ídolos tengan multitudes. Me emociona ver un estadio lleno y un artista feliz, no importa el género, sino el corazón de la gente. En serio que me hace llorar eso. De la misma manera que un artista no conocido, que hay tantos en todos los rincones del país, cuando hace felices a cinco o seis parroquianos en un bolichito o en un corral de cabras. Lo que hay que medir es la felicidad de la gente. Pero también es bueno que los artistas argentinos tengan éxito en el exterior, como pasó con Piazzolla, Mercedes Sosa, Yupanqui o el mismo Jorge Cafrune.

–¿Le gusta el rock?

–No lo sé cantar, pero me encanta. Hay algo en la música y en los temas que identifica a las multitudes. El rock es una música que llega a la piel de la gente.

–¿Sus preferidos?

–No sé. Lo veo a Charly García rompiendo una guitarra y me da por las pelotas; pero ahí nomás está la otra imagen: haga lo que haga en el escenario, es un ídolo, y hay algo en él que tiene que ver con un trabajo enorme. Para mí, es un tipo maravilloso como músico. También me gustan Los Cadillacs, Los Redondos, Divididos... he aprendido a querer el rock viendo una película de un pueblo dominado de Africa, donde la gente salía a protestar contra los tanques que mataban a la población. Y lo hacían cantando rock. Ahí aprendí que el rock es música de la tierra, como el carnavalito para nosotros.

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