Jueves, 2 de septiembre de 2010 | Hoy
MUSICA › EL CIERRE CON LA ORQUESTA ESCUELA DE TANGO Y SUSANA RINALDI
Por Karina Micheletto
Fue el telón final para el Festival de Tango de Buenos Aires, tras dos jornadas dedicadas fundamentalmente a la competencia de baile, pero en la que también pudieron sacarse algunas conclusiones en cuanto a la propuesta musical del evento. El martes, en el Luna Park, se consagró la pareja ganadora de la categoría Tango Escenario, que es oriunda de la localidad argentina de Colón, pero cuya bailarina es de origen japonés (ver aparte). El lunes había sido el turno de los campeones de la categoría Tango Salón –esa que respeta las formas más tradicionales de la milonga– y la sorpresa fue que el ganador apenas había cumplido los 18 años. Más allá de estas consagraciones de la danza, el palacio de los deportes fue, de alguna manera, el espacio donde también se consagraron dos caminos posibles para el tango: El de la “posta” que habilita el recambio generacional, con la actuación de la Orquesta Escuela de Tango, dirigida por el maestro Osvaldo Piro y con Susana Rinaldi como invitada, el martes. Y el de las derivaciones posibles del género, en cruces que a priori podrían parecer impensables, como el que propuso el lunes Rubén Blades, acompañado por la Orquesta de Leopoldo Federico.
El peso simbólico de la actuación de la Orquesta Escuela de Tango Emilio Balcarce –lleva el nombre de quien fuera su primer director, hasta que decidió su retiro– se cruzó en la propuesta del show final del Festival con el de la figura de Osvaldo Piro, un hombre que ha dirigido formaciones como la Juan de Dios Filiberto y la Orquesta Provincial de Música Ciudadana de Córdoba, pero que además ha sido un pilar creativo destacado del género, aun en tiempos en los que había que ejercer la “resistencia”, entre los ’60 y los ’80. Lo mismo puede decirse de Susana Rinaldi y de su sello único. Así, en la jornada final del Festival que representa al tango se vio y se escuchó a dos figuras que forman parte de la historia de la evolución del género, actuando junto a una orquesta de excelencia, que a su vez funciona como espacio de formación para los músicos jóvenes.
El martes, con la orquesta y con Piro, se escuchó a la Rinaldi cantar “Patio mío”, “El día que me quieras”, “Martirio”, “Tinta roja”, de esa manera que es suya y de nadie más. Pero también se la escuchó pedir un momento para decir: “No sé si todos se dan cuenta de la calidad y la importancia de cada uno de los sonidos de esta orquesta. Quiero reconocer a estos jóvenes”. De eso se trató también este último concierto del Festival, así como el del lunes, con Blades y Federico mostrando clásicos de la salsa en ritmo de tango milonga, que marcó un camino del tango por fuera del tango. Un acierto de la dirección artística –a cargo de Gustavo Mozzi– en la que también sobresalieron espacios como la “Noche Rovira”, dedicada a recuperar las obras y partituras de este bandoneonista (en ediciones anteriores, se hizo el mismo trabajo con las obras de Pugliese y de Piazzolla).
Por fuera de los aciertos de la programación, en el balance final se hace evidente la notable reducción del Festival, que año a año va perdiendo espacios donde mostrarse, y capacidad de desarrollo de más producciones artísticas propias –esto es, presupuesto–. Un achicamiento que comienza con una decisión de gestión del gobierno de Mauricio Macri, la de reunir lo que antes eran dos festivales –el de danza, en febrero, y el de música, en agosto– en uno solo, y que sigue con la reducción de escenarios y de artística que se verifica en las programaciones de los últimos tres años. Los números finales tirados desde el Ministerio de Cultura, igual, son grandilocuentes.
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