Miércoles, 8 de diciembre de 2010 | Hoy
MUSICA › OMAR GIAMMARCO Y LAS IDEAS DETRáS DE SU DISCO MáS RECIENTE, LUZ MALA
En su tercer álbum, el guitarrista y cantante vuelve a abrevar en varias fuentes de la música rioplatense, pero prefiere hablar de las canciones antes que realizar una “militancia de géneros”. Esta noche lo presentará en el Bar 36 Billares.
Por Cristian Vitale
Mitología criolla básica: se dice que la luz mala es un destello lumínico metafísico que aparece por las noches en los desolados parajes camperos argentinos, y asusta. Los empíricos destructores de leyendas reducen el misterio a pedazos de huesos de animales que, desenterrados, producen una luz fosforescente como efecto de su encuentro con la luna. O a efectos luminosos que los científicos llaman fuegos fatuos o rayos globulares. Sea cual sea la mirada, ninguna parece tener que ver con el tercer disco de Omar Giammarco –Luz mala– que estrenará hoy en el Bar 36 Billares (Av. de Mayo 1256). El guitarrista y compositor es porteño como el adoquín y las aguas turbias del riacho. Apenas rotó vivienda entre Villa Urquiza, Belgrano y Saavedra y, cuando empezó a tocar, no fue más que un efectivo trasmisor de murgas, candombes, milongas y tangos. Pero el dato no puede soslayarse: en el primero de los dos enfoques la luz mala no es más que un alma en pena. Y un alma en pena, trasladada a la urbe, es la que describe Giammarco en el tema que da nombre al disco. “Es la historia de un hombre que, cuando su mujer se va, le roba la luz y, para olvidarla, empieza a tomar té de floripondio, droga barrial si las hay”, dice él, en un intento de encauzar la densidad global del trabajo.
Es, por decantación, una sutil manera de traducir un concepto campero al barrio. Al entramado de casas bajas, árboles y calles calmas desde donde el autor edifica sus intensas historias de amor y desengaño. “‘El resucitado’ es otro –refuerza–. Es la secuencia de un nene de barrio que ve resucitar a un muerto en un velorio. Me resulta un lugar lindo y cotidiano para situarme. Entiendo que es raro decirlo después del auge del rock barrial y todo eso, pero yo la enfoco como una postura de ver el mundo desde un lugar chico que, por supuesto, no tiene que ver con el rock chabón, el de la esquina y la birra.” Y no: el rock que Giammarco deja entrever por primera vez en sus composiciones liga más con el disco que le reveló las bases de su estética urbana (el primero de Almendra). También con dos estrellas del firmamento folk (Leonard Cohen y Bob Dylan), y con el sustrato melódico de The Beatles que, por primera vez, se funde con sus rítmicas murgueras: ese es el sello musical de Luz Mala. “La diferencia respecto de mis dos discos anteriores es que éste no es un disco de géneros, sino de canciones. Las canciones están por encima y no hay temas instrumentales, aunque dentro de cada tema van pasando muchos colores: el candombe, el tango, la murga, la milonga. ‘Luz mala’ tiene una base de bombos, pero la melodía tiene más que ver con The Beatles que con la murga. Y las letras largas tienen que ver con Dylan. Me parece que está bueno dejar la militancia onda ‘bueno, yo hago tango porque tal cosa’ y contrabandear con otros géneros. Aún hay muchos prejuicios”, opina.
–¿En qué sentido? Porque en general ésta es una época de apertura y cruce más que de cerrazón.
–Pero sigue habiendo gente que no pasa la barrera, que no quiere ni escuchar cosas que tengan que ver con la murga o el candombe, así como hay gente que le encanta. Entonces, mi apuesta es “escuchá esta canción y, una vez que estás dentro, tenés una murga”. Es hacerse cargo de ese sonido rockero que uno trae desde chico, que si bien ya estaba algo presente en los otros discos, ahora es más una cuestión de sonido que de actitud.
La diversidad del sucesor de Dame un beso (2006) no sólo tiene que ver con una reorientación instrumental (bajo eléctrico por contrabajo y guitarra eléctrica como sonido matriz), sino con la intervención de los invitados. León Gieco, Kevin Johansen, Mariana Baraj y el brasileño Arthur de Faria le aportan un mosaico de colores que, según Giammarco, se unifican en un punto esencial. “Es cierto, cada quien es lo que es, pero todos se parecen en que van desde algún género específico a lo personal. León fue el primero en hacerlo, claro; pero Mariana, por ejemplo, partió del folklore y va hacia otra cosa y Kevin siempre fue muy ecléctico. Después que lo hice, me di cuenta de que estaba invitando gente que va por caminos muy parecidos al mío, en el sentido de abrir ventanas y poder dialogar con otros géneros.”
Giammarco tiene 42 años y lleva un agitado derrotero que supera la tríada de discos solistas. A él le pertenece la música que abrillantó el espectáculo de circo Sanos y Salvos, de Gerardo Hochman, y ha participado, como productor o músico, en discos de Dolores Solá, Malena Muyala, Acho Estol, Alberto Muñoz, además de componer la música de un film afín a su postura ideológica: Afroargentinos. “En mis discos hay parches todo el tiempo y no batería electrónica. Más allá de decirlo o no, es una toma de posición por la negritud, y esa película cuenta eso: denuncia el cliché de la desaparición de los negros, que en realidad fue ocultamiento. Hay una presencia negra en casi todos nuestros géneros populares, aunque eso no puede invalidar las influencias europeas que también los fueron moldeando. La riqueza parte de millones de cosas y no puede sorprender que el tango, por tomar un caso, sea tanto de los pianistas que estudian a Mozart como de los negros que bailaban, y bailan, candomblé.”
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