Sábado, 26 de febrero de 2011 | Hoy
MUSICA › LA FAMILIA INGLE, UN COMBO QUE ROMPE LOS PARáMETROS DE LOS GéNEROS TRADICIONALES
Reboratti y Alvarez hablan sobre el mestizaje musical, un formato mutante y el camino independiente, rasgos inherentes al grupo.
Por Carlos Bevilacqua
“Somos entre siete y catorce”, dice el flautista Andrés Reboratti, como si nada. Como si fuese normal tener una cantidad imprecisa de integrantes. La frase rompe con los esquemas del cronista. Así como rompe con los parámetros de los géneros tradicionales la música del grupo al que se refiere. Porque La Familia Ingle parece responder sólo a los impulsos creativos de sus miembros, gente de variadas extracciones. “Si bien muchos de nosotros tocamos ahora con Kevin Johansen, venimos de lugares muy disímiles: yo antes tocaba folklore con Los 4 de Córdoba, Andrés era profesor de música, Maxi tenía una banda de metal, Nicolás es un virtuoso del jazz, Lucas es nuestro salsero, Francisco es más del palo de la música gitana...”, apunta Juan Manuel Alvarez, bajista y guitarrista de la banda.
Tres años después de un auspicioso debut discográfico, estos amigos emparentados por la inquietud acaban de lanzar La Familia Ingle vs. la máquina de hacer chorizos, un segundo CD que ya desde el título sienta posición. Así se planta Alvarez: “Optamos por hacer casi todo nosotros, desde la composición hasta la grabación, la mezcla y la masterización, como para no depender de esa línea de montaje que es la compañía discográfica grande”. Un camino hoy posible gracias a la democratización de la tecnología que trajo aparejada la computadora personal. “Al tener un pequeño estudio en mi casa, si me despierto a las 3 de la madrugada con una idea, voy y la grabo –ejemplifica Reboratti–. Además nos permite encarar una elaboración artesanal, porque nos tomamos todo el tiempo del mundo para grabar cada tema. Por eso tardamos dos años en grabar un CD.”
“La nuestra es una familia mutante –advierte Juan Manuel–. Por un lado tuvimos algunos cambios forzados, como cuando el tecladista mexicano Omar Ramírez se volvió a su país, pero incorporamos un acordeón (Francisco García Blaya) y una guitarra eléctrica (Martín Yubro)”. “Por otro –completa Andrés– hacemos cambios para adaptarnos a los escenarios en los que tocamos, que como en general son bastante ‘under’ no siempre tienen lugar para todos.” Las músicas van adquiriendo así, también, diferentes versiones en cada vivo. En su estado ideal, la Familia incluye, además de los interlocutores, a Maximiliano Padín (charango y guitarra), Emilio Bertolini (batería y tablas), Lucas Espina (percusión), Nicolás Said (vientos) y Mariano Massolo (armónica). Claro que ni se ciñen sólo a esos roles centrales, ni son los únicos “parientes” posibles. Puede ser que en un show aparezca alguno de los nueve músicos invitados en el segundo disco, entre los que están el cantautor uruguayo Fernando Cabrera, la chelista Leila Cherro y el propio Johansen. “Son primos lejanos, pero no dejan de ser familiares”, metaforiza Alvarez. Y como en cualquier familia, no todas son rosas. Aunque en ésta las espinas adquieran formas artísticas. “En las letras aparecen esos personajes indeseables de toda familia: hay un rata, un persecuta, un fantoche, una rastrera... Son como alter egos, como nuestra parte desa-gradable”, concede Reboratti.
Según cuentan, las composiciones de la banda surgen a partir de una idea personal de uno de los músicos, enriquecida luego por aportes de los demás. En concreto, los consensos se plasman en canciones y temas instrumentales difíciles de etiquetar, con algo del eclecticismo de The Nada (el grupo acompañante de Johansen), una cambiante orfebrería instrumental y cierta sonoridad folk que rima con la atmósfera rural de la parónima Familia Ingalls. Si bien los Ingle en principio rehúyen de la autodefinición, terminan dando algunas coordenadas. “Me parece que somos una banda muy posmoderna, porque lo nuestro es el collage, que es el icono del posmodernismo”, opina Alvarez. “Para mí es evidente que hay mucho de la música latinoamericana, junto con algunos elementos del rock –aporta Reboratti–. Tratamos de no caer en el cambalache, pero es verdad que la mezcla es un rasgo esencial de la banda. En vez de tocar un estilo preexistente, preferimos crear uno con todo lo que nos gusta.”
En el sonido grupal también se pueden percibir algunas influencias exóticas. Explica Andrés: “Juan Manuel, Maximiliano y yo, que somos los que en general componemos, tuvimos la suerte de tocar mucho afuera, en los festivales de world music. Esos viajes te abren mucho la cabeza”. Se refiere a encuentros como el Sfinks, en Bélgica, o el Womad, nacido en Inglaterra y hoy nómade. “Después de tocar, nuestra salida preferida siempre es volver al mismo festival, porque puede ser que en el escenario A toquen unos senegaleses, en el B unos marroquíes que hacen un concierto con cucharitas y que entre ambos haya una banda yugoslava de esas que te vuelan la cabeza”, amplía Juan Manuel.
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