Viernes, 3 de junio de 2011 | Hoy
MUSICA › VICENTICO
El cantante presentará hoy en el Luna Park su cuarto disco solista, Sólo un momento, al que describe como “bastante pop”. “Puedo agarrar dos paredes y dentro de ellas buscar el infinito, la hondura; entonces me sirve, lo disfruto”, explica.
Por Roque Casciero
“¿Viste Man on the Moon?”, pregunta Vicentico, ahora aliviado porque encontró el ejemplo perfecto para explicar que le parece interesante llevar a sus seguidores “a un punto en que no se sepa cuál es la verdad y cuál es la mentira”. Y vaya si Andy Kaufman, el comediante cuya historia cuenta la película que menciona el cantante, conocía eso de borrar los límites entre la performance y la vida real. “Nunca se sabía si hacía las cosas en serio o no”, retoma Vicentico. “A lo mejor lo invitaban a una entrevista por televisión y siempre era una incomodidad horrible y a la vez era muy gracioso, la gente que lo seguía se moría de risa. En una entrevista con (David) Letterman, en un momento se puso a llorar, dijo que estaba en el momento más patético de su vida, que no entendía qué estaba haciendo ahí... Y estaba actuando, pero era tan border que nunca se sabía si era en joda o en serio.” En la película se muestra cómo, tras la muerte de Kaufman, sus seguidores continuaban esperando que reapareciera para desenmascarar una broma más. “Pongo ese ejemplo porque me cuesta desarrollar sobre el tema de la verdad o la mentira”, sigue Vicentico. “A mí me sirve mucho porque de ese modo no expongo lo mío, lo que siento que es mi mundo de verdad, que es mi casa, donde estoy guardado.” Ese “engaño” mezclado con autopreservación aparece sobre todo cuando el cantante se sienta frente a un periodista, y él es el primero en admitirlo. Por ejemplo, cuando dijo que quería convertirse en cantante melódico... “A veces intelectualizo demasiado sobre cosas que son tan simples como que me gusta cantar unas canciones y no puedo evitar hacerlo”, suelta.
Si alguien cree que a este hombre le gusta alimentar la dualidad entre la persona y el personaje, pues está en lo cierto. El personaje, Vicentico, es el que esta noche se parará al frente del escenario del Luna Park para presentar su cuarto disco, Sólo un momento. Es el mismo tipo que acaba de contestar montones de preguntas de periodistas y conductores variopintos, el que viene de hacer una serie de shows en el Samsung Studio en los que desató su veta stand up, el que un poco antes disfrutó desde adentro. La persona, Gabriel Fernández Capello, es la que dice que su mundo privado le gusta mucho: “Disfruto de ser un amo de casa (risas), una señora que cuida su casa, y por otro lado tengo un trabajo, donde hago mis cositas de ama de casa, pero afuera son como mis canitas al aire. No estoy siendo muy explícito con lo que digo, pero tampoco es que lo tengo demasiado claro”.
–Da la sensación de que no sólo los demás no tienen que entender del todo los límites entre la verdad y la mentira: mientras usted tampoco lo tenga del todo claro, seguirá funcionando.
–Tal cual. Me doy cuenta de que me guío por fobias y contrafobias, que son más chifladuras mías que otra cosa, pero que las uso. El otro día fui al programa de Pettinato, en la tele, y es muy incómodo... Yo podría haber puesto cara de orto y después desde afuera se podría haber visto como “¿qué le pasa, está nervioso, se siente mal, no quiere hablar?”. Entonces uso un poco eso que me pasa, como pasó en la presentación del disco en La Trastienda (cuando se sorprendió por la presencia de Luis Majul y le preguntó si tenía miedo, entre otras bromas). Notaba que los músicos estaban recagados: era la primera vez que tocábamos en público, en un lugar con periodistas, iba a haber silencio... Entonces los miraba y pensaba: “Hagamos un happening de esto. Si hay silencio, que se extienda, que dure. Si no pasa nada, al contrario...”. Prefiero usar esa situación para un regocijo personal de algún chiste que suceda, como esa noche, o lo que sea: en un punto eso me transforma mínimamente, me hace sentir algo.
–Está muy bien lo de usar las fobias de la persona para alimentar al personaje.
–Claro, es como lo haría un actor. Aparte, para mí, el escenario musical tiene mucho de teatral.
–Su primer disco solista era más “Cadillac”, en un punto, justo cuando la banda venía poniéndose más intrincada y “progresiva”. Pero Sólo un momento es más rockero y más directo. ¿Eso tiene que ver con que haya existido la reunión de Los Fabulosos Cadillacs? ¿Reacciona contra lo que creó?
–No especialmente. Creo que, como decía hace un rato, tiene más que ver con el capricho del momento, con lo que me gusta. Este disco, por ejemplo, está muy marcado porque me junté con Cachorro (López) para hacerlo. Sé hasta dónde puedo llegar con él y me gusta aceptar ese límite. Incluso me gusta el límite que tienen las canciones al decidir hacer un disco de pop rock. Para mí es un disco medio pop...
–Pero hay temas con ritmos bien rockeros, incluso del rock de los ’50.
–Sí. Básicamente, los temas en los que yo toco la batería son rockeros, porque no puedo hacer más. Pero ese límite que tiene la canción pop, de estrofa-estribillo-estrofa-estribillo, y tres o cuatro acordes, y el límite que puede poner un tipo como Cachorro... Si yo hubiera querido ir más allá, ponerme medio hardcore o lo que fuera, él no iba a poder hacerlo. Y no porque no sepa, sino porque no está dentro de su... Bueno, ese límite me encanta, lo disfruto. Puedo agarrar esas dos paredes y dentro de ellas buscar el infinito, la hondura; entonces me sirve, me gusta.
–Glorioso límite, entonces.
–Sí, es buenísimo. También pienso en que puedo hacer un disco sin límites, y creo que en algún momento me va a gustar hacerlo. Sin un productor, sin nadie que vaya a ofenderse, aburrirse o molestarse. Cuando hago un show también pienso que no quiero aburrir: quiero tocarte un poquito, no tocarte todos los temas nuevos o hacer solos. Esas cosas no me gustan... en este momento. Entonces, todos esos límites, incluso pensar en el otro, me dan como una buena piscina cerradita, que no es un océano, pero que tampoco tiene fondo.
–En el disco, ya desde el título, hay un tema subyacente que es el del paso del tiempo. ¿En qué lo nota? ¿Pretende combatirlo?
–Me parece que es bastante más que una referencia en el disco, porque es un tema que me interesa. Me interesa como “no tema”, en realidad, como “no cuestión”. No sé si ponerme muy filosófico...
–¿Por qué no?
–Bueno, tampoco es una filosofía de alto vuelo. El tiempo, en verdad, no existe como cosa: a veces es rápido, a veces es lento, a veces ni siquiera es. Y la música, sobre todo, es algo que detiene el reloj, por momentos. Sobre todo grabando discos: uno se da cuenta de que pasa el tiempo. Cualquier músico va a decirte que entra al estudio y de repente se da cuenta de que se hizo de noche. Pasan las horas y uno está clavado en una especie de limbo eterno, que es no pensar, usar un lenguaje en el que no está tan involucrada la mente. Entonces, el tiempo sí da vueltas alrededor de mis canciones... Vuelvo a pensar en la idea de los límites, que parecería todo lo contrario a lo que estamos hablando; pero dentro de esos límites hay como un tiempo ilimitado: puede ir rápido o lento, te sobra el tiempo...
–Su amigo Andrés Calamaro siempre habla de componer canciones que detengan el tiempo. ¿Es un objetivo de todos los músicos?
–Creo que sí. Cualquier lenguaje que no sea el hablado trata de eso, de sacarte del mundo y, por ende, del tiempo.
–¿Con cuál cree que lo logró o estuvo más cerca?
–No sé... Por ejemplo, “CJ”, que está en La marcha del golazo solitario, está bastante cerca... Porque una canción no es sólo la melodía que se te ocurrió y la letra que escribiste, sino cómo está llevada por los músicos, el ambiente, el clima... Son muchas cosas que tienen que darse para que la canción dé en el clavo. Y siento que ésa está bastante cercana a dar en el clavo. Y en este último disco hay un par que tienen clima...
–“El rey del rocanrol”, por ejemplo.
–Claro, claro.
–¿Se ve a usted mismo en la situación de ese rey del rocanrol al que se le termina su acto y se va a descansar para siempre?
–¡Obvio! No me vi así, pero veo que es el futuro, mío o de cualquiera. La canción también habla de personas que no son reyes del rocanrol... O tal vez todos seamos reyes del rocanrol, en algún sentido. Igual, si tuviera que poner uno... Salió por ahí que había sido por lo que le pasó a Gustavo (Cerati), pero yo había escrito antes la canción. Justo cuando estábamos grabándola pasó lo de Gustavo, increíble... Y quedó como que fue escrita para Gustavo, hay muchos videos en YouTube con imágenes de Gustavo y la canción... En realidad, cuando hice la canción, en el que pensaba era en Keith Moon (baterista de The Who), que es...
–¿La encarnación del rey del rocanrol?
–Sí, y de la diversión, del paso por la vida con alegría y todo a la vez. Y que en un momento decide apagar el velador y se termina. La otra imagen que se me viene a la cabeza con esa canción es que cuando yo era chico, como mis viejos son artistas, me pasé toda mi infancia en teatros, a la noche, esperando que se terminara la función. Mi diversión era salir después a revisar el piso, a levantar lo que se le caía a la gente. Encontraba de todo: guita, caramelos... Siempre me quedó esa imagen del teatro vacío, después de la función. La imagen es recursi, pero es fuerte porque es un lugar donde hubo una magia tremenda y después sólo quedan unos restos, caramelos o lo que fuere, que son como fosforitos encendidos de esa luz.
–La canción tiene una conexión con “Cuando ya me empiece a quedar solo”, de Charly García, ¿no?
–Sí, ¡tal cual! Es ese estilo de idea.
–Usted dijo que este disco era como un nuevo comienzo. ¿Eso es lo que renueva las ganas?
–En algún sentido, siempre es como arrancar de nuevo. Los Cadillacs cerraron algo, en el sentido de lo espectacular que fue para todos emocionalmente. Entonces, hacer un disco yo solo es como muy chiquitito al lado de eso. Es lo contrario en todo sentido: en lo musical y en lo emocional, porque fue un reencuentro tan espectacular que empezar solito de nuevo es como dejar todo eso y de vuelta ponerse el overol, a trabajar...
–¿Extrañaba algo de ser solista? ¿La toma de decisiones?
–No, para nada. Sólo para admitir que me pasó en algún momento, diré que me sucedió la primera vez que paramos de tocar, porque al principio tenía la fantasía de “ahora estoy solo, decido yo, voy adonde yo quiero, hago las canciones que yo quiero”. Y después me di cuenta de que tampoco era para tanto: con el tiempo se transformó en un trabajo normal, de hacer las cosas solo, me acostumbré. Pero cuando volvieron los Cadillacs fue una alegría total, porque no tenía que escribir todas las canciones, podía regocijarme con las canciones de otro...
–¿Y por qué no seguir con eso, entonces?
–Bueno, porque encontramos un modo muy grosso, familiar e intergrupal, de vivir la magia, de vivir la vida como gente a la que no le importa nada: acá paramos, acá seguimos... Todo alrededor de un capricho que es vivir muy bien, de no ser enfermos de seguir dos años más dando vueltas por el mundo. Porque es muy divertido, lo pasamos muy bien. A veces nos encontrábamos, no sé, en Nueva York, tocando, y encima llenando un lugar, y era tan divertido... Nos dábamos vuelta y veíamos a toda la familia, a nuestros hijos jugando entre ellos, los camarines llenos de amigos. Es una vida muy hermosa. Pero también nos dimos cuenta de que lo que nos pasó antes fue que exageramos con eso y que llega un punto en que te empieza a limar la cabeza, a ser una vida demasiado pop como para aguantarla mucho tiempo. Entonces está bueno frenar, darse cuenta de que también es lindo bajar, tocar en lugares como el Samsung, hacer nuestros discos y encontrarnos sólo a hablar boludeces y a pensar cuándo será que volveremos. A lo mejor pueden pasar cinco o seis años... Pero nunca tuvimos una relación tan franca como la que tuvimos esta vez y eso es lo más importante para todos. Hay una relación de franqueza y de cariño verdaderos que no está mezclada con la vida pop.
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