Martes, 11 de octubre de 2011 | Hoy
MUSICA › DANIEL MELINGO ADELANTA SU áLBUM CORAZóN Y HUESO
El cantante y músico asegura que su paso del rock al 2x4 no fue una “iluminación” sino parte de un proceso lógico en el que la sangre tira, dice que renovar el tango es resignificarlo, cuenta cómo son las milongas europeas y aplaude al tango electrónico.
Por Gloria Guerrero
“El destino se abre sus rutas”, entendió el romano Virgilio, medio siglo antes de Cristo. Ejemplo contemporáneo: Daniel Melingo (54, saxofonista, guitarrista, clarinetista y cantante) se crió en la mejor cuna del rock y de la música popular sudamericana. Tocó con Milton Nascimento y con Charly García; fue base de los Twist y una de las columnas de Los Abuelos de La Nada; y hasta tuvo banda propia (Lions in Love) en España. Pero hace treinta años, y cuando nadie suponía –ni él mismo (o sí, se verá)– que tres lustros después iría a convertirse en uno de los más importantes y sinceros referentes sinceros del tango argentino en el mundo, Melingo decidió mudarse a cierta casita de Villa Ortúzar. “Y hace no tanto, hablando con unos verduleros de acá enfrente, con cuyos hijos yo jugaba al fútbol, uno de los pibes le pregunta al verdura quién era yo, porque no me conocía, y él le contesta: ‘Es el chico que vive en lo de Tito...’. Después pregunté quién era Tito. ‘Tito, Tito Lusiardo.’ ¿En mi casa vivía Tito Lusiardo? Y... sí (sonríe); esta casa es de 1942... Hace cinco años la refaccioné a fondo: dejé la pinotea, cambié los ventanales, quité todas las capas de pintura. Ahí descubrí las guardas y el decorado originales, que me imagino que eran de cuando acá vivía Tito. Unas guardas como romanas; algo rarísimo (N. de la R: ¡Virgilio!). Este Tito no sé en qué andaba (se ríe). Me causó mucha gracia, porque el hecho de que ‘la viuda de Gardel’ –así se le decía a Lusiardo– estrenara la casa donde hoy vivo, no es poca cosa.”
En los años ’80, se dijo, cuando Melingo transpiraba rock y pop, “Cleopatra” y “Chala-man”, quizá no imaginaba que terminaría llevando el tango argentino hasta Varsovia. “Bueno, de algún modo, sí... Bah, no lo sé... Mi familia es muy tanguera; conocían a Edmundo Rivero, a Hernán Oliva y a todos los grandes. Con el rock empecé ‘de oreja’, desde muy chiquito y gracias a mis primos mayores, que eran fans de los Beatles y de los Rolling Stones. Ahí empecé a guitarrear un poco, y a los 13 me metí en el Conservatorio...”
–No. En realidad había empezado a estudiar bandoneón. Estuve como un año y medio, y no podía sacarle ni un sonido. Entonces fui a una casa de canje de instrumentos, en el centro, y cambié mi bandoneón por un clarinete.
–Al bandoneón nunca le pude entrar.
Hoy, Daniel Melingo suma cuatro fenomenales discos de tango: Tangos bajos (1998), Ufa (2003), Santa milonga (2004) y Maldito tango (2007), aplaudidos por la afición mundial. Y ahora llega su nuevo álbum, Corazón y hueso, cuya foto de tapa pertenece al premiado y célebre retratista español Alberto García-Alix, artista furioso si los hay, que retrató al villaortucense en la mítica isla de Formentera.
Y Melingo canta: “Entre mariposas negras va una muchacha morena junto a una serpiente de niebla”.
Y después canta: “Versos atorrantes pa’ ustedes, muchachos, que entuavía se encurdan de anís, de entusiasmo, a ustedes que siguen creyendo que semos hermanos”.
–Bueno, el tango es triste, básicamente. O lo que nosotros entendemos como “tristeza”. Yo, igual, concibo la música de una manera triste, en general. Dentro del tango, ésa es mi línea. Está el tango de salón, orquestal, con piano; pero mi tango es guitarrero, orillero y prostibulario (se ríe).
Los fans de Charly, Los Twist o Los Abuelos siguen bajo la impresión de que Daniel Melingo se hizo tanguero luego; como si después de tanto rock de escenario con los pelos peinados en punta (ver aparte), hubiera alcanzado cierta (otra) iluminación. Sin embargo, el artista lo ve tal cual fue: “Mi abuela materna, que era vasca, silbaba tangos mientras cocinaba en Parque Patricios; mis tíos, apenas terminaban de almorzar los domingos, corrían las mesas y bailaban tangos y cumbia”. Su abuelo materno (criollo-africano, a quien no llegó a conocer) suma a esta cuenta extraña. Cuando Melingo comenzó a investigar su genealogía, descubrió que provenía de trabajadores que debían tomar el apellido de las gentes para las cuales laburaban: don “Silva” cumplía tareas en el predio que ahora es sede de la cancha de Huracán, “en la Quema, donde se quemaba la basura”. “Supe que mi abuelo trabajaba con un caballo percherón y un carro. Fue difícil sonsacar esa historia en mi familia, pero le escribí un tango: ‘José el Cuchillero’. Era gente pesada, del tango de antes. Y me enteré de que, en realidad, no era ningún Silva: era Maldonado. Así que mi segundo apellido es incierto, digamos.”
Por vía paterna, el asunto no resulta menos raro: “Mi abuela era austríaca y cantaba ópera; y mi abuelo, el griego Melingo, era músico de rembétika (pronúnciese “re-bética”), parte de la música popular griega, creada por anarquistas analfabetos que vivían en lo que en 1924 pasó a ser territorio de Turquía. Eran unos tirabombas de mucho cuidado; músicos, poetas, atorrantes. Y hoy la rembétika es uno de los movimientos intelectuales más respetados de Europa... Llevando el tango por el mundo pasé por Grecia, y en Corazón y hueso hago uso –un poco– de los instrumentos de aquella música que redescubrí: es modal –las canciones utilizan el compás de 9, que es un compás de 4+5, bastante raro– y toco el bouzouki, un instrumento de procedencia árabe que originariamente era de tres cuerdas dobles y se fue modernizando hasta parecerse más a una guitarra. En Atenas, unos especialistas nos llevaron a las tabernas y a los luthiers que nos indicaron cómo hacer lo que la mayoría de los músicos rembétikos no hacen: combinar los instrumentos turcos con los griegos. Digamos que hay como pica entre ellos (sonríe). Nosotros juntamos todo, también el oud turco –ya en cuartos de tono, sin trastes, fretless–, e hicimos una mélange.
–El músico va adonde lo llaman, si puede llegar. Va adonde lo quieren oír. Hace unos diez años empecé a editar mi trabajo en Europa y llegó al público de boca en boca, lo que me parece más valioso. Después de mis primeros dos discos comencé a recibir muchos mensajes que me avisaban que mis canciones se escuchaban en las milongas...
–(Sonríe) En casi todas las capitales de Europa hay milongas. El europeo percibe y asimila muy bien el tango, con mucho respeto e interés. En París, por ejemplo, se arman milongas todas las noches, para bailar y tomar algo. Yo no toco en milongas sino en teatros grandes... y además sin ningún tipo de electrónica ni samplers, salvo la guitarra eléctrica: intento un sonido puro, de raíz, que podría tocarse en una esquina o en un fogón. Y es como una novedad, porque el europeo percibe el tango como una música de cámara pero, cuando pasa por nuestros arrabales, se siente muy identificado. Es algo que sucede desde Helsinki hasta Bruselas.
–Eso es lo lindo del tango: el mensaje encriptado. Los europeos no son nada tontos, al igual que nosotros: si algo les interesa, averiguan por dónde van los tiros. Se dice que el lunfardo es el lenguaje que nació en la cárcel, se trasladó a la calle y luego pasó a verba literaria... Si vos escribís tango, tenés que saber lunfardo.
“Cuántos de estos versos fueron cartelones de la mishiadura de los corazones... y quién sabe alguno fue canto de madre pa’ muchos mamones. Y hoy, como los hombres que no tienen Norte, tísicos de angustia sin saber pa’ dónde, van desparramaos como confetis, pa’ los carnavales de los tiburones...” (Del nuevo álbum Corazón y hueso).
“Por más que un porteño diga ‘a mí el tango no me interesa’, el tango está dentro nuestro, quieras o no”, dice Melingo. “Es nuestro argot. Hoy seguimos diciendo bondi, mina, guita... Son miles y miles de palabras que enriquecen el lenguaje. Los franceses tienen a los poetas malditos de otro siglo; el rap también es todo dialecto, nosotros tenemos esto.”
–Significa resignificar el tango. El tango es un sentimiento complejo y con muchas actividades: danza, poesía, filosofía, música...
–Sí. El tango electrónico creó una estética que llegó a las nuevas generaciones y abrió más las milongas y el hecho de bailar el tango. Gotan Project dio la primera puntada en todo este regreso del tango de los últimos quince años y, de hecho, yo canto en su más reciente álbum. Lo que le gusta a la gente, en serio, es bailar.
–Emmm, bueno, no... Oficialmente, no (sonríe). A mí me gusta bailar el reggae.
Entre tantas otras canciones inoxidables, Melingo compuso “Chala-man”, que se emparienta acaso (para rimar con “faso”) con “Narigón”, su posterior letra irónico-cocaínica de Tangos bajos. Al respecto, Melingo arrima una reflexión: “En los ’80, momento difícil para hablar de realidades, fui deshilachando el tema de las drogas utilizando el humor. Tanto la marihuana como la cocaína están siempre presentes, no sólo en los ambientes musicales sino en toda la sociedad: me pareció idóneo hablar de eso, y no fue premeditado: las canciones salen o no salen, y así sucedió con las que marcaron dos épocas mías, tanto ‘Chala-man’ como ‘Narigón’. Es un tema delicado que... Bueno, preferí tocarlo en una canción antes que dar una conferencia dentro de la prisión (risas). Escribir música es un poco hacer una crónica de lo que pasa, ¿no? Me pareció correcto”.
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