Viernes, 30 de diciembre de 2011 | Hoy
MUSICA › PABLO SBARAGLIA, LA BANDA DEL INDIO Y SU PROYECTO SOLISTA
Alguna vez se animó a vivir la experiencia de nuevas culturas, y eso lo enriqueció como músico. Actualmente, Sbaraglia reparte su tiempo entre acompañar al Indio y seguir impulsando sus propias canciones: hoy en Boris adelanta su próximo disco.
Por Sergio Sánchez
A Pablo Sbaraglia lo caracteriza su inquietud. Lejos de acostumbrarse a la rutina, se deja llevar por impulsos y no les teme a los riesgos. Con esa lógica, se fue a vivir a España cuando le iba bien como compositor para programas televisivos. Poco antes, a mediados de los ’90, se fue de Los Romeos en su momento de esplendor, porque se dio cuenta de que esa música ya no lo llenaba. Lo mismo le sucedió con Man Ray; entonces se abocó a proyectos solistas y a dar clases. En ese entonces, le dijo en broma a su amigo Fernando Samalea: “No vuelvo a tocar para nadie, salvo que me llamen los Redondos”. Hoy es el tecladista de Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado, el grupo del Indio Solari. Sin embargo, nada casual es su saludable y agitada carrera solista: está despidiendo su disco El club de la moneda de plata, mientras ajusta los detalles de su primer DVD + disco en vivo, que verá la luz el mes que viene, y se prepara para entrar al estudio. “Tuve la suerte de poder mantenerme con la música. Hoy estoy bastante diversificado en cuanto a las actividades que hago”, se alegra Sbaraglia cuando recuerda los vaivenes de su vida. Esta noche, a las 22 en Boris (Gorriti 5568), adelantará canciones inéditas y mostrará versiones del DVD Vuelve a correr. Y habrá algunos invitados de lujo: Willy Crook, Sergio Colombo, Baltasar Comotto, Hernán Aramberri y Lorena Mayol.
De pequeño, vivió en un entorno de estímulos artísticos: su madre es actriz y directora teatral y su padre, un melómano. Su hermano, el actor Leonardo Sbaraglia. “Mi mamá tocaba el piano, había uno en casa. De hecho, hay una foto, en la que debo tener siete meses, en la que estoy jugando arriba del piano”, recuerda. Y no se olvida de la influencia paterna: “Mi viejo siempre fue muy melómano. Me hacía escuchar The Beatles y cosas variadas como The Alan Parsons Project y Supertramp. Y cuando fui más grande abrí más el espectro: lo primero que conocí fue Queen y luego The Who, Elvis Costello y otros”. Esos artistas le marcaron el rumbo: “Todos tienen algo en común: el formato canción, el que más me terminó cerrando. Ojo, hacer una buena canción es bastante difícil. Hacer coincidir la emotividad de la lírica, de la melodía, en tres minutos, me sigue pareciendo un desafío complejo”.
Ese formato del que habla es el mejor se luce en El club de la moneda de plata (2008), único trabajo que se conoce en el país. En España lanzó en 2004 su primer disco, La historia más simple del mundo, pero no lo editó aquí. En El Club..., el tecladista se preocupó por trabajar cuidadosamente la voz –sobre todo en las baladas– y que todas las canciones estén conectadas por un concepto: el lazo solidario y afectivo que une a los miembros de un club. “Yo intento darles a los discos una suerte de unidad temática”, explica. “Si bien siempre un disco grabado en determinado lugar, tiempo y con ciertas personas tiene algo de cohesión, lo que intento es que no pase sólo por ahí, sino hilar un poco entre canción y canción.” Lo que también las une es la impronta rockera y los aires pop. El disco abre con la rockerísima “Nada!”, que tiene el plusvalor de contar con la gola del Indio Solari, y luego transita bellas baladas con piano (“Duerme”, “Ojos”) y canciones que recuerdan al costado más pop de Andrés Calamaro (“El Club de la moneda”, “Hasta verte bailar”). El próximo disco en estudio, dice, “será más rockero”. “Tendrá más presencia de guitarras, más riffs, no tanto teclado”, adelanta. “Viste cuando te dicen ‘si tuvieras que irte a una isla, ¿qué libro te llevarías?’. Si yo tuviera que quedarme con un único género, aunque me daría mucha lástima, me quedaría con el rock. Es lo que más me afiebra y conmueve. Recuerdo estar viendo a Paul McCartney en un lugar chico y si bien disfrutaba las baladas, yo lloraba en las canciones más rockeras”, recuerda.
–¿En qué contexto se fue a España?
–En 2002 sabemos cómo estaba acá, pero a mí no me estaba yendo mal. Así como decidí alejarme de esas bandas y dar clases en un colegio, lo de España fue algo parecido: necesitaba cortar con la música a pedido. Necesité irme para poder recuperar un poco mi propia música. Además, allá había varios amigos, como Fernando Lupano, Fernando Samalea y mi hermano. Y me tentó conocer otra cultura y generar una distancia de lo propio. Eso te hace dar cuenta de un montón de cosas, de las buenas y las malas, de que no todo es tan importante ni viceversa. Recomiendo conocer otras culturas porque es muy enriquecedor. Por ambas situaciones: por mirar de afuera la propia y por hacer propia la ajena. Estuve casi cinco años, y no sufrí desarraigo de una forma angustiante porque enseguida hice amigos. Fui afortunado porque conseguí trabajo pronto. De todas formas, trataba de estar atento a lo que sucedía acá. En un paso por Buenos Aires vi a Néstor Kirchner en un acto por la recuperación de la ex ESMA y me sentí orgulloso por la identidad argentina. Pero la decisión de volver definitivamente fue gracias a la convocatoria de los Fundamentalistas.
–¿Cómo se contactó el Indio?
–No lo hizo directamente él, se contactó Hernán Aramberri (director musical y baterista del Indio), a través de Eduardo Herrera (técnico en vivo de Solari), de quien era amigo. Yo de chico era seguidor de los Redondos, pero dejé de ir después del show en Racing, porque ya no me banqué el quilombo. Desde Cemento a Racing fui a todos. Era de esos que se iba a Mar del Plata para verlos tocar.
–Entonces, formar parte de su banda habrá sido como tocar el cielo con las manos...
–Fue muy parecido a eso. Cuando Eduardo me sugirió que me propusiera como candidato para la banda del Indio, yo intuía que formaría parte. Fue una premonición. Estoy agradecido de haber formado inicialmente Los Fundamentalistas. Eramos cinco tipos que no se conocían y tuvimos que ensamblar afinidades y diferencias. Y ahora es un grupo muy compacto. Y ese proceso fue muy lindo. Porque fue como cocinar algo a fuego lento.
–¿Cómo es el Indio en la cotidianidad del ensayo? ¿Escucha propuestas?
–Es uno más de nosotros. Tiene muy claro lo que quiere y eso es bueno. Hay un líder a quien seguir. Es una persona graciosa y que escucha sugerencias. La primera cosa que me acuerdo es que él había hecho una lista de temas para su primer show y la había pegado en la sala; y yo todos los días la miraba. Me gusta meterme en el orden de las canciones. Un día le dije: “Indio, ¿vos estás re seguro de esa lista?” “Si tenés una mejor, decímela”, me respondió. ¡Para qué! Hojas gasté haciendo listas tentativas hasta que le mostré una. La aceptó, pero la modificó un poco. Siempre la última palabra la tiene él y termina acomodando las cosas. En el funcionamiento de la banda nos da bastante libertad, si bien la biblia es el disco y tiene que sonar así y no puede faltar nada. El debe estar contento porque tiene una banda, no tiene sesionistas. Tiene una banda que defiende igual que él las canciones, con el mismo esfuerzo, seriedad y ganas. Los shows son los sábados y yo hasta el martes o miércoles es raro que haga algo: porque entregaste mucho y recibiste mucho. Si lo mirás en un gráfico de barras son picos altísimos. El Indio genera algo que yo no lo vi con ninguna otra banda acá ni en ningún lado: una mezcla de fútbol, religión y música.
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