Miércoles, 12 de septiembre de 2012 | Hoy
MUSICA › WALAS, CANTANTE DE MASSACRE, ANTICIPA EL SHOW DE ESTA NOCHE EN EL GRAN REX
El quinteto promete un show dirigido a la estimulación de los sentidos para la presentación oficial de Ringo. “Nuestra propuesta es psicodelia, pero pegada con cinta, en tono amateur”, adelanta el cantante de esta banda que pasó del culto a la popularidad.
Por Joaquín Vismara
“Qué divino, mirá, está con una remera de Flema. ¡Aguante!” Guillermo “Walas” Cidade, cantante de Massacre, interrumpe su alocución para devolverle el gesto a un limpiavidrios que lo saluda con el pulgar en alto desde la vereda. El episodio de alguna manera sirve para ilustrar la historia de su banda que, con más de veinte años de trayectoria (veintiséis si se toma a Massacre Palestina como punto de partida), pasó más tiempo en la escena under que en los circuitos masivos. Con un origen hardcore y punk, Massacre sumó en cada disco más colores a su paleta sonora (rock alternativo, otro tanto de psicodelia), y perfeccionó también su prosa, pero su ascenso siempre fue paulatino.
Acostumbrada a ser clasificada como banda de culto (esa etiqueta que puede traducirse como “buena, pero disfrutada por pocos”), a Massacre le llegó su turno en el 2007 con El mamut, un disco que ofrecía una versión más pulida y profesionalizada de su propuesta. El álbum le significó al quinteto el reconocimiento del público masivo y, por primera vez en su carrera, se encontró con niveles de convocatoria notables. Ahora, Massacre redobla la apuesta para la presentación oficial en el Gran Rex de Ringo, con una jornada oportunamente titulada “Ringo Rex”, que promete ser una experiencia dirigida a la estimulación de los sentidos. Un gesto ambicioso para una banda de culto.
–¿Qué los llevó a querer presentar su último disco en un teatro y no en un estadio?
–Este es un show completamente extraordinario para lo que hacemos nosotros, tras conquistar varios escenarios porteños jerárquicos como Obras o el Luna Park. Es un espectáculo que tiene que ver con lo visual y sensorial, que trasciende los treinta temas y va a estar dividido en actos. Cambiamos un poco la metodología punk del Do It Yourself (DIY), donde no hay diferencia entre el público y el artista. En este caso no es así, porque está bien marcado dónde está el espectador y dónde el espectáculo. No van a tener que estar pendientes de que los tiren volando contra el escenario, sino que las cosas les van a entrar por la multiplicidad de estímulos para los sentidos. Tomamos como referencia lo que hizo Roger Waters con The Wall, y también a The Flaming Lips, que tienen un show muy visual, súper psicodélico. Esa es nuestra propuesta: psicodelia, pero pegada con cinta, en tono amateur.
–Mencionó al DIY. Massacre ya juega en las ligas mayores. ¿Se puede trabajar a ese nivel sin perder ese espíritu?
–El fusible más importante para llegar hasta ahí sin perder la ética y poder llevarla al sistema comercial es La Tori, nuestra manager. No podríamos estar en el juego de tocar en los festivales de la manera en la que laburábamos antes. Dos horas antes del show, estaba colgado en Cemento para poner clavos a cinco metros de altura para poner luces, banderas, lo que sea. Funcionamos porque nos juntamos a componer y hacer cosas mientras ella nos defiende y nos vende con buena ética y buen criterio. Después de Cromañón, los lugares dejaron de ser patrimonio de los artistas para pasar a manos de gente que tiene más que ver con lo empresarial. Yo me doy lujos contraculturales y cuestiono incluso mi propio piso. Estando en ese espacio me siento incómodo y entonces lo que hago es ejercer la ironía y la parodia, bajo riesgo de boicotear también mi propia performance. Por ahí digo “Ahora va a tocar la banda Green Day, que son putos como los Massacre”, y ahí tenés a 30 mil personas que piensan “¿De qué está hablando este boludo? ¿Lo amo o lo odio?”.
–¿Y a qué responde eso?
–Soy un tipo completamente inseguro, de baja autoestima e hijo de padres separados. Desde chico me veo en la obligación de complacer, de explicar todo, de jamás caer mal ni decir cosa inconveniente. Es ser diplomático, pero no demagógico, porque también tengo la veta de tirabombas que tiene que ir a chocar, pero es para que me miren, me tengan en cuenta y me quieran.
–A su banda le llegó su momento después de veinte años. ¿Es justo que un artista tenga que esperar tanto tiempo para pegar un salto en masividad?
–Por un lado, nos enaltece que se conociera a tipos como Ian Curtis, Lou Reed o a Patti Smith, pero es toda gente que tuvo que esperar varios años para que les dieran el visto bueno. Los fenómenos inmediatos son los que yo detesto. A mí me gusta La interpretación de los sueños de Freud, que en su momento vendió 150 copias. Cuando salió el primer disco de The Velvet Underground pasó lo mismo, por más que estaba impulsado por Andy Warhol, y hoy en día no hay quien no se ponga la remera con esa tapa. No le tengo demasiada simpatía ni le creo demasiado al que sale a romper el mundo con éxito. Hay quienes sí se lo merecen, como Lady Gaga, pero prefiero ser de los que tardamos en cocinarnos para después ser comprendidos.
–En los últimos años, Massacre se volvió una presencia casi obligada en cualquier festival. ¿Cómo se explica?
–Sin falsa soberbia ni falsa modestia, diría que es porque somos necesarios. Hay muchas de reggae, de metal y de punk, pero no hay mil como nosotros, ni diez ni dos. Somos una figura necesaria, y tiene que ver con lo musical, lo artístico. Te parás frente al escenario y escuchás unas notas, un dramatismo y unas armonías que no la encontrás en ninguna otra parte. Luis Alberto Spinetta entró al estudio el primer día de grabación de Ringo y nos dijo: “Ah, esos tonos que usan ustedes”. Mirá quién lo dijo, el tipo que usaba los acordes menos convencionales del mundo.
–¿Qué planes tiene la banda después de la presentación en el Gran Rex?
–Vamos a sacar los últimos discos en vinilo, y quiero grabar simples de siete pulgadas, siempre y cuando no salgan demasiado caros. Hay un fenómeno que me revienta que es el del fetichismo por ese formato y la contracultura como ítem de lujo. Vas por avenida Corrientes y querés comprarte un libro de José Sbarra o una Cerdos y Peces y te piden 800 pesos. Da la impresión de que quienes no los consumieron en su momento se tienen que joder y pagar más caro. Hace poco uno de esos tipos vendió el simple de Massacre Palestina a 2000 pesos. ¡Un disco de cuatro temas que son una cagada, que ni yo lo pondría en mi casa, lo vendió a esa guita! Es ridículo, la cultura no puede ser un objeto de lujo.
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