Sábado, 23 de marzo de 2013 | Hoy
MUSICA › BEBO VALDES, UNA LEYENDA DE LA MUSICA CUBANA
Falleció ayer en Suecia, a los 94 años. Pianista, compositor, arreglador, director, tuvo altos y bajos en su carrera, pero fue el disco Lágrimas negras, con Diego el Cigala, el que volvió a ponerlo en el candelero.
Por Santiago Giordano
Tenía 94 años y era una de esas figuras a las que el tan manoseado rótulo de “leyenda viva” no le quedaba holgado. Ayer, en Suecia, donde viven algunos de sus hijos y adonde él había regresado cuando su salud se empeoró, murió Bebo Valdés, pianista, compositor, arreglador, director; nombre central de la música cubana. Pasó los últimos años de su vida en la localidad malagueña de Balmadena, vapuleado por el mal de Alzheimer.
Ramón Emilio Valdés Amaro, también llamado “el Caballón” por su porte físico, había nacido en octubre de 1918 en Quivicán, un pueblo de guajiros a pocos kilómetros de La Habana. En su ciudad natal comenzó su periplo artístico, al frente de su primera orquesta; un recorrido que tiene mucho que ver con lo quedó etiquetado como “la época de oro de la música cubana”.
Muchos lo conocieron décadas más tarde, a través de Lágrimas negras, ese trabajo producido por Fernando Trueba, en el que detrás de la melancolía gitana de cantaor de Diego el Cigala y un repertorio de boleros se escuchaba un piano de una sensualidad rara, prolija pero cautivante, austera pero sabrosísima. Era un sonido de otras épocas. Efectivamente Bebo venía de otro tiempo. Venía de la década de los ’50 en Cuba, por entonces la isla del “filin” y las “descargas” –jam sessions–, en la hora cero de lo que más tarde se conocerá en el mundo como Afro Cuban Jazz o alternativamente Jazz Latino.
El contrabajista Israel “Cachao” López ya había cambiado el curso de la historia inventando el mambo y sobre esa marca ardían las pistas del Tropicana, el célebre cabaret donde Bebo, tras debutar como pianista de Ernesto Lecuona y Rita Montaner, formó parte de la orquesta de Alberto Romeu. Por esos años Bebo inventó su propio ritmo, la batanga, y creó su propia orquesta, Sabor de Cuba. Cuando en 1952 el productor Norman Granz grabó por primera vez una descarga cubana, Bebo estaba ahí, en el piano, junto al cantante Benny Moré, entre otros. Ese mismo piano sostuvo voces como las de Celeste Mendoza, Celia Cruz, Miguelito Valdés, Lucho Gatica, Nat King Cole y Rolando Laserie, cuya popularidad arrastró a Bebo, en la década del ’60, hasta México, para no volver más a Cuba. Poco después se radicó en Suecia y pasó décadas tocando en salones de hoteles, acaso para cajetillas distraídos, y en un ballet, para la práctica de los bailarines, casi en el anonimato, alejado de grandes escenarios y de estudios de grabación.
En 1994 Paquito D’Rivera lo llamó para pedirle arreglos para gran orquesta y así nació Bebo Rides Again, disco que él mismo considera entre sus mejores trabajos. En 2001 se publicó El arte del sabor, con Cachao López y Patato Valdés, y el éxito planetario de Lágrimas negras, después del documental Calle 54 –donde se reencuentra y vuelve a tocar con su hijo Chucho, después de casi 20 años–, fue el reverdecer definitivo de ese estilo de sobria sensualidad que, congelado en salones suecos, se había conservado en estado casi de pureza.
El penetrante Bebo de Cuba (2005), el más intimista Bebo (2006), en solos de piano; el excelente Live at the Village Vanguard (2007), a dúo con Javier Colina, y el entrañable Juntos para siempre (2008), con su hijo Chucho, son algunos de los discos de los últimos años que, además de constituir una especie de testamento para el artista, son fuente inagotable de placer para el oyente.
Compuso más de 170 obras y ganó, entre otras cosas, siete premios Grammy, seis Goyas y cinco Premios de la Música en España. En 2011 fue nombrado Doctor Honoris Causa, junto con Chucho, de la Berklee. Desde ayer es leyenda, así, a secas.
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