Sábado, 23 de marzo de 2013 | Hoy
PLASTICA › OPINION
Por Eduardo Jozami *
En 1968, León Ferrari reclamaba un arte de “la eficacia y la perturbación”. Su mirada mostrará, más tarde, otros matices y renunciará a fijar criterios rígidos para el arte, pero seguirá afirmando un compromiso que siempre encuentra nuevos temas. Si la relación con el mercado y la participación política constituían los dos vectores de la reflexión de los artistas, la cuestión de los derechos humanos tendrá, más tarde, un lugar dominante.
León, sensibilizado por la complicidad de las jerarquías de la Iglesia con la dictadura, señalará cuánto hay de cruel y autoritario en la Biblia y las tradiciones cristianas. Esta cosmovisión nutre la obra de Dante, Botticelli, Miguel Angel y tantos otros, por lo que es fácil explicar la mezcla de atracción y repulsión que une a Ferrari con ese mundo. Actitud que tal vez ya estuviera en el niño que acompañó a su padre constructor de iglesias: fascinado por lo grandioso del arte eclesial, intimidado por el misterio y la severidad en las formas de esos edificios.
Alojar su taller en nuestro centro es un honor, pero también un acto de justicia. Ferrari, infatigable activista de los derechos humanos, estuvo vinculado con la recuperación del predio de la ex ESMA. Sus dibujos acompañan la edición emblemática del Nunca Más. Y es el padre de nuestro querido Ariel, cuya sonrisa iluminada los desaparecedores no han podido borrar.
* Director nacional del Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti.
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