MUSICA › ENTREVISTA A JUAN FALU, QUE DESDE MAÑANA PRESENTA EN EL TORQUATO TASSO SU DISCO “MANOS A LA OBRA”
“Cuando escucho este disco escucho toda mi vida”
Juan Falú es uno de los referentes que unen modernidad y tradición en la música popular argentina. En su último disco, Manos a la obra, decidió reunir precisamente la obra propia, dispersa, grabada por otros intérpretes o inédita. Lo presenta durante todos los jueves de septiembre, en cada fecha con distintos y significativos invitados especiales.
Por Karina Micheletto
En el amplio espectro de la música popular argentina, Juan Falú es un referente que une como pocos tradición y modernidad, punto de partida y búsqueda, terruño y exploración. Su nuevo disco, Manos a la obra, resulta un material necesario para capturar el camino transitado por un creador con recorrido propio: tal como indica el subtítulo del CD (Composiciones originales para guitarra), Falú decidió reunir aquí su obra, hasta ahora dispersa. El disco transita una diversidad de géneros en temas como Vidala de Lucho (dedicado a su hermano desaparecido e incorporado al repertorio de Liliana Herrero), A Francisco (en honor a Estrada Gómez, “el patriarca de la luthería argentina”, según define Falú), Taficeña o Cueca de la diagonal, todos abiertos a la improvisación en guitarra. Lo acompaña el guitarrista Pablo Uccelli, a quien Falú reconoce el empeño que puso para estudiar cada una de las obras: “No sólo en lo técnico y la interpretación, él se preocupó por encontrar el sentido de cada género, buscar las cosas más sutiles que definen la música”, halaga el músico.
Falú presentará su disco a partir de mañana y durante todo el mes de septiembre en el Centro Cultural Torquato Tasso (Defensa 1575, frente al Parque Lezama), en un ciclo de conciertos que tendrá diferentes invitados cada noche, a saber: mañana, Liliana Herrero, Lucho Hoyos y Quique Sinesi; el próximo 8 de septiembre, Oscar Alem y Ramón Navarro; el jueves 15, Ramiro Gallo, Lilian Saba y Marcelo Chiodi; el jueves 22, Jorge Marziali y Juan Quintero. “Los invitados no son azarosos, tienen que ver con caminos recorridos juntos y afinidades estéticas”, aclara Falú. “Aunque suene presumido de mi parte, están desde Ramón Navarro a Juan Quintero, son tres generaciones de creadores, y yo estoy en el medio. Es todo un símbolo”, reflexiona en diálogo con Página/12.
–¿Por qué decidió recopilar ahora su obra como compositor?
–Casi todas mis grabaciones fueron con toques muy espontáneos, pocas veces he grabado músicas arregladas. Tuve una época en que lo hice, como en el primer disco que grabé cuando volví a la Argentina, Con la guitarra que tengo. Casi veinte años después vuelvo a grabar composiciones mías, pero esta vez me agarra en otro período de mi vida. Mi intención era volver a registrar piezas arregladas, escribir las partituras tal cual suenan y facilitar así la interpretación de esas partituras. Era una demanda de colegas, contar con las obras agrupadas, grabadas y escritas. Pero no pude hacerlo: se me impuso el toque espontáneo. Y cuando uno graba versiones libres, es consciente de que está caminando en una cornisa, una zona de riesgo permanente, independientemente de que se haya colado un errorcito, una nota mal pisada, se prioriza la interpretación. Entonces invité a Pablo Uccelli para que grabara una parte, él estudió las partituras y tocó fielmente lo que estaba escrito. Finalmente, el disco tiene ambos abordajes: el de la obra tal cual está escrita y el de la obra revisada con toque espontáneo. Son todas composiciones mías que no tienen un orden cronológico.
–Si no hay un ordenamiento cronológico, ¿cómo fue la selección, hizo lo que sentía más a mano?
–Sí, lo que estaba más “en dedo”. Estas son 20 piezas, y me falta grabar otro tanto. Quiero grabar toda mi obra de guitarra, que incluirá otro disco, y después mi obra de canciones, en otros dos. Algunas ya están grabadas, como Confesión del viento, Don Ata Suárez, Yo soy Juan, muchas. Pero hay muchísimas más sin grabar, y las quiero mostrar porque ya están en un cajón hace muchos años. Se trata de ponerme al día con la obra, por eso le puse al disco Manos a la obra. Me voy a poner al día con el registro de toda la faceta compositiva. Espero que eso me alivie, que pueda sacarme un peso de encima.
–¿A qué se refiere?
–A que la obra ahí guardada, metida en un cajón, genera una gran tensión.
–Pero en la medida en que otra gente la toma y la hace suya, no muere en un cajón.
–Sí, por supuesto. Pero mi obra estaba muy dispersa, algunos temas estaban en discos que ya no se editan. Me hacía falta algo así.
–¿Qué siente cuando escucha sus obras grabadas juntas?
–Escucho una vida entera. Primero porque mi vida está hecha a guitarra limpia, y segundo porque en este disco está mi primera composición para guitarra, una vidala chayera, que debo haber hecho en el ’76, esa época terrible en que era tan difícil componer. Fue el año previo a mi ida del país, tímidamente componía alguna cosa de vez en cuando, era un primerizo. De ahí a lo más reciente –un estilo pampeano que dediqué a un guitarrista de Santa Rosa, Paulino Ortigado– hay treinta años. Entonces, escucho el disco y escucho mi vida. Más allá de la calidad técnica o interpretativa, lo que escucho son músicas que hice y que enlazadas entre sí me producen una sensación agradable.
–Usted advierte que éste no es un disco sólo para guitarristas, como si sintiera la necesidad de aclararlo porque la música instrumental está relegada.
–Y sí, es todo un tema el de los espacios de la música instrumental en la sensibilidad del que escucha música y en los medios. Yo sigo reivindicando la necesidad de aprovechar las condiciones actuales del espectáculo, que permiten shows masivos con buenos volúmenes al aire libre: hay que utilizar los grandes espacios para las versiones musicales más intimistas, más reflexivas, más chiquitas, porque promueven una suerte de silencio sagrado, y al mismo tiempo multitudinario, lo cual hace al silencio más fuerte. Las pocas experiencias que tuve, en Monumento a la Bandera, por ejemplo, con la guitarra sola al aire libre, frente a seis mil personas, fueron emocionantes. En nuestra cultura pareciera bloqueado el silencio y la comunicación silenciosa. A nadie se le ocurre que eso puede ser algo poderoso, pero cuando se produce todos quedan asombrados, es como haber vivido algo casi sagrado. Pero, volviendo a su pregunta, por suerte en el último tiempo percibo una revalorización de la música instrumental.
–Y de la guitarra en particular.
–Hay una primavera de la guitarra, sin dudas. Más allá de los guitarristas más conocidos hoy, Juanjo (Domínguez) y Luis (Salinas), hay extraordinarios compositores e intérpretes. La guitarra nunca perdió público, para mí es uno de los ejemplos más hermosos de resistencia cultural: tenemos el festival de guitarra más grande del mundo en la Argentina, y existe porque hay muchos guitarristas y amantes de la guitarra, si no, no tiene explicación. Si esa presencia tan viva se da a pesar de que no se ve nunca en televisión al solista de guitarra, quiere decir que es una resistencia cultural. Los que tocan la guitarra o la aprecian son personas muy vinculadas a afectos profundos, difícilmente alguien se dedique a la guitarra sin tener una historia fuerte que fundamente esa relación con el instrumento, un vínculo social o con el terruño, de apego a alguna tradición, aunque el guitarrista sea de lenguaje moderno. El instrumento argentino es la guitarra.
–¿Cómo trabaja como compositor, con tantas actividades? ¿Es metódico?
–No. Tengo poco tiempo, pero lo creativo es algo que fluye o no, el asunto es disponer del tiempo para que esas ideas que fluyen adquieran una forma. A veces agarro la viola a la una de la mañana en mi casa, con una botellita de vino, un pucho, y la idea no fluye porque estoy tan cansado, que repito una misma idea y termino dormido sobre la guitarra. A veces estoy dando clases y viene la idea, y por suerte mis alumnos esperan que yo la desarrolle, porque me conocen. Saben que está ocurriendo algo, y que pierdo muchas ideas.
–¿Entonces las musas existen?
–Sí, guitarra en mano siempre es posible que venga una idea musical, aunque sea fugaz, al asunto es darle forma. En realidad, la composición surge cuando dispongo de ese rato imprescindible para que la idea musical tenga un desarrollo. Y soy muy crítico y exigente. Muchas ideas de zamba, por ejemplo, van a la basura. Es que la zamba me llena tanto, es algo tan pleno, no sé si como género musical, sino por lo que representa para mí, que me parece que ninguna está al nivel de una zamba vieja o de Leguizamón.
–La parábola de Leguizamón, de unir lo viejo y lo nuevo en una composición, es algo que lo representa.
–Sí, ese fluir entre el ayer y el hoy es tal vez lo que más me define.
–Dicho así parece fácil.
–Tampoco es difícil, no es que me lo propongo, es algo natural. Creo que tiene que ver con la posición generacional, esa posición que me hace sentir privilegiado de haber estado cerca de muchos referentes fundamentales, Yupanqui, Eduardo Falú... Eran mis ídolos, pero estuve cerca, en algún momento hasta llegué a compartir el escenario. Podía verlos, recibir su música, hablar... Y al mismo tiempo, sobre todo a partir del ’85, después de un paréntesis de 8 años de estar afuera, tengo una gran conexión con los jóvenes. El bagaje que traía de Brasil me situaba en ese momento en cierto espacio progresista del folklore, aunque la etiqueta no me convence demasiado. Ese vínculo con los jóvenes no se rompió nunca. Es una posición generacional de vivencia que permite ese fluir entre el ayer y el hoy de una manera natural, no es ni una toma de posición ni algo que pueda pasar como receta. El otro día me decía una alumna: “¿Qué nos queda a nosotros, los que no hemos mamado aquello? ¿No tenemos historia? ¿No podemos hacer un arte a partir de nuestra situación?”. Y claro que pueden, y lo van a hacer muy bien, porque este país, castigado como está, está encontrando en el arte sus vías de expresión.