Jueves, 26 de septiembre de 2013 | Hoy
MUSICA › CARDENAL DOMINGUEZ Y LOS LIMITES DEL TANGO
Por Cristian Vitale
Después se hizo cantor de tangos, pero su dios de adolescencia había sido David Bowie. Y a él le debe –además del desprejuicio, claro– un apodo: Cardenal. “No tiene nada que ver con la idea zorzal-Gardel”, se ríe. Sí, con un amigo de la secundaria que lo vio en jopo, a lo Bowie de los ochenta, y lo incendió en público: “Se parece a los cardenales que tiene mi abuela en el patio”, dice que dijo su compañero, y no hubo vuelta atrás... de ahí en más sería Javier “Cardenal” Domínguez. “Me sonaba César ‘Banana’ Pueyrredón o Mano de Piedra Durán, qué sé yo, cualquiera, pero bue... quedó, y lo tuve que aceptar.”
–Un Bowie del tango, digamos...
–Siempre me gustó, claro. También Frank Zappa. Y la verdad es que en este disco me hice cargo de las influencias, me desprendí de los límites.
El disco al que refiere este cardenal sin sotana ni plumas es Alucinado, un cancionero de nueve piezas atravesado por la decisión de derribar los límites de género que lo habían acompañado como cantor del Sexteto Mayor, de la orquesta Sans Souci, y de los Cosos de al Lao, entre otras agrupaciones, o en los cuatro discos de tango crudo que preceden al flamante. “La decisión fue darles un tratamiento no tradicional a los temas... aprovechar toda la paleta de colores que teníamos con la inclusión de bajo, violín y percusión, para armar versiones ‘nuevas’ de temas viejos, y lo que quedó nos motivó una fascinación que entendemos por alucinado”, refiere el cantor en un plural que necesariamente incorpora a Ariel Argañaraz, en guitarra y producción artística; Mariano Martos, en bajo; Irene Cadario, en violín, y Augusto Argañaraz, en percusión, todos parte del grupo que presentará el trabajo hoy a las 22 en el CAFF (Sánchez de Bustamante 764).
Un trabajo que marcha acorde con la decisión de suspender hábitos. De asumir el riesgo y, a la situación previsible de incluir clásicos del palo (“Milonga triste”, “Cristal”, “Ay de mí”), sumarle versiones no sólo ubicadas fuera de los márgenes del tango, sino también vestidas con ropaje inesperado. “Serenata del 900”, por caso, una “no zamba” del Cuchi Leguizamón que asume impronta de bolero, o “Mejor me voy”, del inextinguible y genial Eduardo Mateo, tomada de un video de YouTube. “Sé que Rubén Rada y Diane Denoir tienen versiones muy buenas de este tema, pero vi una de Mateo solo con su guitarra y me mató: ahí fui”, sostiene el cantor, que también visitó “Milonga del alucinado”, de Falú y Dávalos, y “Tu pálida voz”, de Charlo y Manzi, atravesada por aires de landó peruano. “Lo interesante, como dije, fue tratar cada versión con un color distinto, sin temores. No tener pruritos en arreglarlas y llevarlas hacia el lugar que nos parecía más bello, más que respetar un estilo”, insiste Domínguez.
–¿Cuánto le da y cuánto le quita a un cantor de tango, hoy, abordar géneros distintos y distantes?
–Enriquece. Gardel mismo abordó cualquier cantidad de géneros, ¿no? Ahora, en cuanto a la aceptación, depende de cuán fundamentalista sea el público que escuche. El riesgo es ése, porque mucha gente que nos viene a ver espera escuchar al cantor de tangos que escuchó toda su vida, pero la verdad es que yo estuve mucho tiempo reparando en esas cosas, y ahora me siento con autoridad moral como para ofrecer miradas nuevas. Cada uno aborda su obra como quiere y, en mi caso, ya no me sirve “cuidarme” de los estándares más rígidos del género. Me he “apichonado” con esto en otro tiempo, pero ya no me interesa caerle bien al establishment del tango.
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